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viernes, abril 19, 2024

Una novela corta (7)

POR CAPÍTULOS.

DEL CAPÍTULO CUARENTA, AL ÚLTIMO.

CONTINUAMOS…

CAPÍTULO CUARENTA.

Logré evitar que Soraya, temblorosa, enloquecida, totalmente desquiciada, se lanzara de cabeza por la ventana. En el último momento, asiéndola por su larga cabellera, la contuve en su funesto intento. ¿De escapar?

Pero mi alegría duró poco.

La enloquecida mujer en un alarde de contorsionismo posible sólo para alguien que contara con conocimientos satánicos y perversos reservados a muy pocos, girando inexplicablemente su cabeza hacia mí, mostró una sonrisa más que malvada, bribona y malandrina.

Con un gesto mágico, de sus dedos huesudos y muertos, dejó entre mis manos temblorosas su larga cabellera, exhibiendo sin el menor pudor, su calvicie horrenda y repugnante.

Ya no era una mujer.

Era un reptil antediluviano ávido de sangre,  de conciencias y almas perdidas. Mis esfuerzos por contener a la monstruosa criatura en que se había convertido Soraya flaqueaban con cada segundo que pasaba. Era evidente quien ganaría la batalla. Y entonces se desparramaría, primero por la secta, y después por el universo, una maldad que opacaría a todas las maldades anteriores.

CAPÍTULO CUARENTA Y UNO.

Entonces, y a una velocidad meteórica, desfilaron ante mis desorbitados ojos, cuatro mil quinientos millones de años desde que se inició a tierra. Desde la esfera rugiente de lava incandescente impactada por millones de meteoritos desde todas partes, pasando por miríadas de eras de oscuridades perpetuas y absolutas. Después, los océanos soberanos, inacabables y eternos. Llenos de vida minúscula primero. Desarrollada y gigantesca después. Surgieron pequeñas islas. Seguidas de enormes continentes.

Algunos animales innecesarios en los océanos, los abandonaron para aprender a asolearse. Copularon y tuvieron hijos. No que en el mar no se copule. Después se desató la locura de copular todos contra todos, y llegamos al desmadre en el que ahora nos encontramos. Antes de eso, inventamos millones de cosas. Muchas muy buenas para nosotros. Otras; no tanto. Las más, innecesarias. Prescindibles.

Pero como todo lo nuevo nos encandila, no pudimos parar. No paramos a tiempo. Construimos las mejores máquinas para medirlo. Para medir el tiempo. Y entonces, así, a conciencia, sin el menor decoro, honorabilidad ni recato,  DEDICARNOS A PERDERLO. Hace setenta mil años, hasta nos dimos tiempo para inventar el arte. Ahí, debimos haber parado. Ahí, debimos habernos dicho:

“Esto es divertido, todos, y de todas las edades, podemos hacerlo. Hasta los chimpancés. Y algunos elefantes. Si esperamos a que los delfines y las ballenas se den cuenta de su error y regresen, también querrán aprender y en una de esas resultan mejores que nosotros.”

¿Y qué, importa?

¿Qué habría importado?

¡Pero como todo lo nuevo nos encandila!

Ahora andamos muy asustados.

Tenemos miedo.

Pero en el fondo seguiremos después de esta -si es que salimos de ella- iguales que antes.

Porque nunca aprendemos.

CAPÍTULO CUARENTA Y DOS.

Entonces el ruido del encargado de abrir las puertas del Metro me despertó. Un frío desolador, reseco y triste me envolvió con sus manos heladas, yertas, aturdidoras.

Con más intención de entrar en calor que otra cosa, después de poner en su lugar mi cubrebocas maloliente y gastado, busque entre mis ropas atiborradas de esperanzas desperdiciadas, como las oraciones desatendidas; mi única maraca sobreviviente.

 

edgarsalguero@hotmail.com

 

LA PRÓXIMA SEMANA, ALGO SOBRE EL AJEDREZ.

 

 

 

 

 

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

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