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miércoles, abril 24, 2024

Volver a la (a)normalidad

Se atribuye al Dalai Lama la frase “Cuando pierdas, no pierdas la lección”.  En estos tiempo de crisis que empezó como una emergencia sanitaria y poco a poco se ha extendido hasta cubrir prácticamente todos los aspectos de nuestra vida: salud, empleo, educación, vida en sociedad o en familia, comercio, etcétera; es evidente que lo que era “normal” hace más o menos un mes tenía en el fondo una serie de fallas y de anomalías que hoy muestran su peor cara.  Mucha gente ha notado esto y mucha está ya activamente analizando aspectos, pensando en el “después de” y en lo que tendríamos que hacer tanto para mejor las condiciones como para buscar que si esto se repitiera (y muchos no dudamos que se repetirá) no nos pesque tan desprevenidos.  La idea es pues no perder la lección.

La resiliencia, este concepto que engloba la capacidad de resistir y recuperarse lo mejor posible a la adversidad y que ha encontrado su lugar en áreas como el urbanismo o los estudios sobre adaptación al cambio climático, hoy me parece que funciona de maravilla para describir lo que necesitamos imbuirle a nuestra sociedad con el propósito de enfrentar este tipo de emergencias, dejo de lado, de momento, tanto el posible origen como sus mecanismos de propagación.

¿Que podemos hacer para volvernos socialmente mas resilientes?

Me parece que la primera conclusión, que no es nueva, es que requerimos un sistema social de salud.  Esto está en construcción y debería a largo plazo reemplazar al sistema múltiple de seguros públicos y privados.  No se trata, obviamente, de prohibir la medicina privada o los seguros de toda índole; pero si la línea base es que el estado debería garantizar a sus ciudadanos la salud, hoy debemos reconocer que está sumamente descuidada en todos sentidos.  Las razones son obvias y conocidas: la privatización de todo; pero la respuesta también debería ser clara: volver a un sistema robusto de salud único, con presupuesto, buenas instalaciones, insumos suficientes, buenos empleos.  Después de todo,  problemas de la magnitud del que vivimos no pueden quedar al azar de los mercados, es el gobierno quien debe responder y bien.

En la misma línea de ideas está la precariedad laboral.  Mucho se ha sacrificado a la ganancia, el crecimiento permanente y la supuesta competitividad en nuestra sociedad con la esperanza de que la riqueza que se obtendría así se desparramaría de regreso en la sociedad.  Eso simplemente no funciona.  En estos momentos de crisis caemos en la cuenta no solo de los millones de pobres que tenemos, sino de los que viven al día, de los que no pueden darse el lujo de dejar de trabajar y resguardarse en sus casas. En otras ocasiones me he manifestado a favor de la idea de la Renta Básica Universal, el sencillo principio de que si no pedimos venir a este mundo ni formar parte de esta sociedad, un gesto solidario sería apoyarnos y protegernos entre todos.  El tener una cierta cantidad de dinero asegurada nos garantiza muchas cosas como el abrigo y el alimento.  Esta idea, por descabellada que parezca, ya se está contemplando en lugares como España a consecuencia de los efectos de la pandemia.  Además, claro, no estaría mal revisar la situación laboral de millones de trabajadores que sufren de esa precariedad y las leyes que se han ido degradando hasta permitirla.

La pandemia oculta momentáneamente un peligro mucho mayor, que es el del cambio climático, pero un efecto no del todo inesperado de nuestro actual encierro mundial tiene que ver con el hecho de que la súbita ausencia de actividad humana mejora en muchos sitios y de muchas formas el medio ambiente y reduce la contaminación.  Diríamos que nuestra huella de carbón individual y colectiva de repente disminuyó.  ¿Podemos mantener esa sorpresiva ventaja de la pandemia?  Pienso que sí, y hay varias cosas que no sería complicado implementar.  En el aspecto laboral se puede fomentar en la medida de lo posible el trabajo desde casa con lo que se reducen los traslados.  Esto ya es técnicamente posible en muchos casos, como creo que ha quedado demostrado.

En cuanto a los traslados inevitables, una vez más, el sentido común vuelve a mostrar que un coche por habitante es una locura a largo plazo, el transporte colectivo eficiente, sustentable y a buen precio tiene forzosamente que ser una alternativa en el corto plazo.

Algo parecido pude decirse del comercio, buscar fomentar el comercio local en los barrios y diferentes sectores de las ciudades:  que comprarle al abarrotero de la esquina no sea la última opción sino propiamente la primera para la mayoría de nuestras necesidades.

Todo lo anterior no podrá suceder si seguimos con el mismo modelo económico que hasta ahora.  Creo que la mayor lección de todo esto es que pensar en que se puede prescindir del gobierno, en todos los niveles, y dejar las cosas al azar del mercado es lo que causa la descoordinación de los esfuerzos y la falta de recursos en un momento dado.  Es necesario devolver su capacidad regulatoria y organizativa a los gobiernos y desde luego organizarnos como ciudadanos para asegurarnos que cumplen sus cometidos para los fines colectivos.  Esto va a implicar mas impuestos tal vez, no hay problema si los salarios suben en la medida adecuada.  A fin de cuentas esto vendría siendo como invertir en una especie de fondo de resistencia para tiempos de vacas flacas y a la larga una mejor distribución de la riqueza, que es otro de los flagelos que ha quedado al descubierto.

Este es un esbozo precarísimo de lo que pienso que habrá que hacer, pero para mi el “no perder la lección” pasa necesariamente por aumentar la resiliencia social, para que la gente pueda aguantar estas sacudidas y salir con bien.

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