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martes, abril 23, 2024

¿Somos lo que comemos?

¿Somos lo que comemos?. Una mirada crítica a la producción industrial de alimentos

Por Antonio Carrillo Bolea

“Ha surgido la visión de que la humanidad no será capaz de alimentarse a sí misma a menos de que los actuales modelos de agricultura industrial sean expandidos e intensificados. Esta aproximación es errónea y contraproducente y solo servirá para exacerbar los problemas experimentados por el modelo actual de agricultura. Hay una necesidad para motivar un cambio masivo de la agricultura industrial actual hacia actividades transformativas tales como la agroecología”. Hilal Elver. Reporte especial para Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación

En los últimos años hemos visto una acelerada tecnificación de la producción de alimentos, tanto en México como en otros países. Este proceso normalmente ha ido acompañado de estrategias de marketing que buscan colocar a esta tendencia como el recorrido normal y esperado de la industria de producción de alimentos: tecnologías digitales, organismos genéticamente modificados, mecanización, controles químicos de malezas y plagas, producciones masivas para satisfacer mercados cada vez más grandes. ¿Hay acaso algo que no estemos contemplando en todo este proceso que se acompaña con campañas triunfales de combate al hambre y a la pobreza? ¿Existe alguna relación entre esta industrialización de corte extractivista con el aberrante abandono de la mayoría de las comunidades campesinas del país, sobre todo en el sur-sureste? Es importante entender cómo se alinean los poderes políticos y económicos en algo tan básico como es la producción de alimentos para poder ver tras bambalinas cómo es que se ha hecho de la producción de alimentos un negocio mono-extractivista, esto quiere decir, orientado a un solo producto de valor comercial, producido de manera masiva gracias a la abundancia de recursos derivados de la extracción de otros recursos, en este caso, de combustibles fósiles, fertilizantes minerales y presupuesto público.

Tomemos el caso de la producción nacional de maíz y jitomate, ambos productos básicos de la dieta mexicana y orgullosamente originarios de esta geografía. La potencia agraria que “exporta” en mayores cantidades excedentes más allá de su geografía local es Sinaloa. El estado con importantes índices de tecnificación y producción es también el estado con los mejores suelos para la agricultura, sin embargo, estos recursos naturales se encuentran en un alarmante estado de erosión por el abuso de organismos genéticamente modificados, el uso de mecanización excesiva y de biocidas para el control de plagas y enfermedades de las plantas, así como también la fertilización química y el control químico de malezas. Suelos fértiles se están perdiendo a tasas alarmantes por las prácticas “tecnificadas” o “industriales” que se anuncian como el futuro de la producción agrícola. Tristemente, en México no existe aún, como en Colombia, Costa Rica, Cuba, Holanda y otros países, una tendencia de producción agroecológica de alimentos que le pueda hacer contrapeso al modelo hegemónico.

Como productor de alimento y como asesor de productores, siempre hago énfasis en el principal patrimonio con el que contamos para nuestro trabajo: el suelo. Es alarmante la tasa de erosión del mismo por las prácticas de producción agrícola. En la región de los Tuxtlas, Veracruz, se estima que por cada tonelada de maíz que se produce, se pierde en promedio, cuatro toneladas de suelo por año. Haciendo un promedio general de las tasas de erosión provocadas por la agricultura industrial, se ha llegado a la conclusión de que nos quedan globalmente 40 cosechas más únicamente. ¿A alguien le importa?

Vivimos en un mundo interconectado cada vez más, donde nuestras acciones repercuten como nunca en nuestros entornos locales-globales. Como nunca, nuestra alimentación genera impactos directos sobre los ecosistemas, tanto por el cambio en el uso de suelo como por todas las emisiones de gases de efecto invernadero que hay implícitas en la cadena de producción, transformación, empaque, transportación, venta. En esta red de relaciones, del campo a la mesa, hago las siguientes recomendaciones:

La agricultura cambia las reglas del juego. Podemos acostumbrarnos a no usar whatsapp o cualquiera de nuestras redes sociales, pero no podemos acostumbrarnos a no comer. La agricultura ha sido el motor de la civilización humana desde sus orígenes y llevamos grabado en nuestro ADN nuestras preferencias nutricionales. Si logramos realizar cambios significativos en la matriz agroindustrial de producción de alimentos, podemos atender muchos problemas sociales, económicos y ambientales.

La agricultura industrial es responsable del deterioro de los ecosistemas, de la incidencia de enfermedades crónico degenerativas y del cambio climático. Sea esta producción de proteína animal, vegetal, frutas, verduras o granos, el modelo agroindustrial responde a el esquivo y especulativo mercado de “commodities” y como tal, no busca atender necesidades básicas como la seguridad y soberanía alimentarias, mucho menos generar retornos ambientales y sociales. Centrado en la generación de la mayor cantidad de utilidades por hectárea en el menor tiempo posible, hace uso de tecnologías pasadas y emergentes para generar modelos más “robustos” que sean más “competitivos”, ampliando la frontera agropecuaria de estos productos a costa de bosques y selvas. Varios de estos “commodities”, como el azúcar, son responsables de enfermedades tales como la diabetes, hipertensión, entre otras.

Cambiar patrones de consumo. Orgánico no necesariamente es agroecológico, ni tampoco necesariamente contribuye a las economías locales. Esta es una invitación a conocer más acerca de la agroecología, que es una ciencia, una praxis, un movimiento global y una alternativa para la construcción de modelos de producción de alimento centrados en las personas y en el planeta.

Construir resiliencia, comiendo. Actualmente se habla mucho en psicología de la resiliencia humana, la capacidad de enfrentar adversidades y salir de ellas con un aprendizaje y con mayores herramientas internas para enfrentar las crisis. En el caso de los agroecosistemas se trata de lo mismo, de construir resiliencia basándose en soluciones centradas en la naturaleza. Comprendemos apenas la punta del iceberg de la compleja red de interconexiones en el reino de la vida. Más que intentar someterla para que responda a nuestros intereses de corto plazo, debemos de reparar el tejido con el entendimiento sutil de los procedimientos biológicos y ecológicos. La agroecología es un camino para producir alimento de calidad, regenerando los ecosistemas y las economías locales.

 

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