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viernes, abril 26, 2024

Las Buenas Conciencias contraatacan…

Me propuse firmemente no tocar el tema del feminismo por estas épocas; tengo también por norma no escribir enojado, resulta siempre contraproducente. En fin, eso dije, o pensé, pero como diría el entrañable Felipito que puebla la tira cómica de Mafalda: uno nunca acaba de conocerse, paso pues sobre mis propósitos y voy a abordar el tema aun contra lo que recomendaría el buen sentido en estos momentos.

El 8 de marzo no se “celebra” nada, se conmemora un acto bárbaro que refleja el estado de sumisión e indefensión que sufre (aún) de forma indignante la mitad de la humanidad. Para mi el objetivo principal del 8 de marzo debería ser lograr que se vuelva obsoleto, innecesario, un día en que las generaciones futuras recuerden que la cordura no siempre imperó sobre el planeta.

En plena manifestación del 8 de marzo un tipo se me acercó con cara de fastidio y me dijo algo así como “¿y esas que piden?”, no se bien que le contesté, pero debió ser algún subconjunto de las múltiples razones que nos hacen, a las feministas (y me reclamo con orgullo de ese grupo), luchar por una mejor sociedad.

Entre esas razones, aún cuando han sido repetidas hasta el cansancio, cabe mencionar que por cuestiones de género las mujeres todavía no gozan hoy de las mismas oportunidades que los hombres,  los cargos de mas responsabilidad suelen ser ocupados por hombres, se estima que ganan en promedio un 30% menos que sus contrapartes masculinas por un trabajo igual; trabajan de hecho más, ya que una vez salen del trabajo formal, remunerado, llegan a casa a seguir con las tareas del hogar: hacer la comida, la compra, lavar la ropa, los platos, el aseo en general; es común que si hay ancianos, enfermos o niños asuman su cuidado, y en algunas sociedades mas apegadas a la tierra son las encargadas de los medios mas básicos de subsistencia como acarrear el agua, hacerse cargo de la huerta familiar y/o de los animales domésticos, por supuesto sin paga.  Y me estoy quedando corto, pero no quiero hacer de esto una lista sin fin.

Es cierto que en algunas sociedades que han hecho algo mas de conciencia, los hombres hemos aprendido a meter el hombro, y a veces incluso a hacernos cargo de los problemas del hogar y de los cuidados de niños, enfermos y ancianos; pero el desbalance aun es marcado en contra del genero femenino.

A todo lo anterior hay que sumarle una vulnerabilidad que se expresa en muy diversas formas: acoso laboral mas pronunciado que el de los hombres, acoso sexual, violaciones, violencia física, hasta llegar a la punta de la pirámide, a la que por sus características tan aberrantes como definidas hemos tenido que inventarle un nuevo nombre: el feminicidio.

Esto último ya es uno de los primeros escollos para que la buenas conciencias entiendan el problema:  no es una cuestión de números o de estadísticas o de frecuencias.  Es la forma y la razón por la que este tipo de crímenes se cometen.  A las mujeres las matan por ser mujeres, en condiciones en que ese “ser mujer” se expresa en la crueldad del acto, en el trato del cadáver, en la sordidez toda del contexto y las razones o la falta de ellas.

En los meses que llevamos de este año, solo para hacer un inventario mínimo de horrores, nos hemos topado con feminicidios desde niñas de 7 años hasta abuelas de 84.  Sale a la luz ¡al fin! el feminicidio de una campesina de 70 años, ocurrido hace ya muchos, que fue perpetrado por soldados, mismos que estaban en su región y su pueblo para cuidarla. En medio de esta pesadilla, y en plena madrugada del 8 de marzo, muere Nadia en Salamanca. ¿Por qué? Quiero ser muy cuidadoso con mis palabras y mis ideas en esta parte (ya mencioné que estaba enojado).  Este tipo de actos nunca tienen, no pueden tener, una justificación; pero ocasionalmente tienen alguna forma de “explicación” que a la postre no lo es: intento de robo, violación, una pareja sentimental iracunda.  En el caso de Nadia no he podido encontrar nada de eso, si lo hay no se ventiló en las medios que habitualmente sigo.  A Nadia la mataron porque sí, porque en México se puede matar impunemente a una mujer, aún el 8 de marzo, sin siquiera requerir algún amago de pretexto.

¿Es de extrañar, en estas condiciones, que las mujeres estén hartas?  Claro que no.  Si el hartazgo se manifiesta de manera violenta, afortunadamente solo contra bienes materiales, aunque sea históricos, creo que es comprensible.  Cada quien asume la expresión de su ira, y si la mayoría busca otros caminos, algún pequeño grupo no ve futuro en seguir con el mismo discurso, y por la forma y la magnitud de la reacción a sus actos, se diría que no les falta razón: ahora sí las están viendo.

Rasgarse las vestiduras por la desacralización de los símbolos, así sean tan importantes como la estatua de la Plaza de la Paz o el Teatro Juárez, es típico de la ceguera de las Buenas Conciencias.

Algunos grupos “progresistas” buscan una razón mas política para indignarse: son provocaciones del otro bando. ¿De verdad es tan difícil entender cuando alguien ya se hartó de buscar por las buenas la comprensión y la solidaridad?

Contra las pintas a estos monumentos surgen las voces airadas de las Buenas Conciencias.  No importan las razones que llevaron al acto, no importan los acosos que ese mismo teatro vio no hace tanto.  No importan las complicidades con los violadores, los feminicidas, los acosadores. No importa Nadia.

La paradoja adicional que yo encuentro, y no me estoy saliendo del tema, es que la situación de la mujer es solo uno de los grandes problemas de nuestra época que no se atienden.  Otro, junto con la situación económica, es la situación medioambiental.  No puedo dejar de pensar en las predicciones catastrofistas a propósito de las consecuencias del cambio climático, por ejemplo.  Según una de ellas podríamos estar muy bien a las puertas de una nueva extinción masiva y un cambio tal que no quede mucho de lo que irónicamente llamamos “civilización”.  En estos escenarios es de esperarse también una gran destrucción de la obra del ser humano y de la sociedad como la conocemos.  Imagino, en algunos cientos de años, que el equivalente de nuestros actuales arqueólogos removerán las ruinas de lo que alguna vez fue el gran Teatro Juarez, no sé si entonces encontraran trazas de la pintura que lo mancilló, pero estoy seguro de que tampoco verán muchas señales de una real inteligencia en nuestra época.

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