POR CAPÍTULOS.
HOY, DEL CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO AL TREINTA Y NUEVE.
CONTINUAMOS.
CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO.
Soy un atento e interesado confidente de Soraya. Pero que se encuentra de repente preso de una situación que por increíble, extraña, apasionante e inesperada, lo rebasa en todos los sentidos.
CAPÍTULO TREINTA Y CINCO.
Ronda de repente, por mi mente atribulada, inmersa en un inquietante oleaje de angustiados tormentos, un sonoro epíteto para esta historia cuasi siniestra: “Canibalismo incestuoso.”
Pero no me atrevo.
CAPÍTULO TREINTA Y SÉIS.
No cuento con mucho tiempo antes de que Soraya tome los hábitos que la llevaran a convertirse en Sor-Soraya. De ahí en adelante, mi acceso a ella se verá severamente comprometido.
Si no es que aniquilado por completo.
CAPÍTULO TREINTA Y SIETE.
Anoche, desde su nombramiento como cocinera de la secta, he visto a mi amor prohibido. ¡MERCEDES! ¿La recuerdan? La mencioné en voz baja sólo por precaución. Es bien sabido que “La Impronunciable” ha ordenado que se me vigile mañana tarde y noche por si persisto, en mi manía descontrolada -aunque últimamente venida a menos- de adherirme a ella. Afortunadamente, contar en mi cercanía con Soraya, puede haberme salvado la vida. Se cuenta por ahí, que cunde entre la secta, una especie de maldición que ha llevado a la muerte a muchos. Por lo bajito, se culpa de ello a la comida. Y aún más por lo bajito…a la cocinera. ¡Que ya lo decía yo, es incapaz de ponerle mantequilla a una galleta! Pero nadie se atreve a decirlo en voz alta por temor a “La Impronunciable” Gracias a Soraya, que pasa las noches en el convento que queda por aquí cerquita, yo sólo ingiero deliciosos y saludables alimentos, aderezados por las finas y angelicales manos, de novicias atolondradas que no saben bien a bien, lo que significa su compromiso marital con el que sueñan hasta despiertas.
CAPÍTULO TREINTA Y OCHO.
Regreso con las revelaciones confesadas a mí, por la que todavía hoy es Soraya, pero que a partir de mañana -por ahí de las tres de la tarde- en un apresurado, frívolo e insensato deseo por pertenecer a alguien, se convertirá en ¡Sor Soraya!
Y sí.
Tal y como lo advertí renglones arriba, Soraya, me lo contó todo. ¡Todo!
CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE.
Resulta que después de pensarlo mucho, Soraya, decidió tomar el toro por los cuernos -por decirlo de alguna manera- y contarme la verdad. O como se dice ahora “La Verdad Verdadera.” Ella, y la madre de mi antigua novia -espero que recuerdes lo de porqué antigua- Edelmira, son hermanas. Así, en tiempo presente, HABLÓ DE SU HERMANA MUERTA. “Zenaida mi hermana si murió cuando Lalo -al que de cariño le decíamos Eduardo, y al que por obvias razones ya no queremos ver ni en pintura- le disparó. Pero no murió.”
“Sí murió…pero no murió, porque yo, Soraya Montero, su hermana, y gracias a un pacto satánico del que pretendo escapar, al convertirme mañana por ahí de las tres de la tarde, en Sor Soraya, la reviví. Sí. ¡La volví a la vida! Ja, ja, ja, ja.
CONTINUARÁ.