No es que tengamos los gobernantes que merecemos, sino que creemos parecemos a ellos cuando los elegimos.
Como nos movemos a base de creencias, pues nos creemos todo lo que nos ofrecen sin certeza alguna ni conocimiento de las cosas. Casi a ciegas hemos elegido a todo tipo de tipos para los cargos que les encargamos. Y así nos va. El voto parece un cheque en blanco y al portador que termina saliéndonos carísimo.
Hace unos días, el Congreso local armó una reunión virtual sobre cómo evalúan los partidos políticos a sus diputados. Ciertamente que eso resultó una virtualidad porque ningún partido se hace cargo de sus funcionarios, a no ser por la disciplina que les obliga si quieren ser considerados para la próxima. Por eso la marabunta de reeleccionistas sin pudor.
En realidad, no tenemos partidos políticos realmente representativos de los ciudadanos; son, a ciencia cierta, agencias de colocaciones para sus integrantes casi exclusivamente. De entre ellos sacan a quienes nos presentan como candidatos y a nosotros solo nos toca creerles y votarles, hasta allí. Excepcionalmente ofrecen a alguien de fuera una candidatura porque lo necesitan en razón del número de votos que deben alcanzar para sus prerrogativas.
Ha sido así y no se ven cambios en esa operación. Ni siquiera tenemos herramientas para hacer que cumplan lo que nos ofrecen: no existe una cosa similar a la Profeco electoral. Hay sí, instancias para enredarnos en su burocracia si es que nos atrevemos a exigir algo. O no volverlos a votar.
