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jueves, abril 24, 2025

Rebeldía serena o de cómo una mujer sobrevivió a los 60’s

Foto: Zona Franca.

*Por Luz

Usted ya se podrá imaginar cómo transcurrió mi historia, considerando que soy la quinta hija de una familia conformada por 5 hermanos y que mi feliz nacimiento aconteció a finales de 1950. Sí, ya cumplí 65 años, soy felizmente jubilada y con una tarjeta de  “Bienestar” hasta este momento sin saldo, en la espera de que alguna parte de mis impuestos, vuelva a mis manos.

Mi infancia transcurrió acompañada de la dicha familiar de mis progenitores y el resguardo excesivo de mi persona. Fui creciendo y mi vida se fue llenando de restricciones y exigencias, responsabilidades hogareñas que cumplía a regañadientes. En cambio, los deberes estudiantiles me causaban mucho interés y entusiasmo y era reconocida por no causar problemas, fui muy obediente y no me atrevía a cuestionar la autoridad parental, cumplía con sus expectativas y aun con los deberes ajenos a mis intereses, y así entre esas medidas tanto extremas como absurdas, fui creciendo y el resultado fue tejiéndose de manera lenta y sostenida, hasta que desembocó en una rebeldía serena.

El miedo a romper las reglas y normas familiares era muy fuerte, sin embargo,  fui superando esa condición de ser la hija única entre 5 hermanos. Desconozco qué fue en realidad lo que me llevó a ir mirando la vida de una manera diferente. Aprecié el don de la observación, de la escucha de los llantos quedos y el enojo de las problemáticas “secretas” de las familias cercanas a mi entorno, quienes se guiaban por la apariencia y la resignación de aceptar sus fatales destinos de agresiones, con tal de conservar techo y comida. Y ellos, sea por presión o convicción obligada, eran considerados como los  proveedores.

El miedo nunca me dejó. Temblaba al pensar sobre las reprimendas que generarían mi cambio de perspectiva y mi opinión sobre lo que para mí significaba ser mujer. No me conformaba con tan solo ser esposa y madre, enlazada por la religión cuyas bendiciones no alcanzaban a evitar las violencias particulares y sociales.

Así fui creciendo, entre juegos, bailes, risas y muchos regaños y prohibiciones. Terminada mi preparatoria, encontré una forma magnifica de comenzar una incipiente independencia: un trabajo remunerado. Ya no había el pretexto recurrente de: no vas porque no hay dinero. Ganaba el dinero suficiente para liberarme de ese yugo y cumplí con el deseo anhelado: ser estudiante universitaria aunque me casara y aunque deseara ser madre.

Estas circunstancias permeaban de manera general en mis compañeras generacionales. Muchas estudiamos ya casadas y criando a los hijos. Las guarderías recién comenzaban y no eran de mucha confianza, los mitos y los horrores de descuidos eran parte de las narrativas populares. El tema de los anticonceptivos era un tabú. Quien contraía matrimonio estaba obligada a embarazarse de inmediato. Oía los lamentos sobre las mujeres que no podían concebir y poco se pensaba en que el problema de la concepción fuera también masculino.

Retumban en mis recuerdos de joven madre y estudiante, frases como: oh a poco tú sabes cocinar, oye qué brete tienes por estudiar si ya eres madre, mejor vete a tu casa, allá te necesitan, a poco tú escribiste esto, mira ni se te nota, tú no trabajas verdad, eres ama de casa y oye tu esposo no te cela… en fin, frases que aun giran en mi historia de vida.

Hoy, en esta etapa que estoy experimentando, veo con profunda preocupación las circunstancias que viven las mujeres en todos los escenarios posibles. Los espacios de mayor poder, siguen siendo  liderados por el sexo fuerte. La lucha contra el imperialismo masculino es y ha sido cosa seria. El gran aumento de feminicidios y violaciones, acoso de todo tipo, hostigamientos y abusos laborales, remuneraciones mucho más reducidas por un mismo trabajo realizado por hombres.… Buscamos nuestras propias defensas, alzamos las voces y apenas se empiezan a escuchar, aunque prevalece esa idea tan devastadora: tú te lo buscaste.

Durante mi periodo de juventud,  era muy mala idea subirse a un camión repleto de pasajeros. Los sujetos aprovechaban la ocasión del hacinamiento. Mejor caminar e irse cambiando de acera cada vez que veíamos venir a un sujeto que se nos aproximaba con sospechosas intenciones…

Recuerdo una experiencia muy desagradable: caminaba por una calle de mi colonia, un tipo en bicicleta se acercó para preguntarme una dirección y yo, ilusa, comencé a explicarle el rumbo,  cuando de pronto, su mano llegó a mi pecho y mi reacción inmediata, fue darle una fuerte patada sobre la rueda de su bici, el hombre cayó a la banqueta, yo corrí muerta de miedo, solo escuché su gritos vociferando una sarta de improperios. Una puerta de una casa estaba semiabierta y entré temblando…fue el yo sí te creo de hoy, que en ese momento no era habitual, sin embargo, la señora me arropó en su casa y no salimos hasta cerciorarnos de que el sujeto masculino ya se había marchado. Esta experiencia no la compartí en casa. Solo con mis amigas.

En fin, existen miles de historias sobre “piropos” vulgares, o burlas o asombros de: cómo hiciste eso si eres mujer, mujer al volante peligro rodante, ahí viene la generala…

El reino de la misoginia sigue imperando. Es un proceso que comienza a dar frutos, hay mucho movimiento al respecto, las voces se han alzado y falta mucho más por hacer.

Las buscadoras, las que marchan por los feminicidios, las que portan banderas pidiendo justicia por las violencias que han sufrido, las que defienden sus preferencias estrictamente personales, las que han trabajado con cargas laborales mucho más asiduas que las de los varones, las que han realizado importantes aportaciones científicas sin ser reconocidas, las que día a día levantan a los suyos con valentía y perseverancia, las que han sostenido los estudios de sus hijos, las que bordan la vida de esta sociedad tan lastimada por la violencia, las que siempre están, las mujeres dadoras de vida y generosidad, las que curan, las que cantan, las que bailan, las que son auténticas, las mujeres tan mujeres, las prodigiosas mujeres.

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