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sábado, abril 20, 2024

Yalitza y la Ciencia

Hace unos años se hizo muy popular un chiste que iba más o menos así: estaba un pescador en una playa buscando cangrejos entre las rocas.  Cada vez que atrapaba uno salía a la arena y lo depositaba en una cubeta, regresando luego a las rocas a seguir buscando.  Un turista americano que pasaba por ahí, observando la escena, le interpeló: “Disculpe amigo”, le dijo, “si no le pone una tapa a la cubeta se le van a escapar todos los cangrejos en lo que usted anda en las rocas”.  “No se apure”, contestó el pescador, “son cangrejos mexicanos, cada vez que uno llega hasta el borde de la cubeta los demás tiran de él hacia el fondo”.

No he visto Roma, la película de Alfonso Cuarón, pero si lo hubiera hecho creo que lo más que podría decir es si me gustó o no me gustó.  Mi conocimiento del cine no da para mucho más.  Sin embargo, no puedo dejar de observar que en esa red de “comités de pares” que vienen siendo los festivales cinematográficos internacionales y eventos afines, la película ha logrado un enorme reconocimiento. De hecho, eso confirma una tendencia de los últimos años: salvo honrosas excepciones lo mejor del cine mexicano parece residir fuera de nuestras fronteras.  Con la dirección y la fotografía ya nos habíamos acostumbrado, ahora tal vez se sumen las actrices.

El tema viene a cuento porque desde hace mucho tengo la impresión de que con las ciencias ocurre algo similar: salvo honrosas excepciones -citaría aquí a José Sarukhán como ejemplo- los mexicanos que más han aportado a la ciencia y la tecnología trabajan fuera del país.  Obviamente el caso de Mario Molina, único Premio Nobel mexicano en Ciencias, es el más conocido, pero hay muchos más cuyo desempeño no ha sido tan mediático, que son reconocidos en círculos de expertos en sus respectivos temas.

Y todo esto se da en los momentos en que el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, nuestro casi cincuentón CONACyT, está metido de lleno en el ojo del huracán. Hora de hacer un análisis serio de lo que hemos logrado en estos casi 50 años de impulsar la ciencia y la tecnología en este esquema. Aunque el tema es extenso, me gustaría aportar algunos puntos de vista al respecto.

Para empezar, y ya lo he dicho antes, los resultados no son espectaculares.  En el área de la ciencia no se ve que México despunte mucho, al menos no con los resultados de casa; en el área de la tecnología… seguimos siendo un país maquilador.  ¿Hace falta decir más?

El éxito de los compatriotas en el extranjero muestra que no somos incompetentes.  Si consideramos que la inmensa mayoría de estas personas se fueron primero a estudiar, se puede concluir que la estrategia de escoger algunos alumnos y mandarlos a capacitarse sí funciona, pero el resultado lo cosechan otros.  Las estimaciones que he visto desde hace años hablan de que entre el 20 y el 33 por ciento ya no regresan, o se vuelven a ir por falta de oportunidades.  No es que no exista el programa de repatriación, solo que no va en concordancia con las necesidades de los centros académicos o los recursos disponibles para retener a estos repatriados.  El mecanismo para otorgar las becas está bastante bien establecido, faltaría complementarlo con los mecanismos adecuados para recuperar y poner a trabajar ese talento.  A fin de cuentas, esa es la intención desde el principio.

Algunos de los cangrejos del fondo de la cubeta opinan que es innecesario enviar estudiantes al extranjero ya que se aprende igual en México y es más barato. Eso es una verdadera tontería, por decirlo suavemente.  Si bien es cierto que mucho de la literatura científica es asequible ya sea en libros, revistas o internet; no es lo mismo leer los resultados que discutirlos con quienes los están generando y contribuir en investigaciones en marcha; tampoco son comparables, en lo general, los recursos con los que cuentan las universidades y los centros de investigación de otras partes del mundo con los nuestros.  Por otra parte, está la componente del aprendizaje no académico o no formal, la inmersión en una cultura diferente de la nuestra, donde desde la comida hasta el tener que explicarle a un médico lo que nos duele en otro idioma nos va ampliando los horizontes.   En este sentido me llamó mucho la atención la costumbre, generalizada en Alemania a principios de los años noventa (ignoro si sigue) de no contratar a los “hijos académicos” en la misma universidad de la que obtenían el título.  Los doctorados podían estar un tiempo ahí, pero sus plazas definitivas debían buscarlas en otros lados.  Se trataba de romper el pensamiento endémico que podría llegar a generarse si se quedaban con sus padres académicos toda una vida, la idea era promover la universalidad que debe tener el pensamiento científico.

¿Y todo esto para qué?  Dado que el dinero de CONACyT proviene de los impuestos, y que muchos de los becarios también estudiaron en universidades y escuelas públicas antes de sus estudios de posgrado, sería de esperar que hubiera un fuerte programa de vinculación para regresar algo de eso a la sociedad en beneficios, pero en la práctica no funciona del todo así.  Hace algunos años se puso de moda hablar de vinculación, pero como la posibilidad de las universidades y los centros de investigación de usar sus conocimientos para generar ganancias; en otras palabras, tratar de volver rentable la investigación, lo que es un absurdo en sí mismo.  En el fondo se le cobra de algún modo a la sociedad algo que ya pagó, y para colmo de males parece que ni siquiera de forma eficiente: un empresario de Dolores Hidalgo se quejó, hace ya varios años, de que unos análisis químicos que necesitaba para algún control de calidad de su negocio los obtenía más rápido y más barato si los mandaba a los Estados Unidos que a la Universidad de Guanajuato.

Y para finalizar ¿qué hay de la materia prima? No todo es culpa de CONACyT, para cualquier análisis o discusión sobre el futuro de la ciencia y la tecnología en México tiene que plantearse seriamente una reforma educativa verdaderamente académica; no es posible conseguir algo en esa dirección si mantenemos la idea de que es más importante un índice alto de terminación en primaria y secundaria a que nuestros egresados sepan leer y escribir o las nociones más básicas de aritmética.  Si las bases son endebles, no es mucho lo que podremos hacer después para afianzarlas.

De la ridícula aportación de recursos que se le ha dado al desarrollo de ciencia y tecnología por parte de prácticamente todos los gobiernos en el pasado… mejor ni hablamos.

Dicho lo cual… espero que Yalitza encuentre despejado el camino hacia el borde de la cubeta.

 

 

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