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viernes, abril 19, 2024

Güerita, de ojos claros

A partir del 20 de septiembre pasado y prácticamente toda la siguiente semana el movimiento por detener el cambio climático tuvo un impulso como nunca antes se había visto.  De las manifestaciones, solo del primer día se calculó que salieron más de 4 millones de personas en todo el mundo a la calle, de las que hubo en Canadá el viernes pasado se dice que eran más de 500,000, solo en la ciudad de Montreal, y podríamos llenar hojas de estas estadísticas.  La ONU se ocupó toda la semana del tema y los discursos y las declaraciones abundaron.  Parecería que al fin la conciencia del problema empieza a tomar forma, que el ciudadano común y corriente se harta de la inacción de los políticos.

Central a este movimiento es la figura de Greta Thunberg, una chica sueca actualmente de 16 años, que lleva más de uno de su corta vida agitando para crear esta conciencia.  No es la única, tampoco la primera, pero al día de hoy es sin duda la activista más conocida, al punto que ha sido propuesta como candidata al Premio Nobel de la Paz y su participación en muchos foros, incluida la ONU, ha sido ampliamente difundida.  Es natural que se le asocie como símbolo y como uno de los líderes de este gran movimiento por el futuro del planeta.

Casi al día siguiente de las manifestaciones multitudinarias del viernes 20 empezó la reacción.  A estas alturas del partido (como suele decirse) no es creíble que alguien salga con que el cambio climático es un cuento chino o algo equivalente.  Creo que para la gran mayoría de la gente ya es evidente que los cambios que se han visto este año en términos de aumento de las temperaturas, la fuerza y el comportamiento de los huracanes, el deshielo de los glaciares y otras manifestaciones de la naturaleza que han sido explicadas y previstas incluso por la ciencia ya no dejan margen a pensar que es un asunto de creer o no en el cambio climático.  Seguir en esa tesitura sería tan tonto como subir a la azotea y negando a voz en cuello la ley de la gravedad brincar al vacío.  No creo que nadie logre volar así.

Atacar en forma seria y honesta el problema del cambio climático va a costar dinero y sobre todo se lo va a quitar a ciertas industrias clave que viven de los combustibles fósiles, de ciertos productos alimenticios, de la industria automotriz.  No podemos tener a la vez un plan de contención al cambio y un “bussiness as usual” como dicen los angloparlantes.  Si lo hacemos bien, el mundo debe cambiar drásticamente con el consiguiente deterioro de ciertos bolsillos y la salvación de muchas vidas y la mejora de las condiciones de vida de la casi totalidad del planeta.  La imagen propuesta por Greta Thunberg de la extinción en masa no es exagerada y afecta sobre todo a las zonas y a la gente más pobre.

En estas condiciones, no pudiendo desacreditar el mensaje, qué mejor que hacerlo con el mensajero: ¡abajo Greta Thunberg!  Lo más extraordinario, a mis ojos, no es quizás la ocurrencia misma del ataque y el absurdo de sus contenidos, sino la caja de resonancia.  Que gente que no tienen personalmente nada que ganar, mucho que perder, y un cierto nivel de educación se haga eco de esta campaña de descrédito si me sorprendió.

Los ataques en sí son de muchos tipos y abarcan muchos temas.  Más o menos los agruparía en dos: Greta es manipulada por una oscura mafia, por un lado, y por otro se cuestiona por qué a ella se le escucha cuando otros luchadores, morenos o cobrizos y de ojos negros, ya han dicho lo mismo antes.

Sobre el primer punto creo que mucho tiene que ver cómo cada quien analiza su entorno.  Confieso que por años seguí la lógica que de algún modo asocio a algunos intelectuales de izquierda de preguntarse a cada paso del camino a quien sirve tal o cual idea o discurso, quien tira de los hilos en esta o aquella situación.  Una especie de teoría de la conspiración permanente.  En algún momento cambié mi estrategia: escucho el discurso y si me convence según mis propias ideas y fuentes de información, es decir lo que finalmente sé y creo, lo acepto.  Si no, entonces puedo analizar las discrepancias y tal vez encuentre, jalando algún cabo suelto, que efectivamente hay otros intereses que no necesariamente tienen que ver con el discurso.  Creo que esto simplifica bastante las cosas: si hay acuerdo, se acabó; si no lo hay, investiguemos por qué.

En el caso de Greta creo que su discurso es muy claro y efectivamente mucha gente antes lo ha tenido, el hecho de que ella se haya logrado hacer escuchar puede depender de muchos factores, pero no al de que hay “gato encerrado”.

Muchas de las teorías de conspiración en el caso de Greta tienen en común que aparecen primero en publicaciones de derecha, o que se hacen eco de demandas de derecha: el brexit, detener la migración, acabar con el feminismo, etc.  No tiene realmente nada de raro que tampoco les guste la idea de cambiar el modus vivendi para detener el cambio climático, si así viven muy bien.

En cuanto a la suposición de que ella sí logró hacerse escuchar por ser güerita y de ojos claros, yo creo que es al revés, aunque tal vez para muchos no sea obvio: logró llegar donde está por ser sueca, ciudadana del primer mundo, y muchos de sus paisanos son así: rubios.  Siempre me ha parecido increíble que para mucha gente en mi entorno la denominación de primer o tercer mundo no es más que eso: una denominación, como si dijéramos Guanajuato o Michoacán, una especie de lugar geográfico.  No se dan cuenta que la clasificación de primero mundo lo es por la calidad de vida: buena educación, buena información, buena salud, buenas condiciones laborales, un buen ambiente social.  En este clima no tiene nada de raro que una persona inquieta e inteligente no solo tenga la oportunidad de hacerse de un conocimiento y un discurso excelente a los 15 años, también tiene los medios, gracias a la conciencia y la protección social, para empezar a difundir con éxito su mensaje.  No hace mucho tuve la ocasión de sondear a tres grupos de estudiantes de secundarias rurales del estado sobre los temas de ecología y del clima.  Era gente ligeramente menor que Greta Thunberg y mi impresión fue que no tenían ni remotamente el conocimiento sobre lo que está pasando en el planeta, y en consecuencia no tienen tampoco la conciencia del problema en el que se van a meter… perdón, en el que los estamos metiendo.

Claro que hay excepciones, muchos jóvenes y no tan jóvenes en latinoamericana, México incluido, se han levantado en contra de las injusticias de toda índole, climáticas y ecológicas incluidas: minas, presas, en defensa de los bosques, contra los pesticidas y los transgénicos, etc.  Muchos de estos latinoamericanos excepcional están muertos o desaparecidos.  Si Greta Thunberg fuera morena y de ojos negros, tal vez estaría en el mismo lugar de la historia que lamentablemente ocupan los 43 de Ayotzinapa, cuyo aniversario también celebramos esta semana, aún sin resultados claros.

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