- Publicidad -
viernes, marzo 29, 2024

Que las abuelas nadan con serpientes venenosas

Más en calma, unos veinte minutos después de haber llegado a su oficina, Pepe Bianchini, después de saborear el hirviente café espresso con el que todas las mañanas, su secretaria Gladys Hortensia Olmedo lo recibía, leyó de nuevo el infame y denigrante encabezado. Dirigido, quiso pensar para todas esas mujeres de cierta edad con las que, hablando claro y dejarse de andar con ambages, Pepe Bianchini nunca se sintió cómodo.

Sonrió para sí, al descubrir su error.

Recordando que no era esta vez, la primera vez en que había tergiversado por completo algún letrero leído un poco de manera veloz y al descuido.

“Maradona al manicomio.” Creyó haber leído.

“Maradona comió maní.” Debió haber leído.

“Que las abuelas nadan con serpientes venenosas.” Es muy distinto.

“Que las abuelas nadan como serpientes venenosas.” Para alguien como Pepe Bianchini, es más realista.

Pero en el fondo lo intimida

Dado que Pepe Bianchini de sus dos abuelas, muertas ya, gracias a dios, para aquellas fechas, nunca recibió de ambas más que abucheos, humillaciones, desdenes, comentarios turbios, burlas y ruindades a más no poder.

Algunas veces de la una o de la otra.

Las más de las veces, en un coro desafinado de voces aguardentosas.

Y pensándolo bien; ¿a quién se le ocurre nadar con serpientes venenosas?

Pues a alguien que por alguna razón que a Pepe Bianchini le parece clara, y además lógica, ha urdido y hasta alentado, alguna sorprendente y extraña mutación que, al final del día, o de los siglos o milenios, las ha vuelto inmunes, protegiéndolas de cualquier peligro eventualidad o riesgo.

Y es que así son las abuelas.

Le consta por un cúmulo de experiencias vividas por el mismo Pepe Bianchini. Personajes mutantes libres de toda sospecha con esa mirada que; desde detrás del tejido y las agujas de tejer, controlan y dominan al mundo, mientras sonríen socarronamente, relamiéndose, implícitamente, los bigotes.

No había, entonces, ni lo habrá jamás, salidas ni defensas que puedan contrarrestar en un mínimo al menos, los nefastos resultados que sin duda alguna devienen de dejar en tales manos, la maleable arcilla fresca de un bebe recién llegado al mundo, en la indefensión total.

Y es que, irresponsablemente y cegados por la búsqueda de un mundo al que ya no pertenecían, los juveniles padres inexpertos dejaban a sus críos en las mejores manos, al cuidado de las que, en su lugar, en el lugar de los irresponsables padres, eran los únicos seres sobre la tierra capaz de cuidarlos, como ellos. Como los irresponsables. O mejor.

Sus abuelas.

Ilusoria conclusión, sin duda alguna. Ilusoria conclusión.

Peligrosa, además.

Si somos capaces de reconocer y perdonar en su caso, a esos irresponsables.

Hace muchos años, un día o una noche o una madrugada cualquiera le preguntaron a Richard Burton que se casó dos o tres veces con la misma, lo que de antemano desautoriza cualquiera haya sido su opinión; sobre en lo que se fijaba primero, al conocer una mujer.

Imperturbable, sereno, impávido contesto:

“Que al menos haya cumplido treinta años.”

Imagino que era, por aquel tiempo su manera de reconocer entonces, cierta madurez en una mujer. Ni hablar de las de cuarenta, que, muchas de ellas si no lo eran ya, cercanas andaban de convertirse en, “desde detrás del tejido, y las agujas de tejer…”

Pero pongámonos serios y analicemos este tiempo, esta realidad que nos envuelve. ¿Treinta años conllevan la certeza de una madurez incuestionable? No. ¡De ninguna manera! Los treinta de Richard son ahora, apenas, los cuarenta o poco más.

Es por esta razón, que Pepe Bianchini se debate ahora en la peligrosa niebla de la ambigüedad. Del equívoco. De la imprecisión.

Su mundo se derrumba sin comprender bien a bien lo que ha pasado.

Y no lo entiende. Ni sabe que hacer.

Ve por los campos, las calles, ciudades y rascacielos, a mujeres de cincuenta y sesenta y más, que unos pocos años atrás habrían estado, sus familiares cercanos, gestionando su ingreso en algún geriátrico en donde dejarlas en el olvido, que ahora, viviendo a todo lo que da la vida, viajando, jugando juegos de manos inconfesables. ¡Mas vivas que nunca! Y que muertas de la risa tocan sus guitarritas polinesias.

Y de vez en cuando, muy de vez en cuando, algunas largas tardes, si se aburren; nadan como serpientes venenosas.

Y a Pepe Bianchini, eso lo desconcierta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

ÚLTIMAS NOTICIAS

ÚLTIMAS NOTICIAS

LO MÁS LEÍDO