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jueves, abril 18, 2024

¿Vida de perros (de Pavlov)?

Por Nicolás Alvarado.

Dicho por un amigo periodista: “Si le dedicara yo a Peña Nieto siquiera la mitad de las menciones favorables que le da Aristegui a López Obrador, ya no viviría yo para contarla. Si de por sí así me va cómo me va…”.

Tiene razón, pero me gustaría ahondar en cómo y por qué. Primero contextualizo: desde el proceso electoral de 2006, una de las reivindicaciones de López Obrador y sus seguidores es que los medios de comunicación en general –cuando menos la gran mayoría de los electrónicos pero a veces suman a su lista renegrida periódicos como éste o como Milenio Diario, y a la hora de erigir uno en ejemplo paradigmático del oprobio siempre apuntan a Televisa– favorecen orondamente al candidato puntero que se le oponga, al otorgar a la campaña de éste mayor y mejor cobertura. Si bien los monitoreos que regularmente publica el IFE bastan para demostrar que tal noción constituye en la mayoría de los casos –incluido el de Televisa– un mito o, cuando menos, una exageración, estaría yo dispuesto, ya sólo como hipótesis de trabajo, a conceder que sí, que ciertos medios parecen exhibir cierta proclividad por ciertos candidatos en ciertos momentos, acaso por considerarlos cercanos a su manera de ver el mundo o a sus intereses. ¿Será el caso de Televisa? A lo mejor. De lo que no me cabe duda es de que es el de MVS, el de La Jornada, el de Proceso.

Diré ahora algo que acaso sorprenda a quienes me han leído antes: me parece muy bien. Creo que una democracia moderna necesita un periódico como La Jornada, una revista como Proceso, a una periodista como Aristegui. Es decir que los necesita también. Que a estas alturas resultaría ingenuo concebir una panacea mediática en que todos los medios abordaran todos los temas y a todos los actores con neutralidad absoluta, no sólo porque ello resulta imposible –los seres humanos somos sujetos, por lo que todo empeño humano se verá orientado por la subjetividad– sino porque ni siquiera se antoja deseable. Creo que la posibilidad de sintonizar en una misma mañana Televisa y MVS, o de acudir al puesto de periódicos y llevarse EL UNIVERSAL y La Jornada, permite al ciudadano nutrir de más elementos su participación, contar con más puntos de vista para desarrollar, a partir de ellos, el propio.

Hoy, López Obrador y los actores cercanos a él –entre los cuales no puedo sino ver a esos universitarios que cada vez parecen menos espontáneos–, claman que ha habido un fraude electoral. Estoy dispuesto a conceder la parte que tiene que ver con la compra de votos y el recurso a prácticas corporativas y clientelares si se reconoce que no sólo el PRI participa de ellas, sino que son –¡ay!– endémicas a la cultura política de nuestro país, y que la izquierda tiene un largo historial (y un presente: basta ver al SME) asociado a ellas. Lo que no puedo aceptar es que se hable de un “fraude mediático”, y no por lo que ello diría de los medios sino por lo que diría de los ciudadanos.

Visión cercana a la paranoide teoría de las industrias culturales de la Escuela de Frankfurt –referente obligado de la izquierda trasnochada–, tal noción haría de los habitantes de este país un atajo de meros receptores pasivos, incapaces de pensamiento crítico, receptáculos vacíos listos para ser llenados de mierda por unos medios de comunicación perversos. Yo no soy eso y no vivo ahí. O, dicho de otro modo, no creo que alguien quiera manipularme pero, en todo caso, jamás lo permitiría.

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