El año pasado revisé Woodstock (1970) de Michael Wadleigh en celebración de su 50 aniversario y a pesar del tiempo, sigue siendo una obra espectacular; es una cápsula del tiempo y del fenómeno social antes de la ruptura del sueño americano que se presentaría a lo largo de la década de los setentas, es un ideal… un espacio en donde la música cumplía su valor de peregrinación hacia un espacio sin problemas y, en donde la bomba sexual e ideológica de una generación perdida, contrastaba con el conservadurismo que los llevaría a un conflicto bélico del que no ganarían nada., tanto el filme como el evento, forman parte de un idealismo alejado de una concepción crítica hacia este. Nadie recuerda al Woodstock original como una hecatombe de materia fecal, gente perdida, mugre y pérdidas económicas,
Así, Woodstock quedó como el recuerdo de lo mejor, y sus creadores por supuesto que iban a aprovechar este impacto mediático. Fuera haciendo mirilla al uso comercial del evento, pasando por intentar revivir a Woodstock en posteriores décadas. Si bien hubo un intento por el año de 1979 para celebrár su primera década, este pasaría sin pena ni gloria ante una falta de publicidad, que para los años noventas no sería inconveniente alguno: con el ascenso de canales como MTV y un acceso a nuevos géneros, los intentos de Woodstock de 1994 y 1999 demostraron a pesar de las facilidades, un duro golpe de realidad: estos ya no eran los niños del ’68.
De eso trata Woodstock ’99. El documental dirigido por Garret Price y que forma parte de una serie de especiales que HBO piensa sacar bajo la linea Music Box. El documental de Price tiene algunos aciertos, pero también es uno que despeja la duda de las intenciones políticas del creador y del canal, los cuales terminan atropellando algunos juicios que la película saca sin detenerse a pensarlos en demasía.
En donde verdad funciona Woodstock ‘99: Paz, amor y furia es en revelarse como un viaje ensordecedor y de ansiedad, una bomba de tiempo que está a punto de estallar y de la que somos testigos. Son muy reveladores los puntos de vista de los realizadores del evento -John Scher en particular quien en cada momento se lamenta la pérdida del dinero que no hicieron-, quienes se muestran coludidos con el gobierno de en ese entonces de Joseph Griffo quien aprovecha este concierto para afianzarse dentro de su campaña política y que presta a servicio de Woodstock un espacio militar amplio, pero con limitaciones logísticas. No tener baños estables, agua, comida sana, y situaciones que rayan en un ridículo, porque al final de cuentas Woodstock ’99 fue derrotado finalmente por el afianzamiento comercial y económico, que era capaz de vender botellas de agua a precios exhorbitantes también en relación a sopesar el impacto económico -del que no se hablar del Woodstock original- que causaría un evento así.
Esto va de la mano de algunos asistentes, avejentados hombres y mujeres quienes en ls noventas formaban parte de los movimientos dentro de las esferas del grunge, nu metal y hip hop que se encontraban a la vanguardia en la época. A partir de aquí, sus historias y anécdotas se entrelazan con análisis sociopolíticos y económicos del adolescente promedio noventero dentro de Woodstock ’99, y en donde los entrevistados lanzan una serie de acusasiones hacia todo lo que tenga vida dentro del concierto.
Según Garret Price e involucrados Woodstock ’99 sucedió por la comodidad de esta generación frente a las anteriores dos, una generación de economía latente despreocupada, una generación que además consume música violenta sin un razonamiento sobre lo que se escucha, y así durante todo el trayecto fílmico. Si bien hay momentos en donde tiene cierta validez al destacar el ambiente misógino presente en la cultura noventera con programas que buscaban que las mujeres se destaparan para beneplácito de los hombres quienes seguían un ritual enraizado en el clásico frat guy, también es que por más analistas que se muestren, hay un dejo de repudio frente a los géneros musicales presentes dentro de Woodstock’ 99. Hablar de que un determinado artista o género contribuyera a la violencia del espacio, es como pensar que los videojuegos generan conductas antisociales o de que el consumo de ciertas lecturas inciten a movimientos armados, es esquivar de lleno la problemática para encontrar un culpable barato sin apuntar enteramente a lo que se presenta a escena y que de verdad el documental tiene registrado: la logística y falla de corrupción de un evento de semejante magnitud.
En el peor de los casos, David Garret se muestra incongruente frente a lo que muestra, y también es un sentido político pseudo progresista que en las denuncias de las problemáticas del entorno noventero, también contribuyen al mismo problema. No importa de qué tanto augures que los que estuvieron en Woodstock ’99 votaron por Donald Trump y de que denuncies el constante acoso sexual hacia las féminas y abusos sexuales que ocurrieron a ojos de todos… si al final de los casos los vas a mostrar como animales sin voz que incluye a los participantes -salvo de algunos pedantes como Moby quien a pesar de tener un sentido arácnido de que algo está mal no se detiene porque el dinero habla más que la moral o Dave Mustaine que es increible que a casi 40 años de Metallica siga con espinas en el trasero hablando mal del grupo del que formó- y en el peor de los casos, revelar constantes desnudos de los que te quejas, sin censura en el rostro emulando irónicamente un video de Girls gone wild aunque esta vez… con música siniestra que demuestra que esto está mal.
Y es que al final de todo Wodstock ’99: Paz, amor y furia muestra las limitaciones políticas de HBO, de llevar un abanderado progresista acartonado, que lo limita en observaciones de sucesos y fenómenos porque no presenta todas las voces necesarias y lanza juicios tan arcaícos que incluso en un montaje adecuado no se notarían tanto. Inconsistencias como las mencionadas o de mencionar que Woodstock original vive en una burbuja que debería ser cuestionada sólo para que el mismo entrevistado mencione que las cosas no son como antes y semejantes ofrendas de absurdo guerrillero de sillón, hacen que uno piense que este documental, va a envejecer incluso más que el que lleva 50 años en la memoria de todos.
Woodstock ’99: Paz, amor y furia se encuentra disponible en la plataforma de HBO MAX: