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viernes, abril 26, 2024

Vivaldi, solo por mencionar alguno

Te pongo, un ejemplo, para que me vayas conociendo. Y una de dos. Te alejes de mi a toda velocidad, o la curiosidad te atrape como al gato y te quedes por aquí cerca y ver qué pasa. La música. Es el ejemplo. De seguro conoces a Vivaldi. Y lo primero que te llega a la cabeza, es lo que para ti conoces como “Las cuatro estaciones”. Y te encantan, ¿o no? Con tu cabeza dices que sí. Que te encantan. Y también me encantan. Las cuatro. Tanto, que desde la primera vez que las oí, se convirtieron, para mí, en “Las ocho”. Creo que me entiendes. Para quedar contento, las tengo que poner dos veces seguidas. Y claro, cuatro más cuatro… Pero no es por terquedad o estupidez. Te acepto que, en la mayoría de las cosas mi ignorancia supina me rebasa. Y lo prefiero así. Eso de andar aprendiendo por aprender, no es lo mío. Demasiado tengo ya con despertar y no saber quién soy. O donde me encuentro. Ni que día es. Del año o el mes, ya para que te cuento. Pero regreso a Vivaldi. Un tipazo sin duda alguna. Aunque si te soy sincero, yo las habría acomodado diferente. Porque si pones mucha atención, a mí, la que me pone frío, es la que Vivaldi dice que es la primavera. Y en cambio la que me produce un calor de agobio, es la del invierno. Pero también, el que escucha tiene que tomar en cuenta la latitud geográfica en la que le tocó nacer. Yo, por ejemplo. Nací en un pequeño e insignificante puerto del caribe infinito, que no creció, y del que no he salido nunca. Y claro, medir la idea de cuatro estaciones al año, desde una sola en la que has vivido, no es fácil. Y créeme. Me doy cuenta. La primera vez que vi en una fotografía, la nieve, no entendí lo que veía. Pero, la que me impactó para siempre, fue la del otoño. Una locura de colores que solo a alguien, con un desorden mental desbordado, se le pudo ocurrir. Miro, por tu mirada, que, en algo, o en todo, no terminas de coincidir. Y sonríes. Te aconsejo ser muy prudente cuando haces eso. Al respecto, creo convencido, que, después de un par de minutos, cualquier sonrisa termina por convertirse en una mueca. Y eso incomoda. A mi no. Pocas cosa me incomodan. Creo que, de haber tenido alguna vez un trabajo de esos en que la gente está sentada por años y años, viendo pasar la vida desde detrás de una mesa con cajones, me incomodaría, al extremo; jubilarme la víspera de mi muerte. En esa situación, habría preferido la vida de Andrés Fanucci. ¿Conociste a Andrés Fanucci? Te lo perdiste. Él, al contrario de los que sólo pasan sentados mirando la vida pasar, hasta despierto vivía en medio de pesadillas. Y de él, de Andrés Fanucci, asombraba a quien se atravesara en su camino, la desfachatez de su vestimenta. Creo que me perdí, y conmigo, tú también. Me quedé en lo de la fotografía de un paisaje de árboles vestidos de colores alucinantes, que, como si no bastara, se repetían en el agua cristalina del lago que bordeaban en aquel otoño. Ocultando detrás, monstruos indescriptibles. Los mismos que desde niño, de vez en cuando se dejan aparecer por mis sueños. Te debes estar preguntando que adonde quiero llegar. A ninguna parte. Hablo por hablar. Te lo advertí desde el principio. Pudiste correr hasta perderte en aquella delgada línea a la que llamamos horizonte, sólo por definir algo que en realidad no existe. Pero elegiste la alternativa. Te dejaste atrapar por la curiosidad como un gato. Quedándote por aquí cerca para ver si algo pasa. Y ya sabes lo que se dice. Se dice que la curiosidad, mató al gato.

Edgar Salguero
Edgar Salguero
PINTOR Y AHORA CUENTISTA, LLEGÓ DESDE COSTA RICA A GUANAJUATO HACE 45 AÑOS.

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