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martes, abril 23, 2024

Usted es la información, el yo como imagen

Cali Chan

La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.

Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica

 

Con la pandemia hemos aumentado nuestras relaciones virtuales, ello ha posibilitado el confinamiento y el distanciamiento social al facilitar el trabajo, la escuela, pero también las compras, los encuentros y el entretenimiento teledirigidos. Voluntaria o involuntariamente, contactamos con el mundo a través de las pantallas, nos experimentamos como imagen a la par que experimentamos el mundo como imagen. Si bien esta relación no es novedosa, para muchos ha sido crucial en este periodo. Mientras las viejas generaciones se resignan, para las nuevas no hay contraste.

Ya mucho antes las imágenes se habían reproducido a gran velocidad: en las pantallas se proyectaban y se proyectan 24 imágenes por segundo, mientras el periódico imprime imágenes por miles; las encontramos en espectaculares, en vitrinas, en los empaques de los productos, en volantes, en revistas. A esta reproductibilidad de las imágenes se ha sumado su reproductibilidad en los dispositivos digitales, las imágenes desfilan en ellos en una cascada infinita y hasta monótona.

La facilidad con la que se pueden producir y reproducir imágenes posibilita aproximarnos a los objetos desde la distancia más corta a través de la imagen, de su copia y de su reproducción, como nos dirá Walter Benjamin. Sin embargo, las imágenes no son los objetos ni las cosas mismas, por esto mismo Benjamin habla de una falta de aura, las imágenes tradicionales están cargadas de esta aura por el hecho de ser únicas e irrepetibles, quiero decir irremplazables. Podemos aproximarnos a estos objetos a través de las imágenes y sin embargo no estar frente a los objetos mismos.

Tal vez en esta cuarentena hemos experimentado esta diferencia radical: emulamos a través de las imágenes la experiencia de la oficina, del salón de clases, de la cercanía con amigos; pero hay una zozobra que ninguna plataforma parece solucionar, la transmisión se entrecorta, la comunicación pierde su espontaneidad y hay entre un pudor y una vanidad al reflejarnos como imágenes. Para muchos de nosotros nunca como en este periodo nos hemos experimentado como imágenes, contactamos con los otros a través de ellas, la lejanía de una amiga me parece más corta cuando miro sus publicaciones, no se trata sólo de imágenes en sentido literal, sino en esa construcción de la imagen, del avatar informático.

El mundo parece próximo a través de las imágenes, el espacio y el tiempo se estrechan: miro en Instagram a una persona deslizarse sobre una tabla en las montañas de Sierra Nevada, asumo que lleva la cámara sobre su cabeza, cuando sube la rampa puedo intuir la sensación en su estómago, sensación que es sostenida por un ralentí en la edición, por un momento me parece que estoy ante un videojuego, y es que el videojuego se aproxima tanto a la realidad como lo hace la edición del video al videojuego. Así a través de las imágenes me es aparentemente posible conocer otras épocas, regiones y hasta experiencias, la historia misma se reescribe en estos soportes: “Shakespeare, Rembrandt, Beethoven harán cine…” (Benjamin)

Pero hay una zozobra en la reducción del mundo como imagen, una distancia irreductible entre el mundo y la imagen, no ya sólo porque la imagen no sea el objeto mismo, sino que éste ni siquiera es su reflejo. El proceso por el cual hemos llegado a la fotografía, a la cinematografía y a la producción de imágenes digitales es más bien altamente complejo, pese a ello solemos tomar las imágenes como espejos inmediatos de lo real.

Para Vilém Flusser lo que subyace en los aparatos como las cámaras fotográficas es el automatismo, a la vez es éste el que le otorga una suerte de objetividad, de claridad, ya no es el verde que el pintor elige en su paleta de colores sino aquel que el aparato traduce según un determinado haz de luz en reacción química sobre el papel fotográfico. La imagen será, antes que espejo, resultado del papel sensible, del lente, de la exposición, de los filtros utilizados, los reactores químicos, la densidad de los píxeles, la paleta digital de colores, etcétera. Las fotografías no son reflejos inmediatos de lo real sino mecanismos más bien automatizados por el aparato y muy pocas veces controladas por los fotógrafos, por esto Flusser llamaría a muchos fotógrafos antes que creadores de imágenes, funcionarios de las imágenes.

Producimos imágenes sobre estos aparatos automatizados, no sólo las bidimensionales, mi imagen digital -por ejemplo- no está constituida por la foto de nuestro perfil sino por nuestro perfil mismo, los gustos declarados, los likesy dislikes o el lenguaje que usamos, etcétera, aquí es claro cómo nos experimentamos como imagen, por supuesto ello no ha comenzado con los medios virtuales y tampoco termina ahí, en último término podríamos pensar que todos cargamos con una autoimagen, la ropa que elijo o la que rechazo, las palabras que uso, etc., a veces nos olvidamos de esta imagen y actuamos incluso contra ella, nos desconocemos por un momento y contravenimos al cúmulo de predicados que supuestamente nos caracterizan.

Pero este aparente juego de mi imagen ante lo impredecible o ante mi propio olvido ha encontrado su predicción. Según los estudios de “Cambridge Analytica” basándose en los análisis de los perfiles es posible conocer con bastante cercanía los gustos musicales, las tendencias políticas, los niveles socioeconómicos de las personas, su edad, su dieta, su sexo, su género, sus “elecciones habituales” y un largo etcétera. Datos, ingentes datos que pueden servir para aproximar el mercado al consumidor, pero también para generar una tendencia política o determinados comportamientos. Lo de menos sería que yo terminará comprando lo que aparece en mi timeline. A la larga el producto también se amoldará a mis necesidades, la demanda a la oferta se hará eficaz, no sólo el producto se amolda a mí, sino que yo también me aproximo cada vez más a la predicción de la imagen que el algoritmo arroja. Ya no sabemos si producimos imágenes o las imágenes han comenzado a producirnos a nosotros.

Es este automatismo el que denuncia Vilém Flusser, a su juicio, nosotros, como productores de imágenes que somos en cada caso todos, deberíamos atentar contra este automatismo, ser antes que funcionarios de los aparatos, sus desprogramadores. Sirva a este atentado la distancia entre la imagen y lo real, insistir en la ficción amplía las posibilidades para crear imágenes, la propia y la que compartimos. Es un juego, no poco serio ante el desafío del automatismo y la seducción de su programa.

Bibliografía

Benjamin, W. (2013). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica. Buenos Aires-Madrid: Amorrortu.

Flusser, Vilém. (2001). Una filosofía de la fotografía. Madrid: Síntesis.

—. (2004). “La apariencia digital” en Pensar el cine 2. Buenos Aires- Madrid: Ediciones Manantial.

—. (2015) El universo de las imágenes técnicas. Elogio de la superficialidad. Buenos Aires: Caja Negra.

Sporadikus
Sporadikus
Esporádico designa algo ocasional sin enlaces ni antecedentes. Viene del latín sporadicos y éste del griego sporadikus que quiere decir disperso. Sporás también significa semilla en griego, pero en ciencia espora designa una célula sin forma ni estructura que no necesitan unirse a otro elemento para formar cigoto y puede separarse de la planta o dividirse reiteradamente hasta crear algo nuevo. Sporadikus está conformado por un grupo de estudiantes y profesores del departamento de filosofía de la UG que busca compartir una voz común alejada del aula y en contacto con aquello efervescente de la realidad íntima o común. Queremos conjuntar letras para formar una pequeña comunidad esporádica, dispersa en temas, enfoques o motivaciones pero que reacciona y resiste ante los hechos del mundo: en esta diversidad cada autor emerge por sí solo y es responsable de lo que aquí se expresa.

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