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jueves, marzo 28, 2024

Olores, aromas, fragancias y perfumes 

“Los sentidos son nuestro puente entre lo incomprensible y comprensible”.

August Macke

“He sido toda mi vida una víctima de mis sentidos”.

  Giacomo Casanova

 

El olfato, es uno de los sentidos menos estudiados de todos lo que poseemos. Sin embargo, es un sentido que es parte sustancial de la vida y de las posibilidades de sobrevivencia como especie. Los mamíferos desarrollaron el sentido del olfato a la par de las especies vegetales y animales, proceso en que se fueron acompañando la historia de evolutiva junto con formas, colores y olores. Esto entre el instinto de sobrevivencia ante los predadores y las aromáticas estrategias de atracción para el apareamiento. 

El olor se convirtió en señal y en registro en de memoria. Pero la evolución cultural abrió una serie de caminos para la sofisticación y la elaboración de bruñidos y complejos productos y creaciones humanas que atienden especialmente otros sentidos, como el sentido del gusto ante un exquisito alimento condimentado de hierbas de olor o el delicioso perfume que encubre nuestros sudores y olores naturales con aromas que juegan a confundir nuestro olfato con mezclas de extractos de cortezas de árboles, de hierbas y de flores, creando fragancias inéditas y que pueden atraer la mirada y el deseo de los otros que los huelen.

Se estima que el sentido del olfato puede distinguir más de 10 mil olores diferentes, y cada uno de ellos tiene asociado un nombre, pero también una emoción, una idea, o un concepto. El olfato es registro de la memoria, y hace de las suyas en las experiencias de vida y en los recuerdos que guardamos olorosamente. El olfato es puerta abierta para lo sublime y es la ventana para oler lo más desagradable.

El sentido del olfato se desarrollo como parte de la cultura y lo hemos ido integrando a la vida misma. Desde sus extremos vitales, como el olor único y maravilloso de un bebé, de hijo o hija y hasta el hedor de un cadáver, desde los aromas que despiden las personas que amamos, perfumes incluidos, hasta el olor al miedo, porque el todos sabemos que miedo se huele, que es combinación entre alerta sensorial y el olor que desprende una persona alterada, o que está queriendo dañarnos. El dolor huele, y tal vez por eso en los hospitales se desinfecta constantemente con limpiadores cargados de aromas que lastiman la nariz y en las funerarias se llenan las salas de velación con flores y ahora con fuertes aromatizantes artificiales. 

Olemos todo el tiempo, y el cerebro ordena, registra y clasifica en milésimas de segundo los olores aspirados y los asocia, los integra, les da un sentido y significado. El olor al café recién hecho nos convoca a sentir su sabor y a todo lo que implica tomarlo, más allá de las propiedades del café y sus efectos. 

Los aromas no atrapan y lo hacen sutilmente, son intangibles, pero atan. “Lo más maravilloso del olfato es que no implica ninguna posesión”, escribió Amélie Nothomb, pero lo que sí implica, es registro que en la memoria hacen y que va más allá de lo visual, y va más allá aún de las palabras, porque las emociones tienen su propio olor, y una emoción por su complejidad, teje una red invisible con los olores que se nos presentan en la vida misma, frente a nuestras narices. 

Un olor nos puede sorprender y llevarnos a un viaje en el tiempo. Un aroma nos puede seducir y conducirnos a nuestros más íntimos sentimientos. Un aroma nos unta la piel con las feromonas y con los elixires aromáticos que el deseo, la pasión y el amor producen en uno y en las personas con la que interactuamos, desde los afectos y especialmente desde las experiencias sexuales y amorosas con las que vamos desarrollando nuestro ser persona.

El olor es inteligencia en acción, de ahí las metáforas y las cualidades de quien sabe oler. Otear el horizonte, husmear por la curiosidad, olfatear para encontrar algo interesante y descubrir secretos, oler para resolver enigmas y misterios pasa por olfatear, por rastrear, ir al ras y seguir la huella de los aromas, de los olores, de las fragancias. 

Oler es también intuición, y la intuición es la inteligencia del inconsciente. “La inteligencia del inconsciente es aquella que nos ayuda a decidir aun cuando no somos plenamente conscientes de lo que está pasando o sobre qué tenemos que decidir, porque no siempre tenemos el conocimiento y los datos necesarios para tomar una decisión plenamente reflexiva” dice Elsa Punset, y tenemos que ubicar que muchas veces, más de las que tenemos consciencia, que nos guiamos por lo que “olemos”, de hecho nos preguntamos coloquialmente “a qué te huele tal o cual situación” o nos decimos “ya olía a algo raro” cuando salen mal las cosas , o bien “yo ya me las olía” para mostrar una alerta ante una decisión.

Isabel Allende en un pasaje de su novela el Juego de Ripper escribe: “Catalogaba a la gente a través del olfato: Blake, su abuelo, olía a bondad, una mezcla de chaleco de lana y manzanilla; Bob, su padre, a reciedumbre: metal, tabaco y loción de afeitar; Bradley, a sensualidad, es decir, a sudor y cloro; Ryan Miller olía a confianza y lealtad, olor a perro, el mejor olor del mundo. Y en cuanto a Indiana, su madre, olía a magia, porque estaba impregnada de las fragancias de su oficio.” Habrá que hacer un ejercicio personal de nuestros catálogos de olores y de personas, de nuestros registros de aromas y de vivencias, de preguntarnos sobre nuestros olores y fragancias con su asociación y el significado que le damos.

Habrá que entender como dice Robert Jastrow: “En los seres humanos, las sensaciones del olfato son las únicas señales que pasan directamente a la corteza cerebral. Todas las demás sensaciones pasan primero a un centro de recepción llamado tálamo, para una revisión preliminar. Esta circunstancia se remonta a los días en que la corteza cerebral estaba evolucionando a partir de los centros olfativos del cerebro de nuestros antepasados de los bosques. La conexión directa que vas desde la nariz del hombre a la corteza cerebral explica el hecho de que un aroma pueda evocar recuerdos extraordinariamente vívidos de acontecimientos pasados”.

Y aceptar que “No hay memoria tan precisa, tan vívida y evocadora como la que se recupera a través del olfato, y va tan unida a las sensaciones que se experimentaron junto al olor”, como nos dice Dolores Redondo y reconocer como lo expreso Primo Levi: “Es probable que el olfato humano haya quedado aplastado, a lo largo de la evolución, por la vista y el oído; en la vida social, éstos predominan, porque somos capaces de emitir complicadas señales visuales (gestos, expresiones del rostro) y auditivos (palabras, etc. ), en cambio, emitimos señales olfativas sin o contra nuestra voluntad”.

Habrá que otear el ambiente, olfatear el horizonte, habrá que acercarnos a olernos y conocernos, habrá que reconocernos y habrá que disfrutar y distinguir el olor de la solidaridad, de la amistad, las fragancias del amor, de la sororidad y de la fraternidad, ser sensibles al olor de la igualdad y de la libertad. 

Habrá que crear nuevos códigos y registros socialmente hablando en donde la cercanía con el otro, con las y los otros, cree junto con flores y hierbas aromáticas, con aceites y esencias, esos lugares, esos espacios y esos tiempos que como bosques o selvas, como montañas nevadas y valles floridos en los que siempre queramos estar, y en donde los aromas y los perfumes, donde las fragancias y los olores exquisitos nos envuelvan con esa magia de lo intangible con la que están hechos los recuerdos, el deseo, el amor, la felicidad y la tranquilidad.

 

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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