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sábado, abril 27, 2024

Sueños recurrentes

Podría ser un tópico decir que volvió a despertar bañado en sudor y con una saliva espesa, amarga, que formaba una película coloidal sobre su lengua. Al saberse expulsado del sueño, se giró en la cama para constatar que su esposa seguía durmiendo plácida a su lado. Supo que no había gritado, pero algo dentro de esa dinámica absurda de los sueños lo había rechazado. Se pasó la mano para secar algunas gotas que sentía escurrir alrededor del cuello. Tuvo ganas de levantarse pero no supo a qué, pensó en las últimas imágenes que aún quedaban en su mente, el corredor largo de hotel tachonado con miles de puertas que tenían el mismo número, pero ahora, por la extraña mecánica del sueño, ha olvidado cual.

De los sueños recuerda poco, a veces más que las imágenes, las sensaciones o, en algunos casos, los resúmenes: una noche soñó que García Márquez, el escritor, se había enterado que Virginia Woolf se hallaba en Cartagena y éste la había ido a buscar a su hotel para hallarla con un pie lastimado. El ansioso escritor la había envuelto en una cobija y llevado en brazos para mostrarle la ciudad y jugar golf en un extraño campo frente al mar Caribe que disponía sólo de 15 hoyos. Sabe que estos dos escritores apenas y coincidieron en el tiempo, ella había muerto antes de que el joven de Aracataca la hubiera leído siquiera. Tampoco tuvo noticia de que supiera o sintiera atracción alguna por el golf. Pero lo más curioso es que su sueño no se desarrolla a partir de la acción de los personajes, sino cuando él mismo, el soñador, con su voz algo cascada, relata una y otra vez a diferentes auditorios la historia del colombiano y la inglesa, como si hubiera sido testigo de ella. Talvez lo fue. Talvez lo que nos contamos no sea más que algo que nos es referido en alguna parte. Se inquieta un poco, pues ha vuelto a dudar de la experiencia exterior.

Entre las sábanas, piensa en el mundo sin límites que nos presentan los sueños y se lamenta por retener tan poco, en recordar sólo un par de cosas; las sensaciones de vacío al caer, las caras de gente que no conocía al soñar, pero luego se encontraría por la vida. En medio de sus cavilaciones, ya más sereno y con la disposición de regresar al sueño, escucha la voz de su esposa; le da las gracias a alguien, no sabe a quien. Ella suele hablar en voz alta mientras duerme, quizás interpelaba a Chuang Tzu o a la mariposa, en últimas, ambas son parte de lo mismo.

Aprovecha que ella sigue dormida para dar la vuelta a su almohada, y vuelve sin demora a cerrar los ojos. Se sueña mesero de una taquería. Vestido de blanco, pule la superficie de acero inoxidable que sirve de mesón junto al trompo de carne. Llegan dos clientes: reconoce en uno de ellos a Martín Lutero porque está igualito a sus retratos; viste de negro con esa extraña boina con orejeras, la piel clara y la mirada voluntariosa. Su esposa lo acompaña, una mujer sin rostro, que queda más para la memoria por sus maneras suaves y gentiles que contrastan con la aparencia recia de su marido. Toman asiento. Ella lo llama para ordenar. “¿Puede traerle unos tacos al pastor?”, le pregunta. Él lo piensa por un momento y responde, “Claro, ¿de qué los quiere?”

El despertador exige de nuevo su presencia en el mundo de la vigilia.

Jaime Panqueva
Jaime Panqueva
Escritor, economista, promotor cultural, puericultor, amante de la ópera y de los tacos de montalayo. Este colombiano-mexicano afincado en Irapuato escribe ficción histórica, crónica, artículos periodísticos, entre otras curiosidades.

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