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sábado, abril 27, 2024

Las mujeres lesbianas en los espacios públicos y el temor a ser agredidas

Desde que era niña, Laura no quería utilizar vestido a pesar de que su mamá quería que luciera como una “muñeca”, pues para ella era más importante ser una niña jugando en libertad en la tierra, la resbaladilla o algún deporte, sin tener que preocuparse por rasparse o tener que cuidar sus prendas de no ensuciarse.

Actualmente Laura tiene 36 años edad, es académica, tiene un posgrado y aunque ya es una mujer adulta, en su entorno laboral la llaman como “chica” o “niña”, a diferencia de sus pares hombres a quienes les denominan “Lic”, “Arqui” o “Inge”.

Más allá de la desigualdad de género en su entorno laboral, Laura reconoce los privilegios que tiene, desde su nivel de escolaridad, el tono de su piel, así como otros factores socioeconómicos, pero todo ello se vulnera cuando se trata de expresar su orientación sexual en el espacio público.

“Vivo en privilegio y aún así me toca experimentar discriminación, desigualdad, discursos machistas y agresiones, pero desde mi sitio de privilegio reconozco que no vivo lo mismo que una mujer lejos de lo hegemónico, pero desde yo ser una mujer lesbiana claro que estoy en un sitio de vulnerabilidad más alto en el que el factor de todo el privilegio anterior entra en un suelo más endeble”, reconoció.

Recordó que en una ocasión ella iba caminando por la calle cuando un hombre le gritó “Machorra”, a pesar de que no había tenido interacción con él, no habían hablado y no existió ningún conflicto. Simplemente el sujeto decidió gritarle y agredirla con sus palabras, sin conocerla.

Este hecho marcó a Laura, pues no es la única situación que le ha ocurrido de vulneración en el espacio público, donde en una ocasión, un sujeto se paró desde una camioneta mientras ella esperaba que llegara su taxi afuera de su casa y el hombre mostró su miembro viril. Horrorizada por este hecho, cuando llegó a su trabajo y compartió el temor que tenía con sus compañeros de trabajo, solo recibió “carrilla” y revictimización.

“Era una camioneta Honda gris oscuro y el hombre se parecía a cualquier hombre que yo he visto en mi realidad, podría parecer el papá de cualquier de mis amigas y me creó una inseguridad, porque como ese hombre me topaba a cientos en el día y me preguntaba ¿cuándo me lo voy a topar y qué más va a decidir hacer?”

“Mis compañeros del trabajo empiezan a echarme carrilla, romantizando la situación como de ‘le gustaste’…me parece que hacer chistes y tratar de “bajar la tensión” haciendo comentarios y minimizando que fue una agresión es muy común de que a muchas mujeres les echen carrilla con sus agresores… a mí me parece que esto es revictimizar”.

Antes de entrar a la vida adulta, Laura fue una niña que gozaba de jugar fútbol y otros deportes, pero al estudiar en una escuela católica, a partir del cuarto grado de primaria había un mandato social no dicho que impedía a las niñas jugar fútbol en el recreo y era esperado que se resignaran a sentar y platicar.

Y así fue durante varios años, pues considera que a pesar de su pasión por el fútbol, siempre tuvo que luchar por tener un espacio en las canchas, lo cual resulta agotador.

“Yo estudié en escuela católica y mucho del discurso que venía en la cultura estudiantil y la forma en que se compartía la religión, ser homosexual o lesbiana era algo que no se veía y de las mujeres esperaban ciertas cosas que tenías que cumplir, cualquier disidencia rompía con ser mujer y era más fácil decir la palabra “machorra” por jugar fútbol y teníamos que luchar por espacios para poder jugar fútbol”, narró.

Esta dinámica fue repitiéndose en otros espacios, como una ocasión donde un vecino la golpeó con un palo de madera, al molestarse de que los demás infantes seguían a Laura en los juegos deportivos que proponía. El vecino al percibirse inferior, no midió su ira y la agredió, para después inventar a sus padres que ella le había faltado al respeto diciéndole groserías, situación que no fue cierta.

Afortunadamente en esa ocasión la familia de Laura charló con los padres del vecino y llegaron a un acuerdo, por lo que después de la agresión pudieron ser amigos nuevamente y jugar con los demás infantes.

Después llegó el momento en que siendo joven expresó su orientación sexual con su familia, donde agradece que no solo la han recibido en un espacio seguro, sino que han tomado posturas para confrontar a personas que expresen homofobia, lesbofobia y discriminación en general a la población LGBTQ+.

“Al interior de mi casa yo vivo dos momentos, previo a yo compartir mi orientación con mi familia y después de compartirlo. Previo mi familia hacía comentarios homofóbicos y en los que dejaba ser visto que no era algo que desearan en su casa, pero una vez compartido reconozco el compromiso de mi familia por ser más consciente de sus comentarios y eliminarlos y al contrario, tener una postura cuando alguien dice este tipo de comentarios, ha sido muy grato que de parte de mi familia haya posturas de confrontar…es muy significativo, no nada más es que te acepten, es luchar para que haya una cultura de buen trato”, compartió.

Pero en la vida laboral a la que llegó después de estudiar una carrera, se tornó nuevamente un espacio poco seguro para compartir su orientación sexual, debido a que sus compañeros dan por hecho en las pláticas cotidianas que todas las personas son heterosexuales, además que no expresan una clara postura.

A la par, Laura prefiere no expresar que es lesbiana, para no estar en un punto vulnerable o ser atacada; sin embargo, al ser ya un sacrificio tener que opacar una parte importante de quién es ella, no quiere opacar la parte de ser mujer y levantar la voz en un espacio donde hay desigualdad de género y por ello ha tenido que expresar su sentir cuando vive una situación de discriminación por ser mujer.

“Que la gente suponga que tienes que ser heterosexual y que no hagan sus charlas de manera incluyente, siempre es un tener que compartirles algo, pareciera que todos los días es un salir del clóset para compartir algo de mi vida y no es una charla cotidiana porque la gente asume que todo mundo es heterosexual…es cansado e incómodo y no me permite a mí saber quién es una persona que me va a brindar un espacio seguro porque su mismo lenguaje no lo expresa”, resaltó.

Finalmente en las calles, ese espacio público al que diario tiene que acudir ya sea para pasar a su perro, para trasladarse a su trabajo, o para moverse a otro sitio, termina siendo el sitio donde más insegura se siente no solo siendo mujer, sino siendo mujer lesbiana, en el que además del acoso callejero, teme ser agredida.

“Sentirme limitada a que yo por ser mujer no puedo hacer, como caminar en la calle a ciertas horas por sacar a mi perro…Tener que estar fijándome en las rutas hacia dónde voy a correr por si alguien decide agredirme y siempre es estar como vigilante y a la defensiva porque me ha pasado y me seguirá pasando”, comentó.

Después de reflexionar sobre las situaciones que ha vivido a lo largo de los años, Laura mencionó que hay una frase que escuchó de una académica que decía “No todas y no siempre” y esto lo recuerda a propósito del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, donde desde su punto de vista, se debería entender como el Día Internacional de las Mujeres en plural.

“No todas las mujeres somos representadas por un solo referente de ser mujer, hay mucha diversidad y no podemos suponer en especial por mujeres en situación de pobreza, racializadas y estar consciente desde nuestro privilegio”, enfatizó.

Concluyó que el feminismo y los derechos de las mujeres, deben reflexionarse y cuestionarse de manera constante y de reconocer que existe una diversidad entre mujeres y desde ahí se debe tener empatía, además de exigir justicia en los casos de las diferentes violencias que viven a diario las mujeres.

“Para mí es una frase que la trato de repetir para hacer consciencia que mi mirada es limitada y de cómo puedo expandirla”, finalizó.

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