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viernes, abril 26, 2024

Ni himnos, ni banderas

A primera vista la noticia no parece muy relevante que digamos, no se trata de Jenny ni de Elba Esther, vamos, ni siquiera de Rafa Márquez, pero vale la pena comentarla porque muchas veces son esas pequeñas notas al pié las que acaban transformando al mundo.

Este jueves 13 de diciembre la fuerza aérea japonesa desplegó 8 aviones F-15 en una zona de islas que disputa con China. La crisis fronteriza comenzó a escalar desde hace algunos meses, reviviendo la relación de rencores entre ambas naciones y provocando incluso escenas de violencia en algunas ciudades.

También en el lejano oriente, los focos de alerta de la opinión mundial se encendieron tras el lanzamiento de un cohete de largo alcance por parte del régimen comunista de Corea del Norte, que intenta consolidar el liderazgo de su nuevo sátrapa, Kim Jong-un.

Mientras tanto, en América latina, toda proporción guardada, hay un par de conflictos similares, Colombia contra Nicaragua y Perú contra Chile, resolviéndose en los tribunales internacionales en medio de crecientes tensiones que enturbian el panorama político regional.

Estos incidentes tienen en común que están alimentados por el nacionalismo, ese fenómeno que, palabras más, palabras menos, consiste en la exageración del natural sentimiento de identificación hacia el lugar en que nacimos, convirtiendo a la “patria” en dios, justificante y razón de ser.

Tan solo durante los últimos siglos, alimentado con esteroides por los estados en consolidación, cuyos gobiernos lo han empleado una y otra vez para incrementar su poder, el nacionalismo ha sido la justificación y la causa directa de la muerte de millones de personas.

Desde las absurdas masacres de la Primera Guerra Mundial al horror de los ataques a civiles en Srebrenica o el genocidio armenio y el holocausto, la ideología nacionalista ha sido el ingrediente central en la receta de la tiranía.

Todo ello debido a que, por una de esas curiosas incoherencias de nuestro subconsciente, la violencia sin sentido que nos parece tan aberrante cuando se trata de pandillas defendiendo “su barrio” la aceptamos incluso como algo heroico cuando se habla de países, a pesar de que en ambos casos se trate, esencialmente, de la misma conducta.

De momento, por supuesto, los casos de Corea, Japón-China y los conflictos limítrofes de Latinoamérica son tan solo temas diplomáticos y quizá se resuelvan sin derramamiento de sangre, pero nos recuerdan que el fantasma del nacionalismo sigue presente y eso es digno de tomarse en cuenta.

Si algo nos ha demostrado la historia moderna es que, ante las crisis económicas, los políticos recurren a la exaltación de la patria y al conflicto como mecanismos para mantener distraída a la gente y conservar los privilegios del poder.

Es claro que el mundo enfrentará durante los próximos 10 o 15 años, por lo menos, un periodo de recesión, cuya gravedad podría superar incluso la de 1929 no solo en términos financieros, sino políticos y sociales y por ello es necesario denunciar con todas sus letras el daño que el nacionalismo fanático le ha causado a la humanidad, antes de que a los políticos se les ocurra utilizarlo otra vez.

Al final del día el tema de fondo es la relación entre el estado y el ciudadano: los nacionalistas ponen a la persona al servicio del estado como hormigas respecto al hormiguero y le venden a los jóvenes el mito de que mueren por la patria cuando en realidad lo hacen por la clase gobernante.

No, el estado no es primero, la nación solo tiene sentido desde las personas y nunca por encima de ellas. No tenemos derecho de atacar la vida, la propiedad y la libertad de los inocentes, ni siquiera bajo el pretexto de la grandeza del “país”.

No hay himnos ni banderas que justifiquen las guerras de agresión. Lo mismo, en el caso de las personas y de los países, la violencia solo es válida en defensa propia.

Vienen tiempos difíciles, crisis, y con ella, el riesgo de caer una vez más en el abismo de la guerra. Más nos vale tener muy claras estas verdades, de lo contrario, en el pecado llevaremos la penitencia.

 

garibaycamarena@hotmail.com     www.sinmediastintasblog.com

Gerardo Enrique Garibay Camarena
Gerardo Enrique Garibay Camarena
Escritor, Católico por vocación y convicción, libertario, escéptico de la política y desconfiado de las intenciones de los políticos Twitter: @garibaycamarena "Personas libres y mercados libres." Wellington.mx

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