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martes, abril 16, 2024

Te pareces tanto a María Auxiliadora

Cada vez que la señorita del jardín de niños sentía mi mirada decidida y resuelta clavada en ella, se ponía nerviosa, incómoda.

Yo tenía cinco años.

Calculo que ella tendría dieciséis.

Todo me decía que, entre ella y yo, algo parecido a un romance empezaba a tomar cada vez más fuerza.

Y ella nerviosa, incomoda.

Y yo inquieto, sin saber bien a bien que pasaba.

Y cuando por las tardes echado bocabajo en la cama de mis padres ojeaba una revista francesa sobre cine llena de mujeres bellas, todas ellas de color sepia, todas, se parecían a ella.

Todas eran iguales a la señorita Claudia del jardín de niños.

Todas eran ella.

Y yo, con ese extraño desasosiego en la ingle.

Un día la señorita del jardín de niños no pudo más.

Me dejó sin recreo.

Y cuando todos los demás salieron, se acercó a mi mesilla.

Arrastró una sillita como todas las demás sillitas que ahora abundaban como gallinas abandonadas regadas por todo el salón a la espera del regreso de los otros.

Se sentó aparentando una serenidad inexistente, mientras me miraba fijamente.

Y con voz muy tranquila, apenas en un susurro, preguntó:

_ “¿A ti, que te pasa conmigo, porqué esas miradas de loco?”

_ “Mira que en una de esas hablo con tu mamá.”

_ “¿Qué es lo que te pasa?”

En ese momento descubrí mi mejor cualidad. Cualidad que desde ese momento definió mi relación con los demás. La improvisación, la mentira, el engaño. O, al menos, el intento de engaño.

– “Mire señorita Claudia, (le contesté, mientras fingía colorear un conejito qué de lindo, parecía afelpado) lo que pasa es que todos los domingos mis papás me llevan a la misa de las doce, y a como dé lugar, así sea yo sólo, me voy hasta la primera fila, y durante toda la misa lo único que hago es mirar a María Auxiliadora.”

– “Y desde la primera vez que la vi, me di cuenta de que usted y ella son iguales, y hasta en un principio pensé que usted era ella, y que si un día cualquiera entre semana iba a la iglesia encontraría el altar vacío.”

– “Es más, cuando le inventé a mi mamá que podría ser que hubiera agarrado la rubeola, la convencí, después de ver al médico, la convencí de que sería buena idea pasar a ver a María Auxiliadora, rezarle un par de avemarías y rogarle para que me cuidara y curara de tal peligro.”

– “La arrastré y fuimos.”

– “Y cuál no sería mi sorpresa al encontrar a María Auxiliadora en su nicho de lo más campante.”

– “Entonces, desde esa vez, dejé de mirarla durante la misa, perdí todo interés en ella.”

– “Y es que dígame usted señorita Claudia, ¿para qué?

– “Si de lunes a viernes la verdadera María Auxiliadora, es mi maestra.”

 

No me creyó ni media palabra.  ¿Pero quién creería que un niño a los cinco años, o a los diez, o a los veintitantos o ahora a los sesenta y tantos, mentiría?

_ “¿Mentir yo?”

_ “Por supuesto que no me creyó ni media palabra.  Aceptémoslo.”

Pero, por la sonrisa que se dibujó en sus labios. Su mano juguetona alborotándome el pelo distraída mientras su mirada se perdía en el infinito. Sabiendo desde ya, que nadie más inventaría por ella algo siquiera parecido… Provocó, qué por sus mejillas encendidas, resbalaran lentamente, lágrimas inexplicables.

 

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

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