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viernes, abril 26, 2024

Asimetrías

A su regreso de un viaje por Irlanda, una amiga me compartió la siguiente reflexión: “En Irlanda lo que no es de nadie es de todos, mientras que en México lo que es de todos no es de nadie”.  Se refería, y así lo discutimos, a cosas como las áreas comunes, las calles, incluso el medio ambiente.  Lo que no es nuestro, frecuentemente no nos merece atención ni cuidados.

En los primeros días de la crisis por la falta de gasolina recordé aquella frase.  La tónica de los comentarios, las noticias, las protestas en medios y redes sociales parecían apuntar al hecho de que era mucho peor sufrir el desabasto que el robo de la gasolina.

Yo crecí en la idea de que el petróleo es nuestro y su explotación también.  Por lo que he leído e incluso escuchado de personas que vivieron la expropiación petrolera, la gran mayoría de la gente reaccionó con un enorme entusiasmo por la recuperación del control sobre el recurso, justamente por esta idea.

Por supuesto jamás se me ocurrió ir a pedir uno de mis barriles del producto o siquiera un tanque de gasolina gratis para mi coche, pero siempre lo entendí y lo entiendo aún como que este recurso sirve o debería servir para sostener las necesidades colectivas de la sociedad, para nuestro desarrollo común, algo que complemente a los impuestos.  En ese contexto, el robo de combustible a Pemex por supuesto que me afecta; es mi propiedad en un amplio sentido la que se sustrae y lo que podríamos haber hecho con ese dinero a favor de la colectividad ya no se hará o tendrá que ser en menor escala.   Esta idea no se manifiesta mucho en los medios, aunque sí se citan montos estimados de lo robado.  Con el tiempo hemos descubierto gracias a encuestas muy diversas que, a pesar de algunas interesantes diferencias, todas coinciden en que una mayoría de mexicanos sí preferimos que se combata el hurto, así sea a expensas de nuestro confort en algunos aspectos de la vida cotidiana.  Así pues, la premisa de que “lo que es de todos no es de nadie” felizmente no parece cumplirse en este caso.

Lo que sí se ha ventilado abundantemente por personas y organismos son las pérdidas económicas que esta situación está generando o podría generar.  No trato en ningún momento de minimizar la situación, pero creo que este discurso alarmista, catastrofista incluso, tiene su origen en nuestra manía de medir todo bienestar en pesos y centavos.  Creo que esto tiene un posible sustento en una concepción común en los últimos treinta años, lo que en inglés suele llamarse “trickle down economics” y que traduciría cautelosamente como la economía del derrame o del escurrimiento.   La idea es que mientras más ganen los ricos (personas o empresas) más derramarán hacia las otras clases sociales.  Se usa frecuentemente la imagen de la pirámide de copas de champagne para visualizarlo.  Alguien sirve el champagne en la copa que está en la punta de la pirámide; cuando esta se llena, escurre o se derrama la bebida hacia las que la soportan y así en cada una de las capas hasta que todas tienen algo de líquido, idealmente la misma cantidad.  Este concepto es el que justifica los apoyos extraordinarios a las empresas, las reducciones de impuestos y demás facilidades fiscales, siempre con la idea de que mientras más ganen, más derramarán, más riqueza escurrirá y nos llegará a todos.

En la práctica se ha demostrado que en general no funciona así.  Hay estudios que demuestran que las ganancias extraordinarias se van a toda clase de destinos, menos a las manos de las clases medias y bajas.  Los altos funcionarios de la empresas se conceden bonos adicionales a sus ya abultados sueldos, o se los aumentan, se dan nuevas prestaciones, “guardan” reservas en paraísos fiscales, buscan comprar nuevas empresas o ampliar las que manejan o poseen; al final no queda gran cosa que repartir o “derramar”.  Alguna vez me contaron, como anécdota y ejemplo, el caso de un presidente de banco en Estados Unidos que una vez que logró un trato preferencial de parte del gobierno para sacar a su banco de una crisis financiera, esperó unos meses a que la situación se normalizara… y entonces compró un avión nuevo para el banco.  Suele decirse, en tono de broma, que en muchos casos la copa de hasta arriba de la pirámide tiene la propiedad mágica de crecer con el líquido que recibe.

Sin embargo, el caso contrario no es del todo simétrico.  Cuando a una empresa o un empresario le va mal, suele desparramarse el infortunio entre los de abajo en innumerables formas.  Tenemos reducciones de horarios laborales, bajas en el sueldo, cancelación de prestaciones, ocultamiento de producto en espera de que suban los precios para intentar reducir las pérdidas, aumento en los precios de los productos, especulación y en los peores casos quiebras y cierres de empresas.  A diferencia de la riqueza el infortunio sí acaba repartiéndose entre todos, aunque rara vez en forma pareja.

Dice una popular paradoja que toda generalización es mala, y las que hago más arriba no escapan a esta regla; sin embargo, las asimetrías que de forma esquemática he intentado describir existen también en nuestro medio y sin duda han sido la causa de una situación social bastante complicada en nuestro país y en el mundo.  Es hora de buscar nuevos caminos, porque también se dice (atribuyéndolo falsamente a Einstein) que hacer lo mismo una y otra vez esperando resultados diferentes es la definición de la locura.

 

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