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martes, abril 16, 2024

Hora de cambiar

“…en el incierto umbral de un nuevo siglo y un nuevo mileno (esas absurdas convenciones que nos hemos inventado los humanos)…”

Alberto Blanco – La poesía y el presente.

 

La primera vez que se aplicó en todo el país el horario de verano en un pueblo del Estado de México, de cuyo nombre trato de no acordarme, se decidió mantener el horario de invierno durante todo el año.  La explicación, según me la contaron, era sencilla: el cura del pueblo los convenció de que lo que Dios ha establecido no puede cambiarlo el hombre. Este argumento, digamos teológico, es uno entre muchos de los que los enemigos de la implementación del horario de verano esgrimen.  Por estos tiempos que corren hay un nuevo intento por cancelarlo, ya no solo en México sino al parecer en Europa también.

En “Tiempo y Memoria”, libro de ensayos de 1968, Jaime Roig abre el primer capítulo con la frase “Acaso hablar del tiempo sea la mejor manera de perderlo…”. Correré el riesgo en este artículo.  Quiero dar mi opinión sobre este complicado asunto y algunos de los prejuicios (en mi óptica) que pesan sobre el horario de verano.

Hablar de la existencia misma del tiempo, más allá de la percepción que de él tenemos los humanos, es, insisto, un espinoso asunto.  Sin embargo, creo que debe quedar claro que la forma de medir eso que llamamos tiempo es totalmente artificial e inventada por nosotros. ¿Porqué 24 horas? ¿Por qué no 12 ó 36? ¿Porqué sesenta minutos en una hora?  En fin, si aceptamos que esto son convenciones, aunque sean anteriores a nuestra propia vida, deberíamos estar de acuerdo en que modificarlas según sirva a nuestros intereses colectivos actuales tendría que ser igualmente posible, de ahí la idea de los horarios de verano: en el fondo no se trata más que de aprovechar mejor la luz del sol, dado que la inclinación del eje de la tierra respecto a su plano de traslación hace que la variación de la iluminación solar dependa de las estaciones y no sea, además, igual en todas las latitudes. Pero esto es bien sabido, la idea es antigua, comúnmente se le atribuye a Benjamín Franklin.

Los argumentos que se emplean en contra de esta práctica me parecen falsos y difíciles de demostrar.  Empecemos por el efecto en el cuerpo humano.  Mucha gente dice que después del cambio de horario se siente mal o desorientada por unos días.  Un huso horario cubre 15º, la distancia entre Guadalajara y Mérida equivale más o menos a 14º, en un viaje aéreo entre ambas ciudades, aún sin cambiar de hora, el cuerpo debería resentir ese cambio relativo en la posición del sol respecto a la que tendría en la otra ciudad.  Según la dirección del viaje sería como pasar del horario de verano al de invierno o viceversa y un pequeño malestar debería aparecer y, sin embargo, no tengo noticias de que suceda.  No digamos lo que pasaría entre León y La Paz, París o Santiago de Chile. Si realmente hubiera algo fisiológico en esto ¿no tendrían innumerables problemas los pilotos aviadores o las azafatas en sus viajes? ¿La gente que cambia de turno, o que trabaja turnos, digamos, no convencionales? ¿Las ocasionales desveladas que a veces tenemos que realizar por diferentes motivos? En este sentido debo decir que he conocido a suficientes hipocondriacos en mi vida como para entender que mucha gente se sienta genuinamente afectada por el cambio y no por alguna de las otras causas, pero apostaría a que tiene más que ver con la sugestión que con la fisiología.

Se dice también que en el campo no funciona y eso estoy en la mejor disposición de creerlo dado que los animales no se rigen por el reloj y otras actividades agrícolas también dependen de la luz solar, pero eso pasa igual con o sin horario de verano.  Si tomamos en cuenta que la población rural es mucho menor que la urbana y que el objetivo es ahorrar energía en las ciudades, donde sí se pueden organizar y programar las actividades, creo que se puede hacer una excepción.  De hecho, aun en las ciudades hay servicios, como el que prestan los choferes de taxi, por ejemplo, que son de 24 horas y en consecuencia no los afectan los cambios de horario.

Se dice que no se gana nada.  Esto tiene dos interpretaciones y dos vertientes:  Si lo que se busca es verlo reflejado en la factura de la luz debo decir de entrada que no creo que ese sea el sentido, además de que -una vez más- no creo que la bondad de nuestras acciones se tenga que medir necesariamente en dinero.  En la otra vertiente esta es una medida que busca acotar el dispendio de recursos. Tratar de usar la luz del sol y no la artificial es como llevar la bolsa de tela al súper, usar botellas de vidrio para el agua, rechazar el unicel, cargar con la taza cuando se quiere ir a buscar un café en vez de usar envases desechables.  El punto aquí no es que no ganemos nada con esta acción específica, es que no lo perdamos todo si seguimos en la vía consumista.  Si lo que se quiere decir es que el impacto no ha sido el esperado, creo que eso difícilmente es culpa de la medida en sí. ¿Cuanta gente llega a su oficina y prende la luz a cualquier hora del día, independientemente de que haya sol o esté nublado? ¿Cuantas veces dejamos las luces prendidas al salir de un cuarto? Somos una sociedad de consumo y desperdicio y lo mismo se ve con el plástico, con el agua, con la gasolina y en el caso que nos ocupa con la energía.  Lo que nos falta no son ideas ni propuestas, es disciplina y entender el trasfondo de las cosas.  Más que acabar con el horario de verano habría que hacer un honesto esfuerzo por hacerle llegar a la gente las razones de la medida y convencerla de que se aplique a proteger el medio ambiente.

Desafortunadamente esta arremetida contra la idea de aprovechar más el sol se da en un contexto que algunos empiezan a llamar de la anti-ciencia.  Hace algunos años descubrí la existencia de la Sociedad de la Tierra Plana y me pareció muy divertido que aún existiera en nuestro tiempo, pensaba que la idea finalmente se había extinguido en los años 30 del siglo pasado.  Hoy me parece sintomática de un cambio siniestro. Tal pareciera que las evidencias científicas en torno a cuestiones como al calentamiento global y el cambio climático, los efectos nocivos de los pesticidas, la sobreproducción de basura, la reducción en la fauna de todo tipo son cuestiones de opinión y no resultado de estudios.  El caso de la campaña contra las vacunas y la reaparición del sarampión en zonas donde estaba totalmente controlado nos deberían hacer pensar en las consecuencias de actuar sin evidencias sólidas.  Según algunos estudios recientes podríamos tener solo once años, hasta el 2030, para cambiar nuestros hábitos por otros mucho más sustentables antes de que ocurra una catástrofe, o empiece un cambio no reversible.  Más que hablar de cambiar el horario de verano creo que deberíamos hacer conciencia de que es hora de cambiar nuestra forma de vida.

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