Por: Amicus DH, A.C.*
En la actualidad, las sociedades modernas pensamos y creemos haber superado un concepto y una práctica constante que a través del tiempo se ha manifestado contra ciertos núcleos, por ejemplo, contra los judíos y los afrodescendientes, dependiendo del momento histórico determinado. Esta práctica a la que hacemos alusión es llamada “racismo” y aunque pareciera haberse desvanecido, se encuentra latente en las formas de pensar y actuar de las personas en todo el mundo.
En ese sentido, el racismo sigue siendo un grave problema, puesto que es una violación a derechos humanos y a su vez es precursor de otras violaciones a derechos humanos. La Convención Internacional sobre la Eliminación de toda forma de Discriminación Racial, la define como toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y las libertades fundamentales en las esferas política, económica , social, cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.
Recordemos que una parte de la población de nuestro país se encuentra conformada por pueblos indígenas o tribales; incluso, existen personas afrodescendientes, cuya presencia deriva originariamente de los procesos de colonización de los siglos XVI y XVII y que se ha reforzado en razón de los movimientos migratorios recientes en nuestro continente. Así, México no está exento del fenómeno aludido, por el contrario, estas personas han sido víctimas del racismo por sus características físicas, culturales y sociales, de suerte que se les ha tratado históricamente como inferiores.
Para verificar esta problemática, proponemos algunos escenarios ejemplificativos donde se visibiliza. La primera situación que conviene destacar es la normalización, en el discurso cotidiano, de expresiones como “indio”, “negro” o “prieto”, mismas que parecieran inofensivas y que son incorrectamente vinculadas a algo desagradable, a una ofensa, lo que deriva en deshumanización y exclusión. Este tipo de comentarios son maneras de denostar, que parten de la idea de que ello está permitido por el aspecto físico del otro, como si se tratase de características por las cuales deben avergonzarse, teniendo como resultado que se refuercen las diferencias y se sitúe a las personas en escalafones de subordinación frente a otros.
Otro ejemplo son las expresiones o discursos racistas que se profieren en perjuicio de estudiantes de origen indígena, afrodescendientes e inclusive contra aquellos de tez morena; este tipo de declaraciones, aunque muchas veces parezcan inofensivas o pudieran no buscar ofender directamente, tienen los efectos descritos. Lo anterior puede trascender hasta convertirse en actitudes o acciones específicas de violencia.
Luego, resulta sorprendente el hecho de que se niegue la existencia del racismo en nuestro país, ya que afirmar que no existe tal es una idea que circula libremente en el imaginario social. Empero, tanto el Estado como las personas que coexistimos dentro de la sociedad, tenemos la obligación de ser conscientes y revertir la cultura racista que sigue perpetuándose. La mejor manera de mitigarla es a través de los espacios educativos, en los que se fomente el respeto y la pluriculturalidad desde la familia y se evidencie el racismo y la discriminación como un primer paso para poder erradicarlos. Por tanto, no olvidemos que nuestras raíces y los fenómenos migratorios se anteponen como realidades tangibles, que exigen de todos y todas el respeto hacia los demás, en aras de alcanzar una sociedad más armoniosa, igualitaria y democrática.
*Amicus “Derechos humanos por el cambio social”
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