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martes, abril 23, 2024

Finitud

 

 “La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse.”

     Ernesto Sabato

 

La finitud es propia de los seres humanos, somos los únicos que nos sabemos finitos. Una de las posibilidades que tenemos para ser y hasta para trascender es el acercarnos a la consciencia de esa condición y al uso de la inteligencia para sobre llevar esa única e inevitable certeza, la muerte.

Jugar con la vida misma se ha convertido en deporte extremo. Sobrevivir casi todos los días en las calles y avenidas ante la falta de pericia  de quien conduce un auto o de quien sabiendo que ha bebido alcohol más de la cuenta  se pone frente al volante de auto se ha vuelto algo cotidiano. La cifra de muertes por accidentes viales crece cada año, somos más y hay más automóviles, camiones, motocicletas y bicicletas circulando todo el tiempo. Las ciudades ya no duermen. Las ambulancias y las líneas telefónicas de emergencia no dejan de trabajar.

La energía vital destinada para sobrevivir se ha ido redistribuyendo con el desarrollo de la cultura y de las soluciones que se fueron creando para modificar nuestra percepción sobre  el estar en “alerta” y con alguna  “seguridad para sobrevivir”. Lo hemos hecho modificando nuestro entorno, creando nuevas condiciones para salirnos de nuestra relación con las especies con las que competíamos por los  alimentos y por el territorio, tomando ventaja y abusando de nuestra fuerza contra la propia naturaleza y muchas veces en contra de la progenie humana.

La llamada civilización entró en una profunda contradicción. Hoy la pandemia del COVID-19 nos alerta nuevamente de los riesgos del colapso civilizatorio, mismos que crecen cada día. Las prospectivas futuristas señalan que de continuar como vamos, en la escala y profundidad del impacto ambiental y de la lógica del modelo capitalista y economía de mercado, la hecatombe se presentará en 3 o 4 décadas más.

Hoy somos más seres humanos en todo el planeta. Es la primera vez que vamos así de rápido, en 100 años pasamos de 450 millones de habitantes a poco más de 7 mil 800 millones al día de hoy. La tasa de crecimiento continua y cada año se incorporan 84 millones de personas a la Tierra. La idea de la regulación del tamaño de la población presenta desafíos morales y sociales que ponen entre dicho las visiones pragmáticas y utilitaristas respecto al control de la población humana. La solución no está ahí. Se tiene que cambiar el modelo de desarrollo que tenemos ahora. Hay poco tiempo para revertir el daño causado a los ecosistemas y para reorganizar la vida social y ajustar los criterios de dignidad y calidad de vida para cada persona que habite el planeta.

Sin embargo, la muerte, que es inherente a la condición humana, se ha instalado en la cotidianidad con formas por demás crueles e inhumanas. Los seres humanos se están muriendo por enfermedades producto de una industrialización desmedida de los alimentos y de prácticas de consumo que poco tienen que ver con una adecuada salud y de una calidad de vida sana por una parte, otras muertes, las más, tienen que ver con las enfermedades  infecciosas de todo tipo, -tanto de origen bacteriano como de origen viral-, otra más, están ligadas al proceso de envejecimiento natural y por las fallas metabólicas de origen orgánico que los seres humanos experimentamos, pero, muchas otras más, tiene que ver con las prácticas sociales asociadas a la lucha por el poder, por incrementar las ganancias y por defender los intereses de particulares, y también por el control de los recursos naturales y por las visiones ideológicas y religiosas que todavía son pretexto para la guerra y el exterminio.

La industria de las armas es un gran negocio de escala global en donde no hay ningún tipo de escrúpulo. Las ganancias son muy altas, acosta de la vida de cientos de miles de personas cada año. La relación entre ventas de armas de fuego unipersonales y el contrabando de las mismas son un factor clave en la expansión de los grupos criminales, junto con el incremento de los negocios ilícitos que se han desarrollado en los últimos 50 años de manera acelerada, creado una cultura de la muerte. Las cifras en México en las últimas décadas muestran la dramática tragedia por la que estamos pasando con las violencias que se expresan en todas sus formas y en donde la impunidad y la corrupción han permitido un nivel de naturalización de las mismas que es ya inaceptable y en donde las armas de fuego son un componente central para entender lo que pasa.

La pandemia también nos trajo la posibilidad de pensar en la vida y valorar la existencia. No ha sido fácil y más aún en un país en donde el vacío de autoridad carga los dados a favor de la incredulidad y de la desconfianza. Donde salir a la calle en tiempos de la pandemia se convierte en desafió y en un riesgo extremo, sin medir la consecuencias. Los datos de contagio a nivel mundial así lo muestran, lo que pasa en el país, en los estados y municipios así lo confirman.

La imprudencia y la ignorancia siguen siendo los aliados de una pandemia que extiende sus consecuencias y que afecta a los más vulnerables aunque no hace el virus ninguna distinción de personas. Ya se ha dicho y se ha documentado que si guardamos la distancia física recomendada, si  practicamos las medidas de sanidad, -como son el lavado de manos y la desinfección de áreas comunes de trabajo y convivencia-, junto con el uso adecuado de cubre bocas por  todos y todas, disminuiríamos radicalmente la expansión de enfermedad en pocos días. Pero la consciencia de finitud que es una ventaja que tenemos como especie, como sociedad y como personas de poco o nada nos está sirviendo.

Tenemos que hablar de lo que está pasando, de cómo estamos viviendo todo esto, hablar de los temores y miedos que nos están rondando todos los días. De lo que haríamos si nos contagiamos, de cómo nos sentiríamos si contagiamos a nuestros seres queridos: padres, madres, hermanos, hermanas, hijos e hijas, abuelos y nietos. Tenemos que invitarnos a cuidarnos para hacer que la única certeza que tenemos se convierta en fuerza de vida ante la finitud de la existencia y no hacer del descuido y la temeridad una  tragedia mayor de lo que ya nos está pasando.

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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