José Robles Vargas
¿De dónde surge la queja? Podríamos pensarla en relación con la búsqueda de justicia. Cuando nos encontramos inconformes o insatisfechos ante una situación expresamos una queja. La dirigimos a otra persona cuando estamos en un contexto “individual”. En una dimensión colectiva, la queja se dirige ante las instituciones correspondientes que buscan velar por el bienestar y la felicidad de todos los individuos. Pensada así, la queja es un momento de la justicia que tendría lugar en un aparato burocrático institucional, bien fundado en razón, por el común acuerdo de la sociedad de individuos racionales. Pero la queja no siempre ha tenido esta relación con la justicia, pues no es sólo expresión del lenguaje al nivel de un discurso racional.
El cuerpo es el que se queja y nos quejamos a través del cuerpo. Expresamos el dolor a través del llanto o el grito. La queja se expresa por la boca. El llanto o el grito del cuerpo muestran la dimensión salvaje de la queja cuya materialización es el rostro descompuesto. Ya no la cara seria de la meditación racional que permanece con la boca cerrada, sino la boca abierta que suelta el sonido del llanto o el grito de dolor. El filósofo francés Georges Bataillemuestra este aspecto central de la boca en la expresión corporal. Y es justamente la boca, a través de la queja como grito o llanto, lo que vincula al hombre con su aspecto más primitivo, salvaje, y animal. Bataille señala cómo el grito o el llanto -la queja en general- se articula corporalmente al alinear la columna con la boca: la cabeza se hace hacía atrás con el rostro mirando hacia arriba para que el llanto o el grito pueda ser articulado de mejor manera. El cuerpo toma la posición primitiva del animal que camina en cuatro patas. Por más que la queja se quiere determinar como un momento del proceso puramente racional de la búsqueda de la justicia, no podemos olvidar este carácter originario de la queja desde la dimensión afectiva del cuerpo.
Sin embargo, el grito y la queja no sólo muestran esa expresión de una vitalidad bestial que obedece impulsos con el fin de conservar la vida. La queja se presenta también como un exceso de vida (que puede llevarnos a su negación). Como una expresión del cuerpo después del cuerpo. La queja y el grito también son la expresión de la enfermedad y el dolor.Y no sólo como deseo de vida, sino como deseo de muerte. El grito y la queja como expresión que busca la vida después de la vida. En los primeros versos de las Elegías de Duino, Rilke escribe: ¿Quién, si gritara yo, me escucharía en los celestes coros? Nuevamente se retrata la disposición corporal que tiene alguien cuando grita y se queja. La boca alineada con la columna vertebral, y el rostro necesariamente dirigido hacia el cielo. Empero, aquí la queja no tiene una relación con lo animal, sino con lo divino. Ya no es el impulso profundo y salvaje de la tierra, sino el deseo incontenible del cielo. Esto implica ya una relación específica con el mundo que se habita. Y es que aquí se revela el aspectosoteriológico del grito y de la queja. Se expresa el deseo de salvación frente a una realidad profundamente imperfecta. La queja es entonces este deseo de vida después de la vida, pues esta vida ya no es suficiente. De un mundo después del mundo -el cielo o paraíso-, por la ausencia de perfección, de necesidad, de alegría y de placer en este mundo. La queja o el grito de los desahuciados o los desposeídos cuyo único consuelo es la muerte. Con esta fisonomía de la queja podemos ver el afecto que está a la base del grito y el llanto: la queja expresa un descontento en nuestra experiencia del mundo. Este es el aspecto fundamental de la queja: el descontento.
El descontento espera que el dolor cese -el grito animal-, o que el mundo cambie -el llanto hacia Dios-. Este afecto revela el lugar en donde existimos: no estamos arraigados en la tierra, pues nuestro grito no es sólo el del impulso animal; pero tampoco estamos más allá del mundo, pues la perfección del paraíso es, en nosotros, solamente un deseo. Parece entonces que el descontento -la queja- muestra que existimos “entre” la tierra y el cielo. Entre la necesidad a la que está sometido el grito animal y la libertad que deseamos con la pregunta hacia el cielo. Este estar “entre” parece condenarnos a una indigencia: no tenemos hogar pues no estamos ni en el cielo ni en la tierra. No encontramos en nosotros el sometimiento a la necesidad, pero tampoco nos pertenece la libertad absoluta. Sin embargo, el descontento no posee únicamente un aspecto negativo, del descontento podemos extraer una consecuencia afirmativa: con el descontento tenemos la experiencia de la contingencia del mundo. El grito del descontento se hace bajo el presupuesto de que el dolor puede terminar o que el mundo puede efectivamente ser otro. Si no hubiese otra posibilidad, no surgiría la queja, sólo habría aceptación y resignación. Pero este no es el caso. De nuestro descontento nace el grito, se expresa una queja. Con la experiencia de nuestro descontento sabemos que las cosas no son así necesariamente, que las cosas pueden ser distintas. Frente a todo discurso que impone una necesidad en el modo de ser de las cosas, nuestro descontento abre la posibilidad de lo distinto. No en un mundo después del mundo, sino en este mundo. Es decir, otro mundo en este mundo. Así, el descontento es el origen de la acción, pensada como una forma de trascendencia en la inmanencia: propiciar un cambio en el mundo. Pensada de esta forma, la acción no tiene como propósito imponerse sobre su objeto, estableciendo una jerarquía, un arriba y abajo, ejerciendose desde la lógica de la dominación; sino llevar a cumplimiento la naturaleza del mundo, siempre en devenir, siempre otro. Con el descontento encontramos el rasgo común que comparten nuestra existencia y el mundo: la contingencia presupuesta por nuestra acción, expresada en la naturaleza de lo que existe.
Bibliografía.
Bataille, Georges. La conjuración sagrada, Ed. Adriana Hidalgo, Buenos Aires, 2003.
Rilke, Rainer Maria, Elegías de Duino, Ed. Sexto Piso, México, 2015.