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sábado, abril 20, 2024

Reflexiones de un observador electoral

Por: Francisco J. Guerrero Aguirre

La elección entre Obama y Romney será recordada como una de las contiendas más políticamente cruentas y aguerridas de la historia reciente de Estados Unidos. Caracterizada por el altísimo costo económico de las campañas, se habla de una cifra mayor a 8 mil millones de dólares de gasto, tanto en la organización del proceso como en las recaudaciones de los dos candidatos.

Con leyes liberales que permiten la participación financiera de corporaciones y sindicatos, la disputa electoral lleva a la televisión gran cantidad de spots, que de manera fiera y sin contemplaciones señalan defectos y errores del oponente a través de campañas negativas amparadas en la libertad de expresión. Como en todas las elecciones norteamericanas, las encuestas jugaron un papel determinante. En la opinión pública se construyó la imagen de un “empate”, que al final de cuentas no coincidió con el resultado final. Nadie se rasgó las vestiduras ni solicitó que se regulara a la actividad de las casas encuestadoras. Como en ninguna elección, los factores étnicos y raciales jugaron un papel determinante.

De acuerdo con muchos analistas, la lección más dura para el partido republicano radica en el hecho de que será imposible en el futuro avanzar políticamente si no se incluyen en su plataforma política las preocupaciones de la comunidad hispana.

Las diferencias entre el sistema electoral mexicano y el del vecino del norte siguen siendo evidentes. Como pude constatar al participar como observador electoral recientemente, en Estados Unidos no existe una autoridad electoral federal, no se cuenta con un padrón con fotografía y ninguna instancia pública hace un anuncio oficial el día de la jornada electoral, tal y como sucede en nuestra realidad nacional.

En contraste, son los propios medios los que informan a los electores sobre el ritmo de las tendencias, y son también los candidatos que participan quienes reconocen la victoria del contrincante. La generosidad política de triunfadores y derrotados es el sustento de confianza que permite que los electores continúen con su vida diaria y que los conflictos postelectorales sean mínimos.

El triunfo de Obama significa la continuidad de un proyecto que ha buscado romper, no sin dificultades, las inercias de un modelo político centenario que en los últimos años ha tenido que coexistir con congresos opositores al Ejecutivo y a los propios cálculos de bloqueo en las decisiones más relevantes. El tono rudo y severo de los tres debates presidenciales fue un buen ejemplo de la profunda división existente entre demócratas y republicanos.

Simultáneamente a la elección presidencial se renovó totalmente la Cámara de Representantes y parte del Senado. También hubo elecciones estatales y se consultó a los ciudadanos sobre temas tan candentes como el matrimonio entre personas del mismo sexo o el uso de drogas de carácter recreativo.

En todas las decisiones que los electores tuvieron que tomar destaca un debate franco y difícil a través de los medios y destacadamente en las nuevas redes sociales. Resulta muy virtuoso que las discusiones durante las campañas se centran en muchos asuntos de política pública, lo que genera un electorado más informado. Sería equivocado extrapolar la experiencia de la pasada elección de EU al caso mexicano sin considerar las profundas diferencias históricas; sin embargo, sería válido destacar algunos rasgos de ese sistema político que nos deben hacer reflexionar:

1) La contienda política entre candidatos y partidos se da en Estados Unidos sin ninguna restricción. El discurso de la contienda se ampara en una libertad de expresión que se ejerce a ultranza.
2) El gasto virtualmente sin restricciones por parte de los contendientes hace de las elecciones un ejercicio de libre mercado. Todo el financiamiento que reciben los candidatos es privado.
3) Seguramente para la próxima elección presidencial veremos un replanteamiento en las estrategias del partido republicano. La realidad ha demostrado que sin el voto de los latinos y la comunidad afroamericana es imposible ganar.

Fue un privilegio ser testigo de una elección tan vigorosa. Con sus diferencias, pero también con sus similitudes, México y EU son dos países democráticos que han elegido en paz a los presidentes que dirigirán los destinos de sus respectivas naciones en los próximos años. Barack Obama y Enrique Peña Nieto han pasado la difícil prueba de las urnas, ahora los ciudadanos de los dos países estaremos expectantes ante su ejercicio de gobierno.

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