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jueves, marzo 28, 2024

Sorpresas

 

 “Somos aquello en lo que creemos, aún sin darnos cuenta.”

                                                                       Carlos Monsiváis

 

Muchos acontecimientos van ampliando nuestra capacidad de asombro. Si bien los avances de la ciencia y la tecnología nos enseñan las capacidades humanas, en el prodigio de usar la inteligencia junto con el saber social y cultural acumulado en el proceso civilizatorio, también asombra la capacidad irracional de hacer daño, de lastimar o arrancar la vida a otros seres humanos, con formas atroces y despiadadas.

La nota roja en los medios de comunicación ha puesto a la muerte como noticia. Se trata de vender en lo inmediato, de llamar la atención y de filtrar publicidad –vendida- entre toda la información en la que se cuentan las desventuras de hombres y mujeres, de jóvenes e infantes y de policías que han perdido la vida, en las absurdas guerras intestinas y de venganzas entre mafias, -que parecen no tener fin- y que confirman al mismo tiempo la ineficiencia de los gobiernos en turno, para frenar la creciente ola de delitos y para brindar seguridad a la ciudadanía.

La guerra contra el narco y la guerra entre grupos delictivos se han ido naturalizando, entre el asombro del momento y la apuesta por el olvido. Se confirma una vez más la falta de memoria social e histórica que tenemos como pueblo, en donde pareciera que la amnesia es la única manera de lidiar con el dolor y el sufrimiento.

Si bien, hoy información queda registrada en el ciberespacio, en donde el tiempo se congela, en donde las imágenes no se hacen viejas, donde perdura la fidelidad de fotografía digital como describe Byung-Chul Han, es la memoria la que se desdibuja y se desvanece, es el mecanismo de defensa que tenemos ante lo grotesco de la muerte y ante la saturación e impacto de decenas de noticias pintadas con sangre que nos sorprenden por instantes cada día.

Las audiencias como nos llaman, -los públicos o los consumidores-, quedamos a expensas de editores, de expertos en marketing, de publicistas y de uno que otro poder fáctico, que han hecho de la tragedia que rodea a los grupos criminales un objeto de consumo, han inventado por así decir, una mercancía que trasgrede la salud mental individual y colectiva, con notas periodísticas, con fotografías y videos que se difunden y que si bien llegan a tener cierta censura, no dejan afectar a quien las llegan a ver.

Va siendo más evidente que no basta con cerrar los ojos, cambiar de canal de televisión o de estación de radio, o de dejar de leer periódicos. El impacto está hecho. Se difunden las noticias y las imágenes que las acompañan en las redes sociales, convirtiendo la desdicha de otros en tema de conversación inevitable, con la sorpresa de que se habla de lo que pasó, poniendo a su vez, una enorme distancia emocional. Racionalizamos los hechos para evitar pensar que esos muertos, esos desaparecidos, son personas, con un rostro, un nombre, con una familia y una historia, son una vida humana, para quedarnos solamente en la sorpresa y  con los matices, que los prejuicios y las creencias con las que sanciona moralmente la tragedia expuesta y en las que se criminaliza a las víctimas.

Una de las características de la nota roja -que hoy vende-, es que se presenta aislada, sin contexto, sin explicación. Los responsables de brindar seguridad se pierden en los hechos. Las autoridades quedan como simples “extras” en el montaje de una película de detectives o de una de terror extremo, en donde las autoridades son solo guardianes tardíos para la asegurar la escena del crimen. Las respuestas de las autoridades entran en el discurso de una retórica planeada por voceros oficiales, plagada de cantinflescas evasivas y promesas de resultados que nunca llegan. La nueva sorpresa es que ya nos acostumbramos a la falta de respuestas y de resultados.

Es entendible que las personas tengamos mecanismos de defensa en el plano emocional para lidiar con el terror, la tragedia y con el dolor humano. Es compresible que usemos la memoria de forma selectiva para soportar aquello que lastima la conciencia y que nos permite tener cierta cordura. Lo que no aceptable es la anomía y la parálisis social. Lo que nos es aceptable es el desinterés generalizado para exigir el contar con un sistema de prevención del delito y pedir que opere  un modelo de seguridad humana que vele por la integridad y el bien de todas y todos, un modelo que sea trasparente, con rendición de cuentas y que pueda generar gradualmente, con el testimonio y con el ejemplo, el poder tener confianza en las policías y en todo el aparato de procuración y administración de justicia.

Los hechos terribles que vienen sucediendo en Irapuato, Celaya, León,  Apaseo el Alto, Salamanca, Jerécuaro,  Acámbaro, Silao y de cada uno de los municipios del estado de Guanajuato, seguirán siendo asombro efímero, sorpresa momentánea, nota roja de primera plana de seguir todo igual. Las comparecencias e informes recientes del Fiscal del estado y del Secretario de Seguridad Pública ante el Congreso Local,  garantizan que nada cambia, que todo sigue igual.

Se necesita un golpe de timón, -que no se ha dado- y todo apunta a que lo que se requiere de forma urgente, es que el capitán y los contramaestres necesitan ser relevados. El mar está teñido con sangre desde ya muchos años, eso, es una triste sorpresa y que por cotidiana que sea no puede ser aceptable. Como no es aceptable el que tengamos autoridades que han hecho de la omisión y el desinterés de sus responsabilidades un estilo de gestión gubernamental.

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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