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martes, abril 23, 2024

Disfraces y Velos

Límites
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?
¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?
Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

Juan Gelman

Cada día la vida se presenta sin filtros, aludiendo a lo contrario que sucede en las pantallas y a los efectos que ahora se usan con una franca manía al enviar alguna selfie a alguna persona o bien al subir una fotografía a las redes sociales, con ese retoque busca mostrarnos con una máscara que aun por sutil, las personas se van acostumbrando ponerse todo el tiempo un disfraz y muchos de nosotros aceptar que así me muestra, pero sabiendo como somos realmente, además de otras ficciones e ilusiones que se generan con esa singular manera de conocerse ahora a través de la virtualidad.

Ahora, en estos días, hemos visto un sinnúmero de disfraces a propósito del Halloween, sin duda la creatividad es una cualidad de padres y madres, y de las niñas y niños, así como de las y los jóvenes que buscan mostrarse diferentes y divertidos a la vez de pasarla bien entre dulces y fiestas, y de caminatas en grupos -junto con padres y madres- en las que se acompañan y se ríen, aunque habrá que decir la celebración y los propios disfraces muestran, una vez más, las profundas desigualdades sociales que se pudieron ver en calles de las colonias populares y los que se vieron en fraccionamientos privados.

Está claro que por igual está la necesidad de arroparnos con algunos personajes, máscaras o velos, con el pretexto de las fiestas sean patrias o navideñas o como ahora el Halloween. Esta también número el creciente de sentirse parte de grupos y comunidades de frikis, otakus o cosplayer son cada vez más amplias. Todos y todas encuentran en los disfraces, y en la parafernalia que conlleva, un lugar, un espacio para ser diferentes a lo que se son en lo real.

El tema de las máscaras y por decirlo así de los disfraces nos ha acompañado a lo largo de la historia de la civilización, en Zacatecas es esta el Museo de las Máscaras “Pedro Coronel”, que es el museo más grande del en mundo de arte popular en su tipo. La necesidad de representarnos de manera diferente, de poder ser visto así y mostrarnos sin pena, sin la vergüenza, de ahí que el teatro también sea parte de esa manera de mostrarnos y representar la condición humana usando los personajes, que no por ficticios para actores y actrices, nos muestran la realidad de lo humano, sus conflictos, sus contradicciones, sus dudas, sus necesidades, sus pasiones, sus deseos, sus traiciones y sus sentimientos.

Ahora las redes sociales son escaparate de la ficción que proyectamos por una parte y por la otra, son espacios para ser llenado con la cotidianidad la vida, entre superflua y ostentosa a veces, se trata de ser visto por espectadores que dan likes o ponen emojis en lugar de aplausos o abucheos. Estamos ante la seducción de las pantallas y de la adición que producen, que hoy es casi la única mediación que vale. Las palabras directas, la comunicación cara a cara son cada vez más escazas en una mayoría de situaciones de orden social, aún el contacto físico que ha sido parcialmente cancelado por la pandemia pareciera que no se extraña. Las pantallas silencian el llanto de una niña o niño, el celular entretiene a los críos, la tecnología digital silencia la voz interior, tecnología que es una mercancía diseñada para ser usada sin mayor instrucción -los niños y niñas no traen un chip integrado- las pantallas que divierten y ahí se tira el tiempo y cancelan las posibilidades del asombro con lo real, se mata la creatividad humana, y se entierra la curiosidad innata y cancela de tajo la interacción con personas reales.

Somos seres sociales, somos personas y somos sujetos con una individualidad que necesita estar con otros y otras. Somos personas con una historia y con sentir único, pero siempre en relación con los demás. Las posibilidades de ser una versión irrepetible de ser humano son infinitas. Sin embargo, algo pasa. Entre la homogeneidad y el control social, entre la dominación y las estructuras económicas impuestas, entre la idealización de la felicidad y la huida peramente al dolor – un deseo de estar anestesiados todo el tiempo- y a veces quedarnos en el sufrimiento como bandera de vida, hacen que nuestra propia realidad humana sea negada, y nos quedamos atrapados en la apariencia, nos seduce la mentira, nos refugiamos en querer ser alguien que no somos, eso sí, con costos muy altos para nosotros mismos y para las personas que nos rodean.

Las máscaras y los disfraces en lo real son solo velos, que por traslucidos dejan ver algo de lo que somos en verdad. Nos alcanzamos a observar frente al espejo aún con el velo puesto, con la ambigüedad de ver lo que hay detrás del velo y de lo que sabemos que se quiere mostrar, sabiendo que no se logra engañar a todos y todas, empezando por uno mismo. “Los japoneses dicen que cada persona tiene tres caras. La primera es cara es que muestras al mundo, la segunda cara es la muestras a tus amigos más cercanos y a tu familia y la tercera cara es la que nunca muestras a nadie, ese es el reflejo fiel de lo que en realidad eres”.

Son tiempos difíciles, nuevo e inéditos. El anuncio de Mark Zuckerberg del cambio de nombre de Facebook a Meta y de lo que desarrollará para generar espacios 3D del llamado metaverso para que se pueda socializar, aprender y colaborar desde un “avatar”, un disfraz digital, al que se le podrá personalizar y se le podrá comprar ropa, accesorios y en los que se podrá interactuar con otros habitantes del metaverso, que será una forma más de institucionalizar y naturalizar las máscaras. Habrá que pensar con seriedad lo que esto implicará para bien y para mal. Lo cierto es la realidad es pese a nosotros y los velos caen y deja ver lo que somos en todos los ámbitos de la vida social, política, económica, cultural y personal.

Habrá que disfrutar los disfraces y las máscaras como alegoría de la vida y de capacidad creativa de la sociedad humana, pero, también tendremos que aprender y pronto, que vivir bajo el velo de un disfraz no es la mejor opción para vivir una vida con plenitud y mucho menos de vivirla con felicidad junto con las personas que queremos y amamos. Atreverse a quitarse las máscaras implica una toma de conciencia, de valor, de coraje y de rebeldía, que se ahora se necesita, tal vez más que en otros tiempos, y más, si tenemos la inteligencia y el corazón para corregir y cambiar buena parte del mundo que nos ha tocado vivir. Ahí está la esperanza.

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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