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martes, abril 23, 2024

Diciembre

En política se tiene la creencia de que diciembre es un mes de guardar armas, de dejar que todo se calme. La cultura occidental puso en diciembre festejos de invierno: la Noche Buena y la Navidad, que se liga al Fin de Año y al inicio del Año Nuevo,  incluidos los periodos vacacionales escolares y en algunos casos laborales. Toda una época del año que tiene los tientes propios del mercado y del consumo, que junto con tradiciones y costumbres nos llevan a pensar y desear cosas buenas para todas y todos, para todas las familias y para desear lo mejor a las personas que amamos, deseando que nos vaya muy bien en el 2020. 

Nada mejor que desear buenaventura en nuestras realidades sociales, económicas, humanas que se viven a diario. Más en un país como el nuestro que no acaba de hacerse, que no logra resolver de la mejor forma la compleja red de problemas y condiciones que se tiene en todos los niveles, en donde la oportunidades de mejora, las posibilidades de movilidad social, las esperanzas de encontrar paz y tranquilidad se convierte en verdaderos y legítimos deseos, más allá de lo que se pueda lograr en los hechos. 

Hay entre todo algunos signos de esperanza, de ahí nos sostenemos, -clavos calientes-, pero tal vez eso es lo que nos permite seguir buscando cada día que la realidad sea menos cruel, menos dura, menos dolorosa. 

Hay deseos que se fincan en la esperanza, en una esperanza simple, real, esa –esperanza- en la que la vida sea la que gane, sea ilusión que permite que las personas encuentre un anhelo, que nace de un deseo legítimo –del corazón y la razón- en el que se encuentre justicia en su realidad y en la posibilidad por ejemplo de que alguien encuentre a sus desaparecidos. También en el hecho de que alguien encuentre un empleo digno, de que otros más  salgan del mundo de las drogas y de las adicciones e igualmente que existan opciones concretas de apoyo para que las personas no se suiciden y para que existan acciones de atención en el campo de la Salud Mental. De la esperanza que esta soportada en programas sociales, para que cientos de miles de personas se hagan cargo conscientemente de sus enfermedades crónicas y de que inicien nuevos estilos de vida para cuidar su salud, sobre todo en cuanto el sobrepeso y la obesidad. Todo esto, junto con un deseo profundamente humano de que otros –muchos más- salgan con vida de los circuitos del crimen organizado, a la vez de que todas las violencias se visibilicen y formen parte de un gran proceso de cambio cultural para erradicarlas de todas las esferas humanas en donde se ha naturalizado, institucionalizado y permitido. 

Esto implica reconocer que: no basta desear, no basta tener esperanza, no basta soñar. Se requiere actuar, se requieren crear condiciones sociales, económicas, culturales y políticas para que la realidad cambie, para que los deseos se concreten en hechos y en testimonios. Se requieren evidencias de que es posible mejorar y tener acceso a la justicia social en su sentido más profundo y amplio. Aquí es donde la política, las y los políticos entran, en donde las élites económicas tienen que participar y dónde los procesos sociales se tienen que ir configurando a través de nuevas formas de organización e intervención social, para crear un nuevo entramado cultural y social, un nuevo contrato social que tenga sus principios en el respeto a la naturaleza, en el reconocimiento de la diversidad humana en todas sus dimensiones y  en la necesaria convicción de que los Derechos Humanos son el gran paraguas social y cultural para lograr la convivencia y para sostener y defender el Estado de Derecho.  

La esperanza sembrada en estos días por las “Abejas” han dado una lección de lucha por la dignidad y los Derechos Humanos, en su lucha hay muchas pistas para que la sociedad continúe un largo y difícil proceso para “ajustar” la realidad y tomar un rol activo en la construcción de una nueva, crítica y sana relación social  y política, entre la sociedad civil, -amplia, plural, incluyente- con el gobierno y sus autoridades. 

Por lo pronto, se requiere por el deber moral que los implica, que el gobierno del estado y las autoridades cumplan con todos y cada uno de los acuerdos alcanzados con las y los estudiantes de la Universidad de Guanajuato, pero al mismo tiempo se obligado que tengan la sensibilidad social y política para llevar todos esos acuerdos al resto de la sociedad guanajuatense. Más allá de las disculpas ofrecidas por el rector de la universidad y el gobernador del estado, lo que ahora se necesita es que se pongan a trabajar en lo que resta de diciembre. El dolor, el miedo y la desesperanza que ahora se vive y se siente en Guanajuato, exigen de las autoridades que trabajen también en diciembre o que se vayan y no de vacaciones. 

 

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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