¿PRIMERA PARTE?
Da mucho; y a muchos, en que pensar, esto de sin haber cometido crimen alguno, forzosamente, debamos estar recluidos por tantos y tantos días.
Lo normal habría sido; de haber cometido crimen alguno, iniciar desde el primer día, una contabilidad inversa, precisa y descendente de los días por cumplir aún. En ese caso, sabes a lo que te enfrentas. Pero eso; siempre y cuando la condena tenga un tiempo determinado e inamovible.
Veinte años, sólo por mencionar un número comprensible para todos.
El recluido o recluso, entonces, hace cuentas. Trescientos sesenta y cinco por veinte me da, vamos a ver: siete mil trescientos días exactos. Menos uno. Pero sus cuentas, así; no cuadran. No ha considerado aún los años bisiestos. Hace entonces de nuevo sus cuentas, y a la anterior, suma cinco días. Ahora son: siete mil trescientos cinco días exactos. Menos uno. Y mañana serán menos dos. Eso; por sí mismo, da esperanzas. Es obvio, evidente y palpable, que ahora; falta menos.
No es igual para el condenado de por vida.
Hoy empieza su condena. Un día menos. ¿Pero de cuantos? Y mañana serán dos días menos. ¿Pero de cuantos? Así, casi; estamos hoy.
Y para muchos ya; la cuenta de por vida, terminó casi sin darse cuenta, ni haber hecho la cuenta.
Parece un trabalenguas cruel.
La desesperación latente aún, hasta hace poco, cada día, es más, abiertamente, manifiesta y demoledora. Porque la desesperación; aunque parezca evidente y redundante decirlo, aparece cuando la esperanza desaparece. Y a mayor esperanza… cuando ésta se va, queda poco, y cada vez menos.
Entonces, ante lo evidente, dejamos de engañarnos y el egoísmo, en su mejor expresión, nos hace mirar hacia adentro, y las preguntas esenciales del sentido de la vida, se revelan descarnadas y sin maquillaje. Y ante tales verdades, nos quedan dos posibilidades:
La primera: Rendirnos a la fatalidad.
Me niego a ella.
La segunda: Si nos ha tocado pasar por semejante situación, por la que nunca antes los seres humanos habíamos pasado; salir de esta, distintos.
DISTINTO: adj. Que no es igual ni semejante.
De ninguna manera pensar en mejores. Eso, ya de por sí, es difícil.
Pero distintos tal vez no lo sea tanto, y a la larga nos lleve a lograr, impensada e inadvertidamente, lo difícil.
Debemos entender, aceptar y saber, que no somos el “non plus ultra” de la evolución. Que inteligencia y buen razonamiento no van necesariamente juntos. Que haber perdido el paraíso, realmente fue una mala pasada. Que andar detrás de las comodidades innecesarias, sólo se justificaría si el tiempo ahorrado lo dedicamos a abrir los ojos y disfrutar de estar vivos. Que sembrar un árbol es importante, si tu compromiso con él es cuidarlo. Que tener amigos, aunque sean pocos, vale la pena si hablas con ellos. Aunque sea por teléfono. Abstenerte de los mensajitos. Tomar un café. Ver una película. Caminar sin rumbo. Vagabundear de vez en cuando. Soñar un poco.
Desde mi rincón de sospechoso caso de Asperger nunca diagnosticado, me atrevo a creer que tenemos remedio. Si de verdad nos ponemos serios para tomar la vida como es, y reírnos a carcajadas. Si advertimos que el cursor desde la pantalla nos mira de frente, y nos regala treinta latidos. Y se detiene si no tenemos que decir, o preferimos; por decisión propia, el silencio.
Que desde que nos bajamos de los árboles, siempre hemos estado al borde de la extinción. Y seguimos aquí de milagro. Y seguiremos aquí por mucho tiempo.
Pero debemos entender que una cosita diminuta, que ni siquiera podemos ver ni comprender, nos tiene de rodillas. Y que con cada uno de nosotros que muere, se muere todo.
Y que también seguimos al borde de la extinción por decisión propia. El día en que a algún loco se le ocurra apretar el botoncito, multimillones de veces más grande, que el diminuto virus ese.
Y no perder de vista que ese botoncito, es de color rojo.
