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viernes, abril 26, 2024

Una mirada a la cultura hecha por hombres

Por: María Yolanda García Ibarra

 

En el libro Los hombres me explican cosas la escritora Rebecca Solnit narra la ocasión que asistió a una reunión con su amiga Sally y un hombre adinerado e imponente se quedó con ellas a platicar:

“¿Así qué…? He oído que has escrito un par de libros”, preguntó él.

”Varios de hecho” replicó ella. Después la animó a hablar más (animándola de la misma manera en que animas a un niño de siete años a describir sus clases de flauta) pero Rebecca se limitó a comentar su publicación reciente sobre la aniquilación del tiempo y el espacio en la industrialización de la vida cotidiana: River of Shadows: Eadweard Muybridge and the Technological Wild West. El sujeto la escuchó a medias para informarle la reciente salida de un libro increíblemente parecido mientras ella pensaba:

“Tan inmersa estaba en el papel de ingenua que se me había asignado que estaba más que dispuesta a aceptar la posibilidad de que se hubiese publicado, al mismo tiempo que el mío, otro libro sobre exactamente el mismo tema y que de alguna manera se me hubiera pasado”.1

Para no hacer el cuento largo, digamos que Rebecca continuó escuchando al Señor Muy Importante hablar sobre el libro que ella DEBERÍA conocer, hasta que Sally interrumpió tres o cuatro veces para decir: “ese es su libro”. No sobra decir que el Señor  —que no había leído el libro más allá del New York Times Book Review— se limitó a difuminarse poco a poco por los alrededores de su chalé.

La anécdota anterior, dice Rebecca, parece cómica, y es “tan obvia como una anaconda tragándose una vaca o una mierda de elefante en la alfombra”.2 Sin embargo, el silenciamiento a las mujeres no tiene nada de risa. Fuerza escurridiza que, aunque a veces es difícil de señalar, otras es magnificada en actitudes pontificadas en altas jerarquías donde los hombres explican cosas independientemente de que no sepan de qué están hablando.

Ante la lista de situaciones que se me ocurren al leerla, quisiera aprovechar su atención para mostrar, como ejemplo, los últimos resultados de becas ofertadas por el FONCA donde fue evidente (como la boa y la vaca de líneas arriba) las pocas mujeres ganadoras. Claro, la instancia se encargó del asunto argumentando: “hoy el 45% de los becarios son mujeres, se les apoya más que antes” y, aunque no aclara mucho sobre casos en los que se le acusa de otorgar becas a violentadores, reitera su compromiso nacional con la creación. Propongo que pensemos el suceso de la mano del mansplaining3: término que señala la práctica común que impide a las mujeres sentirse en confianza de lo que están diciendo sin que alguien llegue a explicarles cómo debería de ser el tema que tratan. Nos encontramos ante un poder mudo que educa la inseguridad, se esconde en el umbral de lo no visible e implica procedimientos estratégicos, es mecanismo y orden de silencio. Porque ojo, aquí el término no refiere a sentimientos de inferioridad o a estrategias discursivas de victimización sino a que los hombres explican cosas que no deberían y no escuchan otras que sí. El asunto adquiere formas siniestras si reflexionamos cómo funcionan acallamientos al género en la sociedad mexicana actual.

El mansplaining (aunque sea sutil) acorta capacidades necesarias para ser escuchadas, participar, ser políticamente incorrectas o reclamar derechos; limita a ser educada, calladita, perfecta, impecable. Proponer pensar su relación con instituciones culturales va más allá de señalar a aquellos que deciden quién gana la beca o quién no; tiene que ver con que el relato del arte situó la dimensión viril en la jerarquía más alta de valor estético y con la ausencia enorme de mujeres en la historia oficial porque siempre lo masculino tiene más espacio para hablar. Hace falta impulsar epistemologías de emancipación en contra de lógicas de dominación persistentes en instituciones culturales que participen de producir y reproducir miradas que sólo contribuyan a orientar una percepción de género donde la producción masculina sea más valorizada. Hace falta abrir brechas para hablar sobre el privilegio de crear exclusivo en hombres, y desde ahí, desajustar estructuras e impulsar a las mujeres a asumirse como creadoras.

Aunque es bien sabido que mentes luminosas lucharon por conseguir derechos para la ciudadanía femenina (garantías en materia de sufragio, educación universitaria, libre uso, control y autonomía del cuerpo)   debemos desenmascarar actitudes que fomenten el mansplaining porque, cuando arrojemos la cáscara de lo que queda del día y valoremos aquello suficientemente capaz para construir sociedades más justas o libertarias, todos vamos a querer contar con elementos para construir sociedades que comprendan mejor el alcance de la misoginia. Sin duda, reflexionar sobre mecanismos de dominación aparentemente periféricos pero centrales en nuestra vida, forma parte de un ejercicio deseable: uno necesario para  armados desde el pensamiento, luchar contra abusos de poder cuando nos callan con intimidación en redes, acoso en casa; aulas, marchas y en un largo etcétera que por motivos de espacio no puedo mencionar. Ojalá, como dijo Virginia Woolf, descubramos a la hermana de Shakespeare que vive dentro de nosotras, que tengamos al encontrarla más voz, que al crear dibujemos peces como ideas y que la mujer (la idea tan antigua de lo que eso significa) encuentre siempre el modo de escapar del mar profundo de silencio para renovarse, aunque eso implique, por ahora, no ganar la beca del joven creador.

 

1 Solnit, R. (2016) Los hombres me explican cosas, Ed. Capitán Swing, España.  p.12.

2 Ídem.

3 Es acuñado a partir de las anécdotas de Rebecca Solnit: surge de la contratacción de la palabra en inglés man (hombre) y del verbo to explain (explicar). Dícese de la actitud (de un hombre) que explica (algo) a alguien, normalmente una mujer, de un modo considerado, condescendiente o paternalista.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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