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viernes, abril 19, 2024

México, las cosas por su nombre

Casi como despedida de su administración al frente del gobierno federal el presidente Calderón firmó este jueves 22 la iniciativa de ley para cambiarle el nombre oficial a nuestro país, pasando de “Estados Unidos Mexicanos” a llamarse simplemente “México” como en la práctica se nos identifica en el mundo entero.

Es una excelente idea, que debió haberse propuesto hace muchísimo tiempo, para superar esa gringofilia despistada que inspiró a los constituyentes de 1824 para nombrar a nuestro país a semejanza de la unión norteamericana, lo que, considerando las enormes diferencias en el origen de ambas naciones, resultaba simplemente ridículo.

Por una parte, los Estados Unidos de América surgieron como tales porque resultaron de la alianza entre las 13 grandes colonias británicas de la costa atlántica para luchar juntas contra la opresión de la monarquía londinense.

Debido a ello, incluso su propia declaración de independencia fue fruto del consenso alcanzado en el Congreso Continental, con la participación de representantes provenientes de todas las regiones que habrían de, eventualmente, constituir la federación. En pocas palabras, la denominación de “Estados Unidos” con todo lo que ello implica, fue un resultado lógico  de la realidad.

Por el contrario, en México nunca existió, ni por asomo, algo similar, desde los tiempos coloniales el país se manejó, para bien o para mal, como un solo virreinato, con una capital bien definida y con una estructura de provincias.

Tras la independencia y el destierro de Iturbide, los republicanos, creyendo absurdamente que al copiar un par de palabras se imitaría por ósmosis el éxito de la republica norteamericana, se piratearon el nombre y salieron con el absurdo de “Estados Unidos Mexicanos” sacándose de la manga unos estados soberanos que existían únicamente en las febriles imaginaciones de los legisladores.

Desde entonces hemos vivido en una especie de esquizofrenia política: por una parte el discurso está lleno de referencias al federalismo y las libertades de los estados, mientras que por la otra el gobierno “federal”, aún en estos tiempos de transición democrática, mantiene un férreo control sobre los ingresos de las entidades y el rumbo de la política del país.

No, no somos los “Estados Unidos Mexicanos”, somos México; no somos una republica federal, somos una republica centralista que a tiros y jalones empieza a abandonar esa nefasta tradición de definir todo en la capital; no somos una copia de los gringos, somos una nación distinta que tras 2 siglos de vida sigue en busca de su identidad y su camino en el concierto de las naciones.

Somos México, con sus éxitos y orgullos, pero también con sus vicios, errores y problemas. El primer paso para resolverlos consiste justamente en aceptarnos como ello para, desde ese punto de partida, diseñar y aplicar, desde la sociedad, soluciones que funcionen en nuestra realidad.

Por supuesto, hay mucho en la experiencia norteamericana para imitar y aprender, pero sin dejar de lado que México, por nuestra historia, valores e identidad, requiere respuestas propias. Las reglas generales: Libertad, estado de derecho, contrapesos institucionales, etc, son las mismas, el cómo aplicarlas es algo que debemos descubrir por nuestra cuenta.

Por lo pronto, la primera etapa es decirle a las cosas por su nombre y, en este caso, es México.

Correo electrónico: Garibaycamarena@hotmail.com

Twitter: @garibaycamarena

Gerardo Enrique Garibay Camarena
Gerardo Enrique Garibay Camarena
Escritor, Católico por vocación y convicción, libertario, escéptico de la política y desconfiado de las intenciones de los políticos Twitter: @garibaycamarena "Personas libres y mercados libres." Wellington.mx

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