“Todos ven lo que pareces, pocos sienten lo que eres”.
Nicolás Maquiavelo
“La verdadera libertad es ser dueño de la propia vida.”
Platón
“Ser leal a sí mismo, es el único modo de llegar a ser leal a los demás”.
Dámaso Alonso
“No me abandona la locura, tampoco esta cordura vaciada de silencios.”
Zabé Covarrubias
“El amor es para darlo, no para pedirlo. No pida amor. Delo, si tiene. Y si no, pues no”.
Fernando Vallejo
Los finales no son destinos. El final desplaza la certeza y hace que el deseo se redefina sutil o grotescamente. Los finales son inicios también, el final es un momento más que en lugar. La vida tiene muchos finales, sin ningún destino predeterminado. La vida es un absurdo, pero es lo que tenemos. La condición humana nos reta a querer encontrar caminos y salidas a lo que se nos presenta como desafió. La búsqueda de la felicidad pasa también por rebelarnos ante lo que nos toco vivir, no elegimos muchas cosas y el tomar conciencia es asumir la posibilidad de cambiar, de ajustar, de transformarse a uno mismo, recuperar los sueños y las fantasías.
Albert Camus escribió: “El hombre rebelde no pide la vida, sino las razones de la vida. Rechaza la consecuencia que la muerte aporta. Si nada dura, nada está justificado, lo que muere está privado de sentido. Luchar contra la muerte equivale a reivindicar el sentido de la vida…” y con esa posibilidad de ir encontrado quienes somos, quienes vamos siendo y quieres queremos ser, de pronto “estamos tan desorientados que creemos que gozar es ir de compras” como lo expreso Ernesto Sábato.
Gilles Deleuze dijo: “El poder requiere cuerpos tristes. El poder necesita tristeza porque puede dominarla. La alegría, por lo tanto, es resistencia, porque no se rinde. La alegría como potencia de vida, nos lleva a lugares donde la tristeza nunca nos llevaría.” Hoy la tristeza nos invade de muchas maneras y formas. La ilusión de tener lo que no se puede, las necesidades no satisfechas, los amores no expresados y vividos, por eso la vida es un contrasentido, es contra cultural, es contra lo establecido, es romper la inercia del poder del consumo.
Todo se vuelve mercancía desde la avaricia de unos pocos. La alegría es revolucionaria, como la solidaridad, como la consciencia social y la consciencia personal, y de los finales más deseados están los de la dicha de amar, la de los logros personales, la de recobrar la salud, la de encontrar a las y los desaparecidos, la de saberte querido, la pensar en el bien del otro. Lo contradictorio es que el mercado nos ha vendido la felicidad como mercancía intangible, pero que la vende disfrazada, objetos innecesarios y efímeros.
La sociedad de mercado juega con nuestras tristezas, con lo perdido, con las ausencias, con los duelos, con la pena y el dolor, con el hambre y el frio, con la vulnerabilidad de muchos. Esconde entre las cosas y los objetos a la alegría y a la propia realidad. No está en ellos, lo intangible esta en esos espacios vacíos, la trampa, el engaño es creer que los objetos, las cosas, las mercancías traen la felicidad, la tranquilidad o eso que buscamos desde el deseo.
La sociedad actual busca hacernos creer que no hay posibilidades de cambio, que la esperanza es solo para los idealistas, se trata de que aceptemos sin cuestionar la realidad que nos tocó vivir, se trata de solamente obedecerá los mandatos del mercado: “Si asumes que no hay esperanza, garantizas que no la habrá. Si asumes que existe un instinto de libertad, que existen oportunidades para cambiar las cosas, entonces existe la posibilidad de que puedas contribuir a crear un mundo mejor” como escribió Noam Chomsky.
En la dimensión personal, los finales nos cruzan, nos troquelan, hacen de las suyas, desde de la dicha y el placer hasta el dolor, la pena y el sufrimiento. En ese entrampado y enmarañado transitar de la vida buscamos muchas veces proyectamos lo que no somos, la apariencia, el despliegue de las máscaras para ser queridos, ser aceptados, vistos, amados, nos lleva a mostrar lo que no somos. Buscamos eso que nos falta, eso que nos mueve y motiva, sin embargo, en el fondo se trata de ser uno mismo, de conocer quiénes somos para que nos puedan amar. Keanu Reeves el actor norteamericano dijo: “No te nace, no lo hagas. No lo sientes, no lo digas. Así de simple. Si algo no fluye desde dentro, es mejor no forzarlo. Creo que la vida debe vivirse en su autenticidad, con propósito y verdad. Cada día es un regalo, así que haz lo que amas, di lo que sientes y vive como si no hubiera mañana. No hay tiempo para ser alguien que no eres.”
“Y al final, creo que no necesitamos hacer nada para ser amados. Nos pasamos la vida intentando parecer más lindos, más inteligentes. Pero me di cuenta de dos cosas. Quienes nos aman nos ven con el corazón y nos atribuyen cualidades más allá de las que realmente tenemos. Y quienes no quieren amarnos nunca estarán satisfechos con todos nuestros esfuerzos. Sí, realmente creo que es importante dejar nuestras imperfecciones en paz. Son preciosas para que las entiendan quienes nos ven con el corazón…” escribió Frida Kahlo, y Haruki Marukami: “Las cosas fluyen hacía donde tienen que fluir…la vida es así. Parece que esté aleccionándote, pero ya es hora de que aprendas a vivir de este modo. Constantemente intentas que la vida se adecue a tu modo de hacer las cosas. Si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida.”
Los finales son parte de proceso humano para comprender que mucho de nuestra realidad es solo desde la felicidad y la alegría. Muchas veces no la alcanzamos a disfrutarlas porque hemos creído que se deba presentar como un gran final, como si fuera el cierre de un majestuoso espectáculo, pero nos dice Ernesto Sábato: “Así se da la felicidad, en pedazos, por momentos. Cuando uno es chico espera la gran felicidad, alguna felicidad enorme y absoluta. Y a la espera de ese fenómeno, se dejan pasar o no se aprecian las pequeñas felicidades, las únicas que existen.” Y dejamos se experimentar esas felicidades, esos pequeños finales por estar esperando lo que nunca llegará.
La lógica del consumo como vía para ser felices, hace que solo creamos en tener cosas como único fin en la vida. Patético destino. Camus nos dice: “Cuando hemos visto una vez el esplendor de la felicidad iluminar el rostro de un ser querido, entendemos que para el hombre no puede haber otra vocación que provocar esa luz en los rostros que le rodean.” Ahí puede estar un sentido a la vida que va más allá de uno mismo, y es la responsabilidad compartida de hacer que lo que hagamos este del lado de la oportunidad de ser uno mismo y de reconocer que como dijo Almudena Grandes “La alegría me había hecho fuerte, porque (…) me había enseñado que no existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría”.
Los finales no son destinos. Los finales no deben ser cargas impuestas. Los finales son también inicios desde la experiencia. Los fracasos no son finales, son aprendizajes. La vida tiene muchos finales durante el camino de esto que es vivir y de sentir la vida.
Habrá que ver cómo hacemos nuevos finales con lo que experimentamos como las personas que somos, aceptando que, para ser felices, para sentir la alegría en el corazón pasamos por entender y comprender que: “El dolor cambia de forma, pero nunca desaparece. Lo que te lastima o rompe no puedes controlarlo, pero sí cómo decides seguir adelante. Lucha por lo que amas, porque nadie más lo hará por ti. Cada momento de tu vida es una oportunidad para cambiar lo que eres. No te definas por lo que perdiste, sino por lo que haces con lo que te queda” como lo dijo Keanu Reeves; y entonces crear nuevos desenlaces, nuevas tramas, nuevas posibilidades de tener finales alternos que nos hagan ser suficientemente humildes y profundamente humanos.
“Sé humilde, sé simple.
Inclínate ante la grandeza de una flor, de una nube, de un insecto.
No seas nada. No seas nadie. Sé literalmente una nada.
Y cuando estés completamente vacío, el recipiente se puede llenar de todo lo que realmente eres.
¿Quién puede herir a un ego que ya está vacío?”
Nikos Kazantzakis