Por Javier Eduardo González Guzmán
Ante el pujante movimiento feminista y las protestas en contra del racismo, se ha dado lugar a un ‘cribado histórico’ que pretende evidenciar toda vinculación con un pasado opresivo y discriminador. Si bien cada lucha guarda sus motivaciones e intenciones específicas, resulta llamativo el señalamiento de figuras históricas que hayan participado en detrimento de ciertos sectores sociales (específicamente las mujeres y las minorías étnicas).
En lo referente a la violencia contra las mujeres, podríamos mencionar el polémico caso de Pablo Picasso. A pesar de ser uno de los artistas más influyentes y prolíficos del siglo XX, también se presentó como un hombre sumamente conflictivo en sus relaciones amorosas. De entre las no pocas amantes que tuvo, a Picasso se le acusa de ser una persona manipuladora, posesiva y perversa. Los relatos de algunas de sus exparejas en torno a su relación con el pintor dan cuenta de un evidente machismo[1].
En el ámbito del racismo, se encuentra la polémica que desató el cambio de nombre de una de las torres en la Universidad de Edimburgo, que otrora ostentaba el mote de David Hume. Lo anterior obedece a una serie de comentarios que realizó el filósofo escoces en contra de la ‘raza negra’[2] y unas cartas donde aconsejaba a funcionarios ingleses sobre la adquisición de plantaciones en la isla de Granada (presuponiendo el uso de esclavos provenientes de África) [3].
Si bien el machismo y la discriminación son cuestiones que se han manifestado a lo largo y ancho de la historia de la humanidad, el problema que suscitan los casos recién aludidos reside en la aparente dicotomía de sus personas. Por un lado, se encuentra un gran artista o un reconocido filósofo, pero por el otro se tiene a un cabrón o a un racista confeso ¿Cómo conciliar ambas facetas? En todo caso, ¿serían conciliables o más bien cabría juzgar cada una por separado?
Ejemplos como los ya mencionados abundan en el ámbito específico de la filosofía. No obstante, cuando se revisan los libros sobre la historia de la filosofía, no podemos evitar percatarnos cómo se omiten estos aspectos que parecen ‘incómodos’. Aspectos que tal vez se consideren ‘irrelevantes’ para entender el pensamiento de algún filósofo o que se pormenoricen al no pertenecer a su corpus canónico.
Entre algunos de los ejemplos que podríamos mencionar, se encuentra en un primer momento el caso de Aristóteles. Considerado como uno de los pilares fundamentales de la filosofía occidental, Aristóteles también fue un defensor de la esclavitud. En su Política argumenta que la esclavitud forma parte del orden intrínseco de las cosas, en tanto que hay hombres que guardan una disposición natural para mandar y otros para obedecer. Se trata de una situación que se confirma en la misma composición del hombre, alma y cuerpo, donde una de las partes somete a la otra. Así como también se puede observar en la sujeción que los seres humanos ejercen sobre los animales domésticos. E, inclusive, cabe mencionar la superioridad que el macho posee sobre la hembra, permitiéndole desplegar su dominio sobre ella[4]. De cualquier forma, aquel que obedece (esclavo, animal doméstico, hembra) no se pertenece a sí mismo, sino a aquel que lo manda. Se convierte en propiedad, en un instrumento para llevar a cabo una determinada tarea:
“Aquellos hombres que se diferencian de los demás tanto como el alma del cuerpo o como el hombre de la bestia (se hallan en esta condición aquellos cuya función se limita al uso del cuerpo y esto es lo mejor que tienen), son esclavos por naturaleza y para éstos es mejor estar sometidos a este tipo de autoridad, como en los casos mencionados. Es pues esclavo por naturaleza quien puede pertenecer a otro (por ello precisamente le pertenece) y participa de la razón en la medida en que puede percibirla, aunque él mismo no la posee” (Aristóteles, 1254b, p. 104).
Otro ejemplo controversial es el de Jean-Jacques Rousseau. Además de ser considerado como un importante filósofo político, Rousseau también destaca por sus aportes a la pedagogía, con su libro Emilio, o de la educación. Sin embargo, esta situación se ve contrastada con el abandono consecutivo de sus cinco hijos en un orfanato (desconociendo hasta la fecha el destino o el nombre de su progenie). Lo único que se sabe es que los tuvo con Thérèse Levasseur, una lavandera y modista analfabeta. La justificación inicial que Rousseau arguyó es que carecía de recursos para mantener a sus hijos. Pero posteriormente, en sus Confesiones, admite que lo hizo para alejarlos de su familia política. Al parecer consideraba como un peor destino encomendar su formación a una familia analfabeta que la que podría ofrecer el hospicio[5].
Finalmente, en lo que podría considerarse como la cúspide de la misoginia, se encuentra Arthur Schopenhauer. Reconocido como una de las figuras centrales de la filosofía en el siglo XIX, Schopenhauer pensaba que la mujer era física e intelectualmente inferior al hombre. En su libro El amor, las mujeres y la muerte, el máximo representante del pesimismo filosófico afirma que la mujer posee una especie de ‘miopía intelectual’, una mirada que no ve más allá de lo inmediato futuro o pasado. Se trata de un ser que no está destinado a realizar grandes trabajos ni obras, cuya función se reduce a la mera reproducción. En suma, para Schopenhauer, la mujer debería ser confinada al hogar, debido a su naturaleza sumisa, pueril y débil[6]. Tal como reza su controvertida frase: “Las mujeres son criaturas de ideas cortas y cabellos largos”.
Hasta aquí, la lista de ejemplos no pretende ser exhaustiva ni detallada. Quedan todavía otros casos polémicos, como el de René Descartes y su consideración de los animales como meras máquinas, carentes de cualquier sensación o sentimiento; así como también la relación de Martin Heidegger con el nazismo, que ha dado lugar a incansables debates entre sus apologetas y sus detractores. Pero más allá de centrarnos en tal o cual problemática, que merecen su debida consideración, pretendemos cuestionar la recepción de dichos autores ante la luz de los eventos que nos atañen hoy en día.
Como ya nos habíamos preguntado al inicio, ¿hasta qué punto sería posible distinguir entre la vida y la obra del autor? Mientras que para algunos se trata de una frontera bien definida (‘aquello que se dice no tiene nada que ver con lo que se hace’), para otros aparece como una línea muy difusa, casi indistinguible.
Tal vez podríamos pensar que la postura de cada uno de estos autores se trata de una cuestión contextual, que obedece más bien a una cultura y un tiempo determinados (‘es que en ese momento era normal pensar-actuar de esa manera’). En este sentido, todo señalamiento moral respecto del pasado sería, en última instancia, anacrónico e irrelevante. Pero si es así, ¿no estaríamos cayendo en una especie de relativismo moral en el que cada autor tendría sus propios parámetros para ser juzgado?
Cuando leemos este tipo de discursos resulta inevitable cuestionarnos en qué medida permean el resto del pensamiento de sus autores. Si la lectura de Aristóteles o de Rousseau adopta una interpretación distinta de cara a cierta influencia ideológica. O si, por el contrario, tendríamos una lectura ‘neutral’, en la que su pensamiento estaría circunscrito exclusivamente al ámbito académico.
La cuestión no ofrece respuestas sencillas y tal vez nos sintamos tentados a elegir de inmediato alguna de las posturas expuestas. Lejos de ser un problema abstracto, que ataña exclusivamente al orden de las ideas, las reacciones han sido muy patentes. El caso de Hume y la Universidad de Edimburgo se inscribe en una serie de reclamos para borrar esos nombres con un pasado moralmente cuestionable. Mientras que para algunos no se trata más que de una histeria colectiva, otros ven en ello una manera de restituir cierta dignidad a un presente lacerado por la injusticia y la desigualdad.
Referencias:
Aristóteles. (s/f) Política (trad., 2005). Madrid: Istmo.
Hume, D. (1777) “De los caracteres nacionales” en Ensayos morales, políticos y literarios (trad., 1987). Madrid: Trotta/Liberty Fund.
Schopenhauer, A. (1851) El amor, las mujeres y la muerte. Disponible en: https://pdf-libros.com/amor-mujeres-y-muerte-y-otros-ensayos-pdf/
[1] https://www.elcomercio.com/tendencias/pablopicasso-genio-maltrataba-mujeres-violencia.html
[2] En su ensayo De los caracteres nacionales (1777), Hume postula la inferioridad natural de la especie humana negra frente a los blancos. La especie humana negra carecería del talento artístico y del ingenio científico para crear una ‘civilización’ digna de recibir tal título. Inclusive, se llega a afirmar que un hombre blanco, pobre y sin educación podría destacar sobre cualquier hombre negro (Hume, pp. 103-104).
[3] https://www.infobae.com/cultura/2020/09/14/la-universidad-de-edimburgo-elimina-el-nombre-de-david-hume-por-racista-y-pro-esclavitud/
[4] “También en la relación entre macho y hembra, uno es superior y otro inferior por naturaleza, uno manda y otro obedece” (Aristóteles, 1254b, p. 104).
[5] Confesiones (volumen IX): “Pensar en encomendarlos a una familia sin educación, para que los educaran aún peor, me hacía temblar. La educación del hospicio no podía ser peor que eso”.
[6] “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Para su deuda a la vida, no con la acción, sino con el sufrimiento, los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia; tiene que obedecer al hombre, ser una compañera pacienzuda que le serene. No está hecha para los grandes esfuerzos ni para las penas o los placeres excesivos. Su vida puede transcurrir más silenciosa, más insignificante y más dulce que la del hombre, sin ser por naturaleza mejor ni peor que éste” (Cita recuperada de la edición digital: https://pdf-libros.com/amor-mujeres-y-muerte-y-otros-ensayos-pdf/)