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miércoles, abril 24, 2024

Sócrates

NOTA ACLARATORIA:

Por un desafortunado error de edición, la semana pasada este final se publicó

incompleto.

Se publica hoy, corregido el error.

Muchas gracias.

🙂

Última parte, esta vez, va en serio.

Donde se aclara: Desde el pelo verde de Crista,

hasta el encontrar el muñeco deseado, dejando de lado

a la afroamericana muñeca inflable de tamaño natural

y porqué, hasta ahora sí; es el final.

 

Crista por teléfono le dijo a Raúl Izquierdo Madrazo que fácilmente la reconocería por su cabeza de color verde, un entallado vestido de satén rojo con grandes lunares negros estratégicamente distribuidos por su exuberante figura, y unas medias negras de malla cerradita.

Que por los zapatos no se preocupara porque no los podría ver, pues estaría de pie detrás de la caja en donde ahora sí, encontraría dentro su muñeco para ventrílocuo incluyendo una docena de trajes distintos, varios pares de zapatos, botas, tenis y alpargatas, pelucas, lentes para ver, y de sol, además de un extenso instructivo de uso y manejo del mismo muñeco, a prueba de cualquier idiota. Lo del extenso instructivo alivio en él, en Raúl, la angustia en la que vivía con respecto del funcionamiento de Garambullo nombre con el que, desde el principio en su mente, identificaba al muñeco. Sabía que su efímera experiencia con Camila no serviría de nada para su manejo de Garambullo. Y hasta para él, que no era lo que podría llamarse una lumbrera, eso era evidente.

Lo primero que Crista le dijo a Raúl cuando éste se paró enfrente de ella fue: “Si buscas un taxi, fórmate en aquella fila.” “Crista entrañable amiga mía, soy Raúl.” “¿Eres Raúl?” “Sí, querida amiga. Soy Raúl.” Un silencio incómodo y profundo se interpuso entre ambos. A continuación, lo que podría considerarse como lo segundo que Crista le dijo a Raúl fue: “Y dime querido; cuándo ibas al jardín de infantes, tus compañeritos del salón; ¿cómo te decían?”

Ante la respuesta de Raúl, “Me decían el Filósofo.” Una sombra parecida al desconsuelo cruzó por breves segundos por el semblante de la mujer, que, casi como un acto reflejo, desprendió de su cabeza la enmarañada peluca verde fosforescente, y de mala manera, en un tris, la metió en la voluminosa caja donde descansaba Garambullo, y al que antes de despedirse habiendo dejado de ser “amigos entrañables” Crista rebautizaría como: Sócrates.

El dejar de ser casi en segundos, “Amigos Entrañables” no merece gran explicación. Tuvo que ver con la insistencia de Raúl, queriendo recibir un generoso descuento por Garambullo -que pronto se convertiría en Sócrates- a cambio de la devolución de Camila. “¡Ni madres!” “¡Pinches todos ustedes los hombres!” “¡Carajo!” “Todos ustedes son iguales.” rugió la voz encolerizada del feminismo más extremo de Crista Ventura Guevara. Doña Crista Ventura Guevara, para sus NO amigos. Recalcando enfática lo de: “¡SUS NO AMIGOS!” Ante tal despliegue del feminismo más radical, a “Raulito” no le quedó más remedio que replegarse y regresar por donde vino en un camión de tercera, comprometiéndose a cumplir varias vergonzosas e ineludibles condiciones bajo pena que, de no hacerlo, rendiría cuentas ante “Johnny Be Good.” “Mi negrito.” Dijo Crista con voz de ensueño, mientras pasaba frente a la asombrada mirada de Raúl, una fotografía que mostraba la figura corpulenta y descomunal de un hombre negro.

Negro, desnudo, y con cara muy clara, de ser de pocos amigos.

Entre otras condiciones que Raúl aceptó, sólo mencionare tres:

Primera: Entregaría al primo Pepe, el sacristán, el dinero estipulado, pactado y convenido por el muñeco que hasta ese momento se había llamado Garambullo, y ahora Sócrates, para evitarle a ella, a Crista, las engorrosas delicadezas e inconvenientes que conlleva el pagar impuestos. Además de una considerable suma que ella, Crista Ventura Guevara, utilizaría para pagar por una contundente, exclusiva y prolongada terapia para Camila, y sacarla de su depresión a la que la había de seguro llevado, el haber entregado sus caricias e inconmensurable amor de vinil, a alguien que de seguro, al haber sido llamado en el jardín de infantes por sus compañeritos como “el Filósofo” no habría tenido para ella, para Camila, hembra de voraces e inconfesables deseos, algo que sirviera siquiera, para engañar a un gato.

De las otras dos condiciones ya mejor ni hablamos.

Pero el aterrorizado Raúl había dado su palabra. Y la cumpliría a sabiendas que, de no hacerlo, en su futuro se encontraba la sombra oscura y amenazante y descomunal, de “Johnny Be Good.”

También conocido como: “Johnny, The Big Donkey.”

Principio del fin.

Raúl sabe que el principio del fin lo tomó desprevenido al subir al autobús de tercera que lo trajo de regreso. Un regreso que él había imaginado muy distinto al que en realidad fue. Había viajado hasta la CDMX esperando consolidar “ad-perpetua” su amistad entrañable con Crista. Con la que si no desde el primer momento, si después de sus coléricas reacciones, basadas seguramente en algún manifiesto feminista que la llevaba a maldecir de tal manera a todos los hombres, llevó a Raúl a un tartamudeo incontrolable del que días después, confinado a la soledad de su cuarto de una sola ventana, no podía salir.

Aprovechó el tiempo para conocer a fondo lo que acompañaba en la enorme caja al muñeco. A Sócrates. Haciendo cuentas, notó rápidamente que Sócrates tenía muchas más cosas que él mismo. Más ropa. Y no sólo eso, sino que, además, era más variada, más moderna y de mejor calidad. Mejores zapatos. Algunos sombreros. Lentes. Un par de relojes. Un encendedor con incrustaciones de madreperla. Y dos lapiceras de marca. También pudo darse cuenta de que la diferencia de estatura entre ellos era ridículamente mínima. Sócrates medía un metro con treinta y ocho centímetros. Descalzo. Raúl, apenas alcanzaba el metro con cuarenta y siete. Con zapatos.

Enclaustrado después, por más de siete semanas, trató de practicar sus dotes de ventrílocuo con Sócrates. No. No se pudo. Sócrates, también tartamudeaba. Y en honor a su nombre, se negaba por completo a convertirse en un cuenta chistes tartamudo y de mente poco ágil en eso del humor. Raúl trato de explicarle. “Mira que esto es pasajero.” “Mira que poco a poco se te irán ocurriendo cosas graciosas.”  Pero Sócrates, que de lampiño no tenía nada, desde debajo de unas cejas exageradamente pobladas, lo miraba indiferente. Ausente. Como si el asunto no le afectara o concerniera en lo más mínimo.

Decidió intentar al menos buscar la manera de presentarse con Sócrates en cualquier evento o reunión donde apareciera una oportunidad de actuar frente al público. Trato de hablar con el sacristán. Lo único que logró fue que, a través de un orejón y sonrosado monaguillo, aquél le hiciera llegar uno de sus papelillos. En Blanco.

Finalmente lo invitaron a presentarse en una despedida de soltera. Sin cobrar. Pero le pareció una oportunidad y decidió tomarla. Acudió a la dirección indicada y a la hora precisa. Lo hicieron pasar a una sala atestada de flores perfumadas. “Usted espere aquí.” Le indicó la mujer que le abrió la puerta. “La madre superiora lo atenderá en cuanto terminen de preparar el cuerpo.” Y se fue. “¿La madre superiora?” “¿Preparar el cuerpo?” Sin despedirse siquiera, Raúl tomo de la mano a Sócrates, y ambos en silencio salieron a la calle sin mirar atrás. Finalmente, una semana después debutó en un bar de mala muerte. Fue una presentación corta. Terco en sus ideas, Sócrates insistió en comunicar a los concurrentes, una manada de borrachos intratables, las bondades y seriedad de la democracia. El dueño del bar, bondadosamente, los conminó a largarse. Abatido, descorazonado, fatigado y exhausto, Raúl, al borde del llanto amargo, se dejó llevar en brazos por Sócrates, hasta su cuarto de una sola ventana. Ahora compartido por ambos. El último intento ocurrió en un jardín de niños con déficit de atención. Hasta las maestras, aburridas, les rogaron marcharse, dejándolos ir.

Todo iba de mal en peor, sus pocos ahorro después de la sangría que representó el obligado pago total de la deuda a Crista a través de su primo Pepe Sacristán, lo había dejado en los huesos. El agobio que suponía además el confinamiento obligatorio no ayudaba. Todo… iba…de… mal… en… peor.

Hasta que una tarde, Sócrates planteó, lo que parecía ser una idea revolucionaria en el mundillo del entretenimiento. Claro que, en el momento, un intenso escalofrío recorrió la espina dorsal de Raúl Izquierdo Madrazo.

“¿Había hablado Sócrates por sí mismo, por primera vez?”

La idea por sencilla prometía tener posibilidades. No tenía mucha relación con el negocio del entretenimiento. Mas bien, era algo que tenía que ver con que, dos pelagatos, involucrados en el negocio del entretenimiento, sin mucho éxito hasta ahora, utilizaran sus cualidades para no terminar muriéndose de hambre, en medio de esta pandemia avasalladora.

_ “Asalto a dos varoniles voces en descampado o donde se pueda.”

Propuso Sócrates.

_ “Me parece muy bien.”

Dijo Raúl.

Y esa noche, en caliente, salieron a conquistar el mundo.

O, de él… ¡lo que quedara!

 

edgarsalguero@hotmail.com

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

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