Celaya, Gto. Domingo 26 de septiembre de 1999, como cada semana las personas acuden a la Central de Abastos a realizar sus compras.
Son las 9:15 de la mañana, una explosión en la tienda ‘Abarrotera Celaya’, causa alarma en algunos, quienes deciden alejarse, otros prefieren acercarse para saber qué ocurre.
Hay fuego dentro del comercio y bomberos salen de la estación de Pípila, llegan rápido, porque están a seis calles, preparan la manguera para esparcir el agua.
Ocurre entonces una segunda y más fuerte explosión, tan fuerte que derriba la unidad de bomberos y la onda expansiva proyecta a decenas de personas y muchas víctimas quedan mutiladas.
Quienes sobreviven corren, otros se tiran al suelo aturdidos por el sonido que les reventó los oídos, la tienda ya está demolida y el fuego se propaga a otros locales.
Llegan paramédicos de Cruz Roja, se busca atender a los heridos, hay varios, otras personas se acercan para ayudar y de pronto una tercera explosión.
La zona en la calle Antonio Plaza es un caos, hay cuerpos tirados por doquier, gritos de dolor, no hay ambulancias suficientes, las camionetas cargan a las víctimas para llevarlas al hospital más cercano.
La tragedia cobra la vida de 79 personas y más de 300 heridos de diferente gravedad, entre las víctimas mortales dos reporteros: Leonicio Lira y Matías Niño, además del policía Pedro Ávila, la paramédica Cristina Camarena y el bombero Juan Manuel Segoviano.
La cantidad de cuerpos y restos humanos calcinados conduce a que fuera habilitado como anfiteatro el gimnasio de la unidad deportiva Miguel Alemán Valdés, donde se percibe el olor a pólvora que emanan los cuerpos.
Se crea el fondo emergente “Celaya estamos Contigo”, donde llegan recursos estatales, municipales y aportaciones voluntarias para cubrir los gastos de sepelio, médicos y prótesis, además de pagar 40 mil pesos para los deudos de las víctimas fatales.
El Gobierno Municipal de Celaya había otorgado el 10 de septiembre a Angélica Vargas Bocanegra, propietaria de Abarrotera Celaya, un permiso para la venta de juegos pirotécnicos de hasta 10 kilos, pero en la bodega, pudo haber más de 4 toneladas de pólvora almacenada.
Esteban Ojeda Ruíz, esposo de la propietaria Angélica, oficialmente se declara sin vida en la primera explosión y sepultado al día siguiente. Un juicio largo llevan a la cárcel a Vargas Bocanegra y para su condena.
Incluso, durante un “miércoles ciudadano” se denuncia que, en varios comercios de la calle Antonio Plaza se vende pirotecnia en grandes cantidades y se instruye al personal de la Dirección de Fiscalización, realizará una inspección, previo los festejos patrios del 15 de septiembre, no encontraron irregularidades.
Ya es 2002, los lesionados y quienes perdieron un familiar acuden al Zócalo de la Ciudad de México, colocan sábanas blancas y fotos de sus seres queridos, entran a Catedral para rezar, buscan por varias horas ser atendidos por Vicente Fox Quesada, presidente de México, pero los ignora y nunca abre las puertas de Palacio Nacional durante su gobierno.
Pero el Movimiento Ciudadano Celaya conformado desde octubre de 1999, pugna para que las víctimas reciban atención médica de por vida y ayuda para cambiar sus prótesis, ya hoy son contados quienes aún sobreviven y reciben condonación del impuesto predial y agua potable.
Son 25 años del fatídico “Domingo Negro“, no hay un altar donde rezarle a las víctimas, hay un negocio de plásticos, pollos asados y tacos, pero el dolor y el recuerdo de las explosiones todavía rasgan los corazones de quienes sobreviven.