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viernes, marzo 29, 2024

Demasiados seguros

Una vez me contó un amigo una curiosa versión sobre el origen de los seguros; según esto, en las tabernas que se ubicaban a lo largo del Támesis, en Londres, en algún siglo pasado, se reunían los viejos marinos a ver zarpar los barcos.  Cada barco que salía por el río suscitaba una discusión sobre si volvería o no volvería, que a su vez llevaba a unos a apostar que sí y a otros que no.  Los armadores o dueños de los barcos cayeron en la cuenta que podían sacar algo de provecho de ese juego: apostaban entonces a que su barco no volvía.   Si el barco efectivamente se hundía o era capturado por algún vago enemigo, al cobrar la apuesta se reponían en alguna medida de la pérdida; pero si volvía y perdían la apuesta, entonces pagaban de las ganancias que el viaje les había reportado y aun les quedaba un respetable margen a ellos.

Ignoro si la historia es verídica, pero se ajusta tan bien al sentido de apuesta de los seguros de toda índole que no me extrañaría que lo fuera.  En nuestra vida diaria apostamos a que vamos a tener un accidente, a que nos van a robar el auto, a que vamos a morir antes que nuestra o nuestro cónyuge y por supuesto estamos constantemente apostando a que nos vamos a enfermar.  En concreto los seguros son una apuesta a que nos va a ir mal.  La mayor parte del tiempo perdemos estas apuestas, pero cuando por desdicha la ganamos el dinero así obtenido nos sirve para paliar un poco el infortunio.  Claro que la mayoría de estas apuestas son voluntarias y nosotros decidimos monto y condiciones, pero ahora que surge la discusión sobre la conveniencia o no de cancelar el Seguro Popular me parece que es el momento propicio para volver a discutir si la Salud Pública puede ser una apuesta en este sentido, cuál es su situación y su carácter de derecho humano.

De entrada, como ya lo expresé en otro artículo (Dinero por nada) el simple hecho de que no nacemos por nuestra propia voluntad y entramos a formar parte de una comunidad ya establecida, como parte de ella y como una forma de preservar nuestra especie con su cultura, costumbres y demás, ya debería ser una razón suficiente para recibir de la comunidad garantías de una vida digna.  En el artículo citado hablaba de una renta básica, pero con mayor razón se puede defender el punto para el alimento, la vivienda, la educación y por supuesto la salud.  En la actualidad la salud está cubierta solo en parte y de alguna manera bajo el esquema de apuestas que citaba al principio: contribuimos con una cuota y en caso de necesidad eso cubre, la mayoría de las veces, el proceso terapéutico. Mi concepto va un poco mas allá: no estoy en contra de contribuir a un fondo general de la salud, el mecanismo creo que es irrelevante para la discusión, pero eso no debe ser una apuesta sino un verdadero fondo de solidaridad: el que se enferme, de lo que sea, será atendido cueste lo que cueste y no debe haber restricciones sobre si una enfermedad está cubierta o no, al menos en mi opinión. Y esto debería valer para todos los humanos, hayan contribuido al fondo o no.  Este esquema sería una verdadera garantía de que la salud es un derecho universal que nos corresponde por el simple hecho de haber nacido aquí.

¿Cómo implementar esta utopía? Pues desde luego no creo que ayude el parcelar en varias instituciones el servicio de salud y en esto coincido con la opinión del Dr. Virgilio Fernández del Real.  Creo que tener múltiples organismos de salud: IMSS, ISSSTE, ISSEG (en Guanajuato), Secretarías de Salud federales y estatales, diluye los recursos y la responsabilidad.   Cuando el presidente Calderón creó el Seguro Popular pensé (y pienso) que iba en la dirección equivocada.  Sobre si funciona o no la verdad es que no tengo datos concretos y eso parece ser justamente lo que está a discusión, pero coincido con quienes piensan, basados incluso en el modelo exitoso de otros países, que la salud pública debería depender de un solo organismo, que debería ser mucho mas asequible de lo que es hoy, con un sistema de citas que permita solicitarla por teléfono o por internet, con mas consultorios de primer contacto y eventual seguimiento, distribuidos en los distintos barrios de las ciudades, con un buen hospital al menos en cada ciudad que supere un cierto número de habitantes.  No me parece descabellada la idea de tener una industria farmacéutica pública, manejada por el mismo sistema de salud, que garantice a buen precio las medicinas mas necesarias.  Según me dicen los expertos el número de medicinas que se aplican en un 80% o 90% de las enfermedades no son muchas, y lo que sí hemos visto en años recientes es que los dueños de las patentes de algunas de las medicinas de excepción aumentan desorbitadamente el precio sabiendo que tienen el monopolio. Tal vez sería bueno recordar en este contexto el caso de la India, donde algunas patentes no son reconocidas y el producto es fabricado en el país justamente para abatir el costo de la medicina. Desde el punto de vista académico y de investigación tener a todos los médicos de algún modo unidos en este organismo debería representar una ventaja, lo mismo que los equipos sofisticados y los expertos de muchas áreas de la medicina moderna.  Esta gran organización podría, además, jugar un rol mucho mas eficaz que las múltiples instancias actuales en la medicina preventiva, en impulsar los hábitos propios de una vida saludable, que es hacia donde realmente nos deberíamos mover en términos de salud pública.

Yo sé (casi escucho) muchas de las objeciones que provocará lo que llevo expuesto. Para que este esquema funcione tendremos que desterrar un sin fin de intereses de diversa índole, acabar con la corrupción, desmembrar cotos de poder: en una palabra cambiar el país; pero también pienso que por una vez en la vida podríamos, como país, apostarle a algo en lo que vamos a ganar y no a perder.

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