“No se trata de encontrar refugio en una tormenta. Se trata de aprender a bailar bajo la lluvia”.
Sherrilyn Kenyon
“En aquella época encontré un extraño refugio. Por casualidad, como suele decirse. Pero esas casualidades no existen. Cuando alguien necesita algo con mucha urgencia y lo encuentra, no es la casualidad la que se lo proporciona, sino él mismo. El propio deseo y la propia necesidad conducen a ello”. Demian
Hermann Hesse
Es posible que muchas personas estén buscando un “refugio” entre todo el caos y la incertidumbre que la pandemia del COVID-19 ha creado. Un “refugio” es un lugar, un sitio y sin duda también lo son personas que ofrecen protección, apoyo, ayuda, consejo, escucha, que hace referencia un “refugio”, a lo que implica la salvaguarda de todo peligro. Es a su vez asilo, amparo y defensa ante la inclemencia o ante lo infortunado de la vida. Nada más protector que la sensación de saberte protegida como persona, de saberte a salvo, de encontrar un “refugio”.
Lo que ha venido pasando con la pandemia, entre la información, los rumores y la incredulidad, han provocado diversas reacciones, opiniones e imprudencias ante las estrategias de salud pública para contener el COVID-19 y han ido creado situaciones inesperadas, que han tomado por sorpresa la cotidianidad, rompiendo las rutinas y muchas de las certezas que se tenían, que teníamos.
Lo nuevo nos asusta, lo desconocido a veces nos paraliza, lo diferente nos confronta y entre todo lo diferente que se experimenta, se va dejando salir lo que realmente somos, con la crudeza propia de la condición humana y con ello afloran los miedos, los fantasmas y los demonios que llevamos como parte de uno mismo, en lo individual y en lo colectivo.
Pocas son las personas van tiendo las posibilidades de asumir lo que se siente, desde su historia y otras, pocas, van teniendo en las palabras los recursos para lidiar con el desconcierto, con lo imprevisto, con la nostalgia, con el dolor y aún con la euforia, la alegría y la felicidad. Sin embargo, ahí se expresa también la experiencia humana de sentir ansiedad o depresión. La primera nos arroja de la cama y nos quiere sacar de la casa y la segunda nos atrapa en la cama o nos encierra. Ambas son “refugio” temporal de nuestras manías y de nuestras fobias, de nuestras inseguridades y de nuestros duelos.
Todas y todas buscamos un “refugio”. Deseamos sentirnos salvados, no queremos que el SARS-CoV-2 nos enferme. Pero también deseamos regresar a la confianza que daba la rutina y a los valores entendidos, a lo no dicho pero aceptado en la convivencia con la pareja, con la familia, con los hijos e hijas. Algunas parejas por ejemplo, se dieron cuenta que se llevaban bien porque no convivían más lo estrictamente necesario, en esa cotidianidad que se añora y que la convivencia forzada, saco a flote las diferencias y con ello los disgustos, los reclamos y las listas de detalles y de hechos guardados como rencores, resentimientos y reclamos.
Muchas personas se han dado cuenta de lo complejo que es el trabajar en casa, con los hijos ahí, abuelos y abuelas, con la familia y todos con sus demandas y con las exigencias del encierro, de la improvisación de las escuelas y de una educación forzada desde casa. Madres y padres, junto con otros adultos encargándose de las tareas del cuidado de las familias y que se han visto obligados a poner a prueba la paciencia y la buena voluntad de saber y poder estar juntos, en estas circunstancias que han tensado y modificado todo.
En otros casos, -muchísimo más que los que se quisieran-, la convivencia forzada, el hacinamiento, las tensiones económicas, el desempleo, la falta de espacio vital, las adicciones, las exigencias de las tareas del hogar y las carencias de las capacidades y los recursos para una comunicación adecuada, junto con una ausencia de una cultura para la expresión y el manejo adecuado de emociones y sentimientos han hecho crisis dentro de la cuarentena. A la vez, la ausencia de una mínima racionalidad –esa, la del sentido común- han derivado en crisis y conflicto, -y con ello-, maltrato, violencia y aún tragedia. Muchas personas, especialmente mujeres, niñas y niñas no están a salvo, están en riesgo, están siendo víctimas de la cultura patriarcal y del machismo, así como de la inoperancia y la insensibilidad social del Estado en los tres niveles de gobierno y en las que instituciones oficiales no son buenos “refugios” ni para la dignidad, ni para los derechos, ni para la vida.
Es tiempo de encontrar “refugios” y no podrán ser en lo de “antes” de la pandemia. Muchos creen que todo regresará a lo ya conocido, a repetir las prácticas cotidianas como el regreso a la escuela, al trabajo, a las calles, a los espacios públicos y a las plazas comerciales. Se está idealizando el retorno a la normalidad, -con semáforos de alerta y sin ellos-, la gradualidad del retorno a la nueva normalidad es algo que se hace incomprensible y no aparece en el imaginario social como un cambio necesario. Es una especie de ilusión, de querer tener un “refugio” al querer regresar al pasado, a más de lo mismo. Lo cierto, aunque no lo deseamos, es que habrá más incertidumbre, más desasosiego y más desesperanza en los próximos días y meses, por lo que habrá mayor necesidad de contar pronto con un buenos y seguros “refugios”.
Ya nos pusimos a prueba. Cuando la vida se ha centrado en conservar la salud, las compras innecesarias se acabaron y nos dio una pauta para valorar todo lo esencial e importante. Ahora tendremos que trabajar para crear y sostener “refugios” para todos y todas, desde la construcción de una renovada solidaridad, fincada en la fraternidad y en la sororidad.
Necesitamos ser “refugio” para nuestras familias, para nuestros amigos y amigas, para las y los compañeros, de escuela, de trabajo, de deporte, para las niñas y los niños, para las mujeres, para las y los indígenas, para las y los migrantes, para los familiares de las y los desaparecidos. Es necesario ofrecer “refugio” para las víctimas de la violencia, para las y los deudos de los muertos por el COVID-19, para las y los empresarios que han cerrado fábricas y negocios, para las personas que han experimentado sufrimiento, pena, dolor, separación y abandono. Es necesario volver a lo básico, a lo más inmediato, a la escucha, a la comprensión, a la mano firme que ayuda, al abrazo sincero, al compromiso con el otro, con la otra, y la responsabilidad con uno mismo.
Necesitamos desde lo social y desde lo político demandar “refugio”, que no es otra cosa, sino exigir que las instituciones del Estado -y que las y los funcionarios públicos que las representan-, hagan su trabajo, que sean eficientes y eficaces siendo honestos. Para que un día, nada lejano, podamos sentirnos protegidos, seguros y defendidos por el Estado, como el garante de la dignidad ciudadana, a través de la vigencia y protección de los Derechos Humanos de todas y todos los mexicanos, como lo establece nuestra Constitución, ni más, ni menos.