- Publicidad -
viernes, abril 26, 2024

Bajo el viburno radiante

Lucrecia ha estado muy rara últimamente. Hace unos minutos, y como cada vez que quiere mi atención, ha clavado sus uñas afiladas en mi rodilla izquierda y huyó a esconderse detrás del reloj de péndulo antiguo que lleva más de diez años desde la última vez que dejó escuchar las sonoras campanadas con las que anunciaba la nueva hora. Recuerdo que eran las cuatro en punto de una tarde, en que afuera la lluvia torrencial asustaba.

Sonaron tres campanadas. Seguidas del silencio de la cuarta que ya nunca llegaría. Ahora el reloj marca las cuatro, y como dicen por ahí, aunque sin el monótono tictac del péndulo ni las sonoras campanadas, que por las madrugadas cimbran el sueño de todos por la casa, hay dos efímeros momentos, en que el reloj te da la hora exacta. No tuve tiempo de reaccionar. Normalmente ronronea antes de clavar sus uñas. Es por eso por lo que digo que ha estado rara últimamente. Lo que no sabe Lucrecia es que desde donde estoy sentado, ella se refleja en un espejo que la traiciona. Desde detrás de mi libro la miro. Parece haber olvidado por completo el incidente.

¿O estará pensando en ello? Lo del nombre de Lucrecia nada tiene que ver con los Borgia. No es así de mala esta Lucrecia. El nombre le queda como pintado si ves la foto de mi prima Lucrecia cuando tenía veinte años y a una semana de casarse.

Había enflacado como si hubiera estado presa en uno de aquellos campos de concentración que abundaban tanto en la desbaratada Europa de los años cuarenta, del siglo pasado. Y con sus enormes ojos grises, un corte de pelo desafortunado y una cara de angustia desgarrada, parecía más una gata asustada, que una mujer ilusionada por saber que, en una semana, sería la esposa de alguien. Y entonces, si quieres ver la foto de la que hablo, y anda por ahí Lucrecia, en la inevitable comparación; no tendrás ninguna duda del porqué del nombre de la gata de mi esposa Cecilia.

Ahora que lo pienso, Cecilia también ha estado muy rara últimamente. En su caso, cada vez que Cecilia quiere llamar mi atención, no recurre a los rasguños. Mas bien, utiliza el silencio. Anda por decir lo menos distraída.

Ausente. Antes tan atenta a las necesidades de su gata Lucrecia, ahora apenas se fija en ella, mientras deambula con la mirada perdida por la casa, en fachas. He tenido que relevarla a Cecilia con los cuidados de Lucrecia. Y créeme, la entiendo totalmente. Ni Cecilia, ni yo, ni Lucrecia ni nadie, esperábamos que esto durara tanto. Cecilia insiste cada vez que salgo, cuando no queda de otra, en que me ponga mi cubrebocas. Sé que no sirve de nada.

Pero lo uso para no preocuparla más de lo que ya está. Para lo que es un virus, la comparación que se me ocurre es la de que, sirve para lo mismo que si los tenistas jugaran con canicas. Pero no me hagan caso. De repente tengo ocurrencias extrañas. Y hasta, en una de esas; equivocadas.

La primera semana, pareció una broma.  ¿No salir ni a la esquina? ¿A quién se le ocurre? Pero que esto durará poco, dijeron. Unos cuantos días, prometieron después. Algunas semanas, aclararon hace algunas. Pocos meses, ¡no sean tan desesperados! Dijeron anoche.

Al que cada vez noto más extraño es a mí.

Hace días que no veo por la casa a Cecilia ni a su gata Lucrecia. Llevo muchos días si dormir. Y si lo logro, las desconsideradas campanadas de las cuatro de la mañana me roban la esperanza. Y durante el día, es el tictac ensordecedor del inmóvil péndulo, lo que me persigue por la casa.

Anoche al mirar hacia el jardín que está en la parte de atrás, he notado que a un lado del viburno radiante del que tanto he cuidado desde que lo planté, la tierra ha sido removida.

Apenas se nota.

De haberlo hecho yo, sería normal que fuera así. Que no se notara casi. Cualquiera sabe lo cuidadoso que soy cuando hago algo. Cualquier cosa.

Pero no recuerdo siquiera, en estos días; haber salido al jardín.

 

 

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO