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viernes, abril 19, 2024

Un poco de corazón

 

 

“Que todos se levanten, que nadie se quede atrás, que no sea uno ni dos de nosotros, sino todos”.

                                                                                                                      Popol Vuh

“Lo ideal sería tener el corazón en el cráneo y el cerebro en el pecho. Así, pensaríamos con amor y amaríamos con inteligencia”.

                                                                                                                      Anónimo.

 

A la sensibilidad social, si es que eso puede definir para un colectivo humano tan heterogéneo, se le sumó enojo social. Los abusos de autoridad en México y en Estados Unidos han generado una acción colectiva de protesta, de reclamos y de exigencias de justicia. La realidad social muestra que las actitudes discriminatorias están arraigadas ideológica, social y políticamente en amplios sectores de la sociedad. La lucha por la vigencia de los Derechos Humanos que se ha venido desarrollando en el mundo, amplió el horizonte de inclusión, pero no ha sido suficiente.

Sin embargo, la manifestaciones en diversas partes del mundo ante la ejecución pública de George Floyd dan la posibilidad, al menos eso se podría  pensar, de  que hay un poco de corazón en la sociedad y que ahora se compromete en luchar y seguir avanzando en lograr el respeto a las diferencias y en continuar desmontado todo un andamiaje ideológico, que está cargado de estereotipos, arquetipos, creencias, clasificaciones y juicios de valor que segmentan, dividen, excluyen, marginan, dañan, lastiman y matan a cientos de miles de personas en el mundo.

El capitalismo incorporó las diferencias al mercado y las vendió en ideales y reivindicaciones de grupos y sectores. Reformuló las identidades sociales y culturales y las volvió signos, las convirtió en estafetas y banderas pero también las hizo mercancías. El individualismo se fue arropando con sectas, con grupos radicales, con versiones neonazis de la realidad, con ideas de segregación, con intolerancia y con humillación.

La globalización nos ha mostrado la existencia de la diversidad cultural. Las expresiones genéticas dentro de toda la gama de la especie humana, desde los estudios de la genética molecular, nos han confirmado que somos casi idénticos, que somos hermanos y hermanas en el sentido literal como especie biológica, pese a las diferentes expresiones fenotípicas, de los rasgos físicos que llegan a predominar en zonas y regiones geográficas en el planeta, así como de grupos con una producción y diversidad cultural singular que dan evidencia de las capacidades y necesidades humanas para sobrevivir como especie en la Tierra. Todos tenemos corazón y cerebro. La igualdad es hecho biológico pero la discriminación es una construcción social desde el poder.

El racismo, el clasismo, el machismo, la homofobia son nociones que se han instalado para perpetuar la desigualdad, el maltrato y el odio. Hoy las expresiones de descontento ante un hecho de violencia racial, amalgaman las diversas luchas sociales, históricas y colectivas por el respeto y la vigencia de los Derechos Humanos. El reclamo y la exigencia es clara, no hay ningún margen para la duda, el Estado y los gobiernos en turno son los responsable de garantizar la plena vigencia de los Derechos Humanos para todos y todas.

La pandemia ha dado la oportunidad de pensarnos como civilización humana, de pensar que la globalización no es un asunto solamente económico, de intercambio de mercancías y de flujos de dinero e inversiones. Las protestas se multiplican y se están sensibilizando  cientos de miles de personas que han salido a las calles a protestar en estos días y que ponen en evidencia las ideologías internalizadas de desprecio e intolerancia, que están presentes en gobernantes y funcionarios públicos en todos los niveles, que pasa por presidentes países hasta funcionarios locales, -incluidas las policías-, desde magnates hasta micro empresarios, así como de millones de personas que tienen desplantes despóticos, racistas, clasistas, machistas y homofóbicos, que exaltan su arrogancia y su ignorancia, con las formas más burdas del uso del poder, demostrando que no tiene corazón.

El COVID-19 ha puesto en la mesa la necesidad de la colaboración social para reducir los contagios. Las prácticas sociales  han demostrado que hay poco compromiso social, -casi nada de corazón por decirlo así-,  para aceptar y el atender las medidas sanitarias que el control de la pandemia exige y que es el individualismo  lo único que importa, el mercado hizo la tarea. Ha creado personas que no le importan el bienestar de los otros y la salud de las otras personas. Se ha vendido bien la idea de que cada quien debe rascarse con sus propias uñas, de que cada persona debe de resolver sus cosas y  cuidar sus bienes, -los otros, las otras-, sólo existen en tanto sirven para sus fines individuales.

Así, hemos construido una “cultura de las discriminaciones”, junto con una serie de tradiciones de dominación y humillación. Un sistema de actitudes de desprecio y marginación. Un modo de ser, que ha sido naturalizado durante muchas décadas, que es parte de una herencia social que tiene su origen en la historia nacional y los más 300 años de la colonia, con una historia social y política ha venido validado que la explotación y sumisión son normales, prácticas culturales que está aderezada de un lenguaje que hiere, que lastima, que daña, que produce dolor, pero que sobre todo separa, divide, excluye, margina, cataloga, desprecia y discrimina sin ningún remordimiento de forma inconsciente, pero también consciente y sin corazón.

De lo humano que nos hace humanos es la diferencia. Aceptar y reconocer lo diferente, dialogar desde la diferencia con el diferente a mí, para entender que lo humano es múltiple y diverso, que nosotros y nosotras hemos creado un sistema de creencias que se han institucionalizado, que han permitido que haya todo tipo discriminación y que ha servido para no reconocer que todas las personas por ser seres humanos somos sujetos de derechos.

Tenemos la oportunidad de voltear hacia nuestro interior para sentir  y entender que la fraternidad y la sororidad nacen con un poco de corazón y para ver y visibilizar la discriminación de las que somos víctimas y victimarios. Necesitamos un poco de corazón, para podemos empezar a reconocer que somos todas y todos  iguales desde la conciencia la diversidad humana que nos constituye. Hace falta un poco de corazón, sólo eso, algo de corazón y poder sentir inteligentemente.

 

 

Arturo Mora Alva
Arturo Mora Alva
Biólogo por la UNAM, Mtro. en Educación por la UIA León, Doctor en Estudios Científico Sociales por el ITESO con especialidad en Política. Profesor Universitario en todos los grados. Investigador Social, Consultor y Analista.

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