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viernes, mayo 9, 2025

Yo estuve ahí, nadie me lo contó

Declaro no tener conflicto de intereses

Antes y después del 8 y 9 M había personas que me decían: “¿Y eso qué va a cambiar?”
Después de la marcha y el Paro de labores, eventos a los que se sumaron miles y miles de mujeres, haciéndonos notar por la inesperada afluencia de participantes expresándose en paz y el lunes por nuestra ausencia; ahora lo que los escépticos cuestionan es: “Y ahora ¿qué sigue?”

Es decir, en su pensamiento articulan algo así como: “okey, sí, se unieron y marcharon. Ok, sí, ya se hicieron notar, pero, ¿acaso va a pasar de ahí?”…

Y mi respuesta es: “SÍ, sí va a pasar MUCHO más a partir de ahí. La revolución morada ha comenzado”.
¿Por qué lo sé? Porque estuve ahí, nadie me lo contó.

Porque ví llegar a la marcha a miles de mujeres vestidas de negro y morado, portando pancartas con frases que reflejaban su sentir. Las ví llegar con miedo, preocupadas, nerviosas… Ví sus ojos brillar al encontrarse con muchas otras que, sin conocernos, intercambiábamos miradas de complicidad.

Yo iba con mi hija menor en el Contingente de Mamás y las ví tranquilizarse cuando nos organizamos y dijimos: “las mamás que venimos con niños vamos al centro del grupo, las demás, en las orillas para protegernos. Todas cuidamos a los niños, todas nos cuidamos las unas a las otras” (en realidad no sabíamos si habría necesidad, pero eso acordamos). Y empezamos a caminar.

Como un acto mágico, en el momento de poner nuestros pies en movimiento, las pancartas y letreros se hicieron notar y las consignas brotaron en nuestras gargantas: “Somos la voz, de las que ya no están”, fueron de las primeras en cantarse. Era conmovedor cómo alguien espontáneamente la proponía y en breves momentos, toda la columna de mujeres coreábamos lo mismo, hasta que una nueva proclama se hacía oír y las demás, nuevamente, nos sumábamos. La nuestra: “mamás somos y en tribu andamos”.

Y de pronto, las sonrisas empezaron a surgir. La chispa de la valentía, del orgullo colectivo se hizo sentir. Nuestros pasos fueron más ágiles y firmes. De pronto, fuimos conscientes de la cantidad de almas que estábamos marchando juntas. Reclamando no sólo al gobierno, sino a la sociedad entera, esa visibilidad de la violencia hacia la mujer que durante tantísimos años se nos fue negada y solapada por nosotras mismas.

Durante la ruta, todas cumplimos nuestro compromiso: unas y otras nos cuidábamos señalando un bache, una alcantarilla dañada, esperando a las rezagadas y checando constantemente el bienestar de las que venían a nuestro lado.

Por momentos, las consignas eran acompañadas con los puños en alto, vigorosos, rítmicos, valerosos.

En contraste, los puños en alto inmóviles, eran la señal de silencio. Impresionante la rapidez con la que todas atendíamos. “Rojo” era el código para señalar “peligro” o “atención médica”. Este último sólo lo ocupamos dos veces, una cuando parte del contingente se rezagó y otra, ya en la plaza, cuando se requirió asistencia médica.

Las mujeres que marchamos, no hicimos distinciones sobre “la causa” de unas y otras. Así que providas y abortistas caminamos juntas, respetuosas, sororas.

El contrincante es claro: “El Patriarcado” (sí, ese que se va a caer, se va a caer).
Yo estuve ahí, nadie me lo contó, vi a las parejas de muchas de nosotras caminando al costado de los grupos, cruzando miradas de orgullo hacia sus esposas, apoyando con los hijos pequeños, respetando su derecho a manifestarse, a alzar la voz, a cambiar la realidad actual.

Algunos grupos católicos decidieron hacer cadenas humanas para proteger las paredes de los templos por los que iba a pasar la marcha. Ellos y ellas, con pañuelos azul claro, rezaban el rosario mientras nosotras transitábamos. Fue curiosa nuestra reacción… se hizo un silencio espontáneo, extrañadas por esta manifestación que para muchas nos resultó innecesaria. Ese fue el único momento durante la marcha que las mujeres que iban en las orillas se tomaron de los brazos para acordonar el contingente.
Medida apropiada, ya que de la nada, un señor de esos que portaban pañuelos azules jaloneó a nuestras compañeras lastimándolas. En especial, a las que portaban pañuelos verdes.

Las increpaba y trataba de separarlas del grupo.

Las chicas que iban al lado de ellas las protegieron exigiendo respeto. Ninguna de nosotras respondió a la violenta provocación. Yo, en particular pensaba: “Ojalá nos cuidaran tanto como a esos muros… nosotras somos monumentos vivos” …

Ya en la plaza, el micrófono fue para los familiares de las víctimas. Lo más indignante era escuchar que además que habían perdido a sus seres amados de forma dramática, no estaban recibiendo justicia de parte de las autoridades, sino por el contrario, complicidad hacia los agresores.

Vimos a esas mamás y papás romperse en llanto mientras la multitud gritábamos: “Yo sí te creo, yo sí te creo”.

El fin de la manifestación se dio con una canción y bengalas moradas mientras coreábamos: “sí se pudo, sí se pudo”. Los contingentes se dispersaron aparentemente. Pero de manera espontánea nos volvimos a encontrar sobre alguna de las calles.

Yo estuve ahí, nadie me lo contó, vi que las compañeras que realizaron pintas, era un grupo no mayor a 10 personas de las miles que caminamos. Me tocó pedirles que tuvieran cuidado con las que íbamos con niños y ver cómo accedieron inmediatamente, alejándose de nuestro lado.

Yo estuve ahí, nadie me lo contó, la revolución ha empezado. Una revolución que no será violenta pero sí contundente. Una revolución en la que no tendrán más el privilegio de nuestro silencio ante la inseguridad, los micromachismos, las lagunas legales, la inequidad e injusticia o el patriarcado estructural.

¡La revolución ha comenzado!

#8M #9M #niunamenos #el9nadiesemueve #vivasnosqueremos #UnDíaSinNosotras #elpatriarcadosevaacaer

Miriam del Toral
Miriam del Toral
Asesora de lactancia, lactivista y tanatóloga gestacional. Siempre interesada en hacer sinergia entre mujeres. Es fundadora de Maternidad Sustentable y del Movimiento Lactivistas Unidas.

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