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jueves, abril 25, 2024

Reflexiones sobre Halloween

Tendría menos de 10 años cuando vi Halloween en la televisión. Por alguna razón la primera parte era una rareza que apareciera en la programación por cable, algo que no compartían las otras entregas que frecuentemente se acomodaban en maratones semanales o de todo el día, quizás por problemas de derechos, quizás más para ejemplificar que la franquicia no dependía de una primera parte que nunca quiso expandirse. Mi conocimiento sobre la franquicia ya era extenso para cuando tuve la oportunidad de ver la primera parte, pero ciertamente era faltante y ridículo que no tuviera idea de cómo nació Halloween, del cómo era en movimiento y presenciado, de cómo era sentir miedo por ella.

Muchos se preguntarán el por qué no la renté, y hay una explicación: Halloween sí estaba en las rentas de nuestro centro de videos más cercano, esa calabaza que se transformaba en una mano con un cuchillo es algo que no olvidas sobre todo si está sentada junto a otras cajas a la espera de que te la lleves por unos días a tu casa, pero era algo que no iba a pasar porque el encargado de las rentas, era mi padre, quien había aprendido a no confiar en los instintos de sus monstruos gracias a un fatídico domingo en la casa de la abuela con doble función de Marcianos al ataque de Tim Burton –mi elección- y Piraña II de un anónimo James Cameron, decisión de Didier que a los 5 minutos de haber iniciado la película fue cancelada porque en la película una pareja decide tener sexo subacuático.

Halloween

La renta no era una vía para ver cine de horror, pero tenía otra opción. Mis tardes se enfocaban en dos actividades: anotar en una libreta el nombre de cintas de terror que pasaban por la televisión o que leía en revistas y libros sobre el tema, y el agarrar la guía del cable antes que nadie y con marca textos destacar las películas que aparecían en mis investigaciones, así como las que sonaban del género… eso era cada mes, y mejor en la temporada de Octubre, que era cuando menos me preocupaba por socializar y tener tardes enteras de películas a mi disposición.

Entonces, Halloween de John Carpenter, aparece en la guía de manera inesperada: por supuesto que la voy a ver. En estos tiempos volteo a ver lo que hice y sí me considero apático, de no querer interactuar con la gente y de no jugar con los demás, pero también recuerdo con cariño el hecho de que mi plan se cruzara con una fiesta infantil a la que tuvimos que acudir más a fuerza que de ganas en casa ajena -en segmento de comerciales, obviamente- y en donde mi hermano y yo nos instalamos en la papelería adjunta del hogar, sin nadie más, viendo la película en una televisión pequeñita.

Y eso nos cambió mucho. Al término de la función, las sombras no se sentían seguras, y el tema memorable de John Carpenter tenía más peso que en las otras entregas, no teníamos idea de cómo habíamos vivido tanto sin Halloween, pero a partir de ese día no se nos olvidó; mi hermano es mi compañero del alma, y con él sólo podía jugar a cosas que los demás no entendían: hablar de monstruos, de casos en donde ellos pelearan, de pedir dulces durante el 31 de Octubre vestido del Doctor Loomis gritando por las calles Michael.

La función de ayer de Halloween me hizo recordar esto, y también me dejó entrever una incomodidad que nunca había sentido en la vida.

No me iba a perder la oportunidad de ver una de mis películas favoritas en la pantalla grande, y también iba a llevar a mi hermano a verla; llegamos a una sala repleta de gente, la mayoría con un interés morboso porque esta semana se estrena la nueva entrega/reboot de la franquicia, y pues qué mejor manera de atraer al público que darle la oportunidad de nutrirse de la información necesaria para que estén en fila el viernes, comprando sus boletos para la nueva Halloween. O en el caso de románticos como yo, recordar, recordar cuando tuviste tu primera novia y aventaste las palomitas por un grito proveniente del público, o en mi caso, de la epopeya que sufrí para ver la primera entrega.

Las audiencias de hoy son medio incoherentes: no se dejan atrapar por la atmósfera de una película porque sienten tedio, y por el tedio comienzan a ver detalles dentro de lo que se les está ofreciendo en pantalla, por ende los intentos de generar tensión en crescendo no son tan efectivos si son sutiles. La audiencia de ayer se reía de un Michael Myers que acechaba a Laurie Strode por las calles de Haddonfield, de su poco actuar y de su extrema paciencia, que sólo se resume en esperar el momento adecuado para atacar, no sé si la gente esperaba una carnicería, pero una pareja detrás de mí comentó en cuántos muertos había en la película, “Como 5” dijo uno, apareció un “Qué chafa” femenino.

Menciono la incoherencia porque una de las bondades de la película, radica en su diseño sonoro; la respiración de Michael Myers es tan icónica como la de Darth Vader, quizás mejor contemplada porque en varias ocasiones, lo único que sabemos de él es que está respirando, pero no lo vemos. Este soundtrack ocasionalmente suple el score de John Carpenter que también regresa triunfal con un ataque o un jumpscare en donde los quejones de atrás gritaron por no esperarlo, pero que tampoco era tan efectivo porque la gente encontraba gracioso el rostro de las víctimas o el típico caso de implementarse en la película, molestando a Laurie de no haber guardado las llaves, o de dejar el cuchillo sin supervisar porque se encuentra en shock.

La gente cambia, y no siempre al ver una película lo que hacen es ponerse al margen de cuando salió, no viéndola con ojos de revisión y aprecio sino de comparación. La sala se reía de una película que me aterró y me formó y por un momento me sentí muy pequeño en esa sala, con el corazón roto porque no podía expresar mi descontento de que no había conectado con una audiencia y me encontraba solo, solo en un mar de carcajadas y de reclamos que me hicieron pensar en que ya no soy el niño de antes.

Escribo de cine porque el cine es mi vida, y en las películas se reflejan mis pasiones, predico de cine porque es importante, el arte más consumible y que llega a casi cualquier parte. Cuando te dedicas a esto, la gente te toma como un fanfarrón inflado que destroza películas, pero en el fondo lo que haces es desnudarte porque te expresas sin miedo a la censura y con la intención de generar plática al respecto, y así como hay momentos en los que te vilificas y eres presuntuoso, también hay momentos de reflexión y melancolía. Las decepciones ocurren dentro, y fuera de la sala, y con o sin audiencias, no es algo muy precioso de sentir, pero tampoco carece de valía, es un momento poderoso de reflexión.

Y pocas veces tenemos tiempo para eso, en este mundo apresurado.

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