Por María Yolanda García[1]
De las mujeres hay poco que decir. ¡Total, están siempre en casa!
J.J. Rousseau (1712-1778)
Irse aporta perspectiva, al volver ya no somos iguales. En mi caso, después de tres años de ausencia, con esta entrega, hoy regreso a Sporadikus para reflexionar sobre el ejercicio literario en clave de género.
El lenguaje revela los umbrales. Así lo explica Ursula K. Le Guin al señalar cómo las artes de la escritura empiezan por las palabras con las que el escritor goza, se obsesiona y con las que descubre una realidad. Las palabras son el barro con el que se construye el castillo. ¿Existirá un modo de ser específico de ese “castillo” cuando es femenino? ¿Con qué lenguaje escriben las mujeres? ¿Cómo se ve una mujer escribiendo? ¿En qué momento se nos considera profesionales? ¿Qué temáticas debemos tratar?
Ursula K. Le Guin también manifestó: hoy en día existe menos censura y más apoyo para una mujer que desee formar una familia y, al mismo tiempo, realizar un trabajo artístico. Sin embargo, la mejoría es aún pequeña. Desde siempre, el rol de las mujeres fue realizar labores dentro del hogar, en la esfera privada. Ese asunto las apartó de obtener experiencias destinadas para el espectro masculino. Por ejemplo, obras como Orgullo y Prejuicio o Cumbres borrascosas fueron creadas por escritoras sin acceso directo a vivencias relacionadas con la guerra, la navegación, la política o los negocios.
Ante los hechos históricos, resulta innegable cómo el artista que tiene menos acceso a la solidaridad y a la aprobación social o estética, ha sido precisamente el artista-ama de casa: la mujer que asume de forma simultánea la responsabilidad de su arte y del cuidado de sus hijos. En consecuencia, no es un disparate poner en duda la historia del arte y hablar sobre la invisibilidad y discriminación hacia las mujeres artistas dentro del marco normativo antropocéntrista.
El habitar femenino, su vida emocional y física, permanece regulada por costumbres: casamientos, procedimientos estéticos o morales son pensados para asegurar el lugar de la mujer-madre. Incluso, en la actualidad, desde sociedades organizadas por avances tecnológicos, no existe espacio para demorarse en ideas creativas.
En épocas frenéticas, somos nosotras el engranaje que pone en marcha el día a día. Hasta sin hijos, el ejercicio literario y los compromisos familiares parecen dos labores excluyentes entre sí e inconciliables. Si menciono el tema, es para enfocar cómo, poco a poco, deja de ser tabú que la idea del “ángel creativo” ya caducó. No somos heroínas ni genios poéticos. Escribimos mientras ponemos lavadoras y trapeamos, andamos al margen, haciendo espacio entre ocupaciones.
La icónica Virginia Woolf dio muchas conferencias con la finalidad de inspirar creatividad e independencia. Enfocó su crítica en contra de la permanente subordinación que existe ante la cultura hegemónica masculina. Fue pionera en defender que, para escribir, una mujer necesita: dinero, tiempo libre y una habitación para ella sola. Imaginó un futuro en el que las escritoras alcanzarían la igualdad económica con respecto a sus colegas hombres. Su voz oracular señaló cómo las mujeres que escriben habitan una realidad más estimulante, observan el mundo bajo intensidades desnudas, respiran desde la sensación de que la palabra arropa, acompaña y hace permanente lo que toca.
No siempre tenemos una salita en donde escondernos. Los perros ladran y la gente interrumpe, muchas veces el cuarto propio es imaginario. Yo elijo creer en el poder de la escritura. Sin duda, agradezco el resultado de años de lucha detrás que posibilitan ejercer la autonomía creadora: ya no miramos de soslayo, hemos gobernado el mundo íntimo y somos estrategas al ejecutar técnicas que nos posibiliten practicar el oficio con determinación. A pesar de las dificultades, es fundamental intentar escribir sin ataduras emocionales, a salto de mata, con franqueza, cansadas, o de pie. Aunque el mes “de la mujer” termina, espero que no deje de retumbar el eco de esta consigna: abogamos por una escritura libre, sin miedo, pero sobre todo, sin culpa.
Referencias:
Ursula K. Le Guin, Contar es escuchar, Ed. U-Tópicas, 2017.
Virginia Woolf, Matar al ángel del hogar, Ed. Carpenoctem, 2021.
[1] Doctora en Filosofía por la Universidad de Guanajuato. Pertenece al Sistema Nacional de Investigación nivel Candidata. Desde finales de 2022, realiza una estancia Posdoctoral en la Universidad Autónoma de Querétaro.