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martes, abril 23, 2024

Réquiem

“Fue en España donde mi generación aprendió que uno puede tener razón

y ser derrotado, que la fuerza puede destruir el alma,

y que a veces el coraje no obtiene recompensa”

 Albert Camus.

El pasado 17 de diciembre uno de los últimos miembros de esa generación falleció en Guanajuato.  Virgilio Fernández del Real perdió la guerra en España, llegó a México en 1939 y los siguientes 80 años continuó luchando por lo que consideraba justo.  Conocerlo y conocer su trayectoria es ponerle nombre y cara al famoso texto de Bertold Brecht que empieza diciendo: “Hay hombres que luchan un día y son buenos…” para terminar definiendo a los imprescindibles como los que luchan toda la vida.  Así era Virgilio.

Lo conocí hace unos 20 años, ya era un octogenario que no sabía estarse quieto. Yo no sospechaba (y me imagino que él tampoco) hasta qué punto nuestras vidas correrían un trecho paralelas. Hablar de él es a la vez fácil y difícil.  Fácil porque era finalmente un personaje bien conocido en nuestro medio; difícil porque la diversidad de facetas en su vida, sus actos y sus pensamientos invitan a una reflexión y una profundización para la que un texto de la longitud de esta columna no se presta del todo.

Lo primero que hay que decir es que políticamente, dicho por él todavía una semana antes de morir, era comunista y eso desde los trece años, lo cual lo llevó a militar en varios de los partidos de izquierda de nuestro país siendo miembro fundador de Morena en el estado y miembro todavía al morir. Esta militancia nunca le impidió manifestar sus desacuerdos con el partido y con la izquierda en general cuando algo no le parecía. Ante todo, era una persona analítica y crítica con su entorno.

Era altruista, lo que en mi opinión es una consecuencia de su militancia en la izquierda.  Para mí ser de izquierda, reducido a su mínima expresión, es privilegiar el interés colectivo sobre el individual, pensar en el conjunto, en la sociedad, antes que en el individuo y las ventajas individuales, buscar el bien para todos.  Esa es mi posición y en los hechos era la de Virgilio por lo que yo veía y por lo que contaba de su vida. No puedo decir que esto lo hayamos discutido alguna vez, pero como dice el dicho: lo que se ve no se pregunta. Coincidíamos y ya.

Creo que este altruismo y su experiencia como estudiante de enfermería primero y luego miembro de los cuerpos de sanidad de las Brigadas Internacionales durante la Guerra de España lo llevaron a estudiar medicina en México.  Como médico ejerció en Guanajuato por muchos años y ese conocimiento, más lo que pudo ver en otros países, particularmente en España donde volvió a pasar temporadas una vez muerto Franco, lo llevó a una reflexión profunda y muy completa de lo que debería ser un sistema de salud (o sanidad, como él prefería llamarlo) verdaderamente universal para nuestro país. Para Virgilio el triunfo de Morena en las elecciones del 2018 tenía que concretarse en acciones como esa: unificar los múltiples servicios médicos con los que contamos y crear uno solo, nacional, gratuito y eficiente.

Aunque la salud era su principal preocupación, había estudiado y tenía ideas y propuestas en muchos otros temas, sobre todo de servicios públicos como el agua o el transporte.  Consciente de los problemas medioambientales, Virgilio fue la primera persona directamente conocida mía que buscó proveer su casa de energías alternativa, tanto eólica como solar.  Estos primeros intentos de una tecnología que estaba un tanto en pañales no funcionaron del todo, lo que no lo desanimó. Varios años después, siendo casi centenario, volvió a la carga y mandó poner paneles solares de los de nueva generación para reemplazar los viejos intentos que ya no servían.  Igualmente le preocupaban el ahorro del agua y el manejo de la basura.  Era un ecologista.

Circula por internet la historia de que cuando le propusieron a Winston Churchill recortar el gasto de cultura para invertir ese dinero en el esfuerzo de la guerra contestó “¿pero entonces para que estamos luchando?”.  Está bien establecido que tal situación nunca pasó, al menos no así, la anécdota es falsa, pero en cambio, en los hechos, Virgilio hubiera podido muy bien suscribir la frase.  Si luchaba con todo su ánimo por la justicia social también es cierto que le dedicaba un enorme esfuerzo a la cultura en general.  En esto, una vez más, me sentía y me siento totalmente identificado. La Cultura, con C mayúscula, es una de las cosas que nos define y nos diferencia de otras especies del planeta.  Yo también pienso que vivir mejor no solo se refiere a la comida, el abrigo, la salud, la vivienda, se refiere también a tener acceso a aquello que nos colma el intelecto, el ánimo y los sentidos como la música, la pintura, la escultura o la literatura.  Luchar para esto, para hacer la vida agradable y plena en todos sentidos.

Virgilio buscaba el arte y las artesanías como expresiones humanas, y coleccionó muchos objetos de diversos tipos. Rescató y reconstruyó una exhacienda que hizo primero su morada y luego, como cristalización de estos afanes por la cultura y las artes, creó ahí un museo con el nombre de su primera esposa, la artista canadiense Gene Byron.  Este museo, como bien dice un amigo común, funciona como una Casa de la Cultura de Marfil más que como un museo estático.  A lo que ahí se expone hay que añadir los cursos que se dan o se han dado de música, pintura, fotografía, historia del arte y varios más, así como los ya habituales conciertos del domingo.

“…los hay que luchan toda la vida:  esos son los imprescindibles”.  Tras casi 101 años de lucha, nuestro camarada finalmente descansó.  Requiém, el título de esta nota alude, por un lado, el más conocido, a una oración fúnebre, una obra musical en honor de un difunto; pero, por otro, su sentido etimológico real viene del latín requïes o descanso.  Descansa pues Virgilio Fernández del Real, lo tienes bien merecido.  No puedo prometer que los que quedamos estaremos a tu altura, pero sí que con tu ejemplo al menos lo intentaremos.

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