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jueves, marzo 28, 2024

La política como espectáculo

“Somos marionetas de nuestras historias. El sentimiento de vergüenza u orgullo que abruma nuestros cuerpos o ilumina nuestras almas proviene de la representación que tenemos de nosotros mismos”.  Morirse de vergüenza” (2010), Boris Cyrulnik

“(…) Debió de ser por entonces cuando empecé a intuir por primera vez que la vida, para la mayor parte de la humanidad, no era una felicidad que debía ser vivida espontáneamente, sino una representación constante, un espacio estrecho formado por presiones, castigos y mentiras que estábamos obligados a creernos”. 

 El museo de la inocencia” (2008), Orhan Pamuk

 

Los cinco minutos de fama y la farándula de la política es una forma más de hacer visible los roles protagónicos y a las y los protagonistas de la clase política. Los reflectores seducen, los micrófonos encantan, las primeras planas emboban. Estar en  boca de todos, aunque se hable mal, es entrar al mítico Olimpo, donde seres ya casi etéreos y divinizados por las pantallas se relacionan, se confrontan y se exhiben, bajo la máxima del marketing político de la recordación de marca.

La exposición en medios y la sobre exposición en los mismos, en la que se busca ser noticia e ir más allá de dar la nota o poner la pauta mediática en la agenda de los medios de comunicación y con ello de la política, es la consigna consciente o inconsciente de quienes ostentan el poder y de quienes se dejan arropar por las pleitesías y prebendas que los cargos públicos conllevan, en una cultura política de servilismos institucionalizados.

La arrogancia de la secretaria de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Josefa González-Blanco Ortiz-Mena de detener un vuelo comercial, usando su cargo para que ella pudiera viajar muestra la tragedia en la que se ven envueltos los funcionarios públicos, las y los legisladores, las y los gobernadores, así como las y los secretarios de estado y los y las alcaldesas en el todo el país, en dónde el asumir un cargo de elección popular o bien ocupar un cargo público les transfiere según ellos un poder  inherente por su investidura, que les permite creer que lo pueden todo.

La renuncia presentada por la funcionaria fue un mínimo acto de congruencia. Pero, también queda en evidencia ¿Cómo el poder se usa y como el poder se vive por los actores sociales y en este caso empresariales, que se rinden sin mayor pretexto a la exigencia del poder simbólico o real del gobierno? ¿Cuántas historias no hay en los aeropuertos de la intransigencia de las aerolíneas cuando una persona llegó tarde 1 minuto a la puerta de abordaje y no lo dejan pasar porque retrasaba el vuelo?  

El abuso de la ahora exfuncionaria es noticia y más en un gobierno como el de Morena. La historia de la clase política en el país da para mostrar la cantidad de casos donde la reverencia a los políticos se llevó a extremos de cerrar restaurantes, de no pagar la cuenta por el consumo, y desde detalles nimios como el estacionarse en lugares prohibidos, no respetar reglamentos de tránsito y el exigir atención privilegiada por ostentar un cargo, que dicho sea de paso es una práctica cultural que los sequitos promovieron durante mucho tiempo y que se naturalizó como parte de los privilegios que implicaba el puesto. Los regalos a las y los funcionarios públicos, junto con favores especiales para trámites y hasta contratos o el recibir  boletos gratuitos para asistir a eventos y espectáculos se dieron como una como práctica aceptada de congratularse con el poder político.

Entre el espectáculo mediático y los beneficios personales que el poder atrae y que las personas recrean como parte de las representaciones culturales en las que hemos crecido y hasta nos hemos acostumbrado, y donde otorgamos una sobrevaloración para la o el servidor público de quien depende que avance un trámite o se atienda una demanda o una solicitud, surge la necesidad de revisar la forma en que nos relacionamos las y los ciudadanos con las autoridades formales y con las personas que tienen una función dentro de las instituciones del aparato de estado en todos sus niveles.

La historia de las tarimas, de los altares, de los escenarios, de tapancos y  templetes, más allá de su función visual para quien observa y escucha, marca las asimetrías del poder. Luego están los autos blindados, las escoltas, las preferencias y las manifestaciones de querer presentarse como  seres especiales. El juego de las representaciones políticas y los poderes que se le asocian, sigue siendo usado para crear seguidores y votantes, para crear espectadores y asegurar lealtades.

El poder seduce y distorsiona la mirada de quienes están con alguna de las responsabilidades legales que dentro del marco institucional del estado y del gobierno se les ha conferido, de ahí, es más que urgente que la ciudadanía asuma su función social para evitar los excesos y abusos del poder.  Al mismo tiempo, se requiere iniciar la construcción de una cultura política –sana-, que no rinda tributos, ni ofrezca reverencias a quien por ley y voluntad decidió ser un funcionario o funcionaria pública. Habrá que preparar un cambio político y con ello un largo proceso de construcción una democracia con calidad,  que tenga un componente profundamente ético, que es necesario para vivir en una nueva cultura política. Por ahora, la política es espectáculo mediático y muchos casos un negocio, donde se usa el poder para ganar más poder o abusar desde el mismo poder.

 

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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