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viernes, marzo 29, 2024

Navidad Emocional

“Hay que seguir soñando hasta abolir la falsa frontera entre lo ilusorio y lo tangible, hasta realizarnos y descubrir que el paraíso estaba ahí, a la vuelta de todas las esquinas”. 

 Julio Cortázar

“Hagamos dichosa la inevitable mortalidad de la vida”.

         Epicuro

 

Vamos por el segundo festejo navideño en el contexto del Covid- 19 y su variantes que están ahora acechando con fuerza feroz en Europa y que se ha propagado al resto del mundo, volviendo a dejar patente la fragilidad y vulnerabilidad que somos como especie y que entre todo, a la mexicana se  sigue con el ánimo del festejo, de la fiesta, de la celebración, que ha dejado desde hace mucho la esencia de lo que llego a represar la Navidad en la cultura occidental y que hoy puede entenderse como una especie a sujetarnos de un clavo ardiente para agarrarnos de algo, ante el vacío, la duda y el desconsuelo que ha invadido los hogares de un buen número de familias mexicanas. 

Creo que nuestra voluntad de celebrar  todo o casi todo, tiene en parte algo que ver con la esperanza, esa que hace la apuesta en cada fin de año de que habrá algo bueno para el siguiente año y que con los adornos y parafernalia entre lucecitas intermitentes y esferas de colores, arbolitos adornados con diversos listones, más luces de colores y con algunos nacimientos al pie de los arbolitos artificiales y naturales podemos tener un “ambiente navideño” que opera como conjuro o sortilegio para vencer las adversidades y las incertidumbres que sabemos a ojos cerrados que vendrán. 

Así es la vida diremos con resignación guadalupana o con aceptación esotérica, esa propia de la lectura de cartas, del tarot, de la angelología o de una astrología que sigue jugando con los deseos y fantasías de muchas personas que ponen su vida bajo los influjos y designios de astros, estrellas, constelaciones y planetas su destino. Los estoicos también podrán lidiar con la adversidad manteniendo el talante propio de las virtudes y de la razón que les permiten alcanzar la felicidad y la sabiduría prescindiendo de las comodidades, los bienes materiales y la fortuna.

Pero otros y otras, una gran mayoría de seres humanos, no encontrará en estas fechas de fin año y de celebraciones navideñas, -ni en tiempos futuros como se presentan las cosas- refugio, ni respuesta a sus interrogantes, ni consuelo en su alma, ni paz en sus vidas y en sus corazones. La tribulaciones y preocupaciones serán las que ocupen sus días y sus noches con la angustia, el dolor, el hambre, la enfermedad, el desempleo, el desamparo, la migración forzada, el miedo, la impotencia, el rencor y la desesperanza.

La realidad humana es compleja en todos los sentidos y dimensiones. La posibilidad de entendernos y construir verdaderas sociedades humanas centradas en el bienestar y en dar un lugar a la dignidad humana y a los derechos humanos que son inherentes a la persona humana, está todavía muy lejos de ser tangible. La lógica de la ganancia, la estrategia de convertir todo en mercancías, en insistir en poner precio a los valores, a las virtudes, a las emociones y sentimientos es parte de la tragedia que desde el poder ser promueve, se alienta para beneficio de unas cuantas familias en mundo. Los niveles de acumulación de riqueza y las lógicas de las ganancias muestran que la opulencia es su única aspiración.

Las familias mexicanas se han ido configurando a través de una serie de tradiciones para la celebración de la Navidad, en particular en el imaginario de la “cena navideña”, en las que las convocatorias familiares se anclaron en una cultura propia de autoritarismo y del patriarcado que reprodujeron durante mucho tiempo una idealizada “cena” que en los hechos era todo, menos una cena en familiar en armonía y paz. Las madres y las hijas asumían la preparación de alimentos para la cena o banquete de Noche Buena como mandato decimonónico, para luego ser el espacio navideño familiar cargado de reclamos, disculpas, roces, discusiones, enfrentamientos, arrepentimientos y conflictos que serán la antesala la celebración del Año Nuevo, en donde se hace una exaltación del porvenir y en el cual todo se exagera incluidos los enfrentamientos familiares y que tienen un buena dosis de ser un potencial desastre emocional para los integrantes de la familia. Los niños y las niñas se convertían en testigos vivenciales e instalar recuerdos poco felices y hasta traumáticos. Todos y todas podemos contar algo o mucho de nuestras “navidades”. 

Es claro que nos falta todavía muchos por aprender para saber estar de la mejor forma con la familia, para saber expresar ideas y afectos, y el hecho de esperar -condensar por así decirlo- todo lo que no se dice, se aclara, se expresa durante el año tiene su válvula de escape en la cena navideña. La experiencia dice que las reuniones familiares este contexto de fin de años incrementan la tensión y al más leve pretexto o comentario las heridas, viejas o recientes toman espacio para reclamo y las batallas. 

El menú es amplio, crisis, reproches, muertes de seres queridos, ausencias de familiares, pérdidas de empleo, reclamos por las interacciones con las y los integrantes las familias políticas, entre otras cosas, incluidos los temas políticos, ideológicos y de creencias personales. Estas reuniones de familiares son espacios para la expresión de afectos positivos, de la lazos y vínculos amorosos, la armonía, el buen trato y el agradable momento de convivencia, también se puede trastocar de las formas más absurdas y hasta catastróficas. Nos falta mucho por aprender y para tener un adecuado manejo de nuestras competencias y habilidades socioemocionales, y para aceptar que tenemos una historia personal, que tiene su fondo en la vida que cada uno tiene y de la necesidad de reconocer que hay algunas cosas no resueltas que vienen desde la infancia. 

El Covid-19 nos ha puesto en la posibilidad de dar valor a lo importante y lo que es la vida en el sentido amplio valiosos que tiene. En esta Navidad será importante el poder dar el espacio para la esperanza, pero también para la escucha empática y para crear condiciones de oportunidad para el dialogo en entre los integrantes de las familias en otro momento y con ello  poder construir, de forma sana e inteligente  condiciones para disfrutar el encuentro, para pasarla de la mejor forma posible con la familia que nos tocó y a su vez reconocer que si han algún pendiente emocional con algún o algunos miembros de la familia, se creen espacios y tiempos en otro momento para abordar y resolver eso que nos agobia o no aflige. Ojalá nos demos y tengamos una Feliz Navidad, eso es un buen deseo y un mejor propósito.

 

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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