Salamanca, Gto. Dense la paz, pide el sacerdote Francisco, todavía por la covid-19 nadie se da la mano solo levantan la palma y se giran para encontrar las miradas del que está a lado.
La paz, esa de la que tres señores platican, habían tenido toda su vida en la comunidad de Barrón, en Salamanca, hasta el lunes que todo cambió y que costará recuperar.
Aunque todos los habitantes saben que es día de la despedida, las campanas del templo y los petardos lo confirman: es el último adiós para los jóvenes Estefanía Rodríguez, Pamela Banda, Guadalupe Ramírez, Eleuterio Enríquez, José Banda Ramírez y la señora María Juanita Cano.
Tres días después de la tragedia predomina la duda, pero nadie quiere tener respuesta, habitantes siguen encerrados, en silencio preguntándose la razón por la que personas armadas decidieron terminar con la vida de estudiantes.
José María y Luis (estudiantes y compañeros de los finados a quienes se les cambia el nombre por seguridad) acaban de ver en el féretro por última vez a la señorita Pamela, así se refieren a ella.
“Quería ser psicóloga, siempre cuando uno andaba así triste ella pues te alegraba, te vacilaba para que se te quitara”, dice uno de ellos, con ese rostro que delata que acaba de llorar.
También sabían que Estefanía quería dedicarse a la pedagogía, que Lupillo como le decían quería ser soldado, y que Eleuterio estaba esperando terminar el bachillerato para irse a Estados Unidos como su familia.
Ese lunes que no van a olvidar, no sólo por la noticia que corrió por la pequeña comunidad en minutos, sino porque ese mismo día horas antes habían compartido un juego de básquet con Lupillo, la última vez que lo verían.
“Yo jugué con él, ratito antes de que pos llegarán a matarlos, la tarde nos pusimos ahí a jugar un rato”, dice José María.
En la escuela todos se conocían, solo eran 33 alumnos y ahora solo 28, mismos que dudan regresar, tienen miedo. Luis acepta que está asustado, no solo por ellos sino por sus familias y por los más pequeños de la comunidad.
“Que hubiera más soldados, esto fue ahí por el kinder donde están primitos, si llegan a dar con los que fueron que haya justicia, la verdad”, pide el joven con un ramito de flores en la mano, mientras que la otra sigue secando las lágrimas que salen sin esfuerzo.
Olvidar la impotencia
Las misas de cuerpo presente se dividieron, en la primera a las 9:30 de la mañana despidieron a Guadalupe Ramírez y José Banda Ramírez, además de compañeros de clase, eran primos.
“No hay que recordarlos en la tragedia, sino en esa paz que ellos dejaron en vida, su amor que nos llevaremos en nuestra alma y nuestro corazón”, pide el sacerdote a sus familias.
Y aunque la oración da algo de calma, al término dos cuetes rompen el silencio así como el grito de una mamá joven: “Mi niño, me lo arrebataron”.
A José lo llevaron de inmediato a su última morada, el cementerio en la comunidad vecina, La Ordeña.
Mientras que el cuerpo de Guadalupe esperó todavía unas horas fuera de la iglesia, cuando llegaron sus otros compañeros de salón, partió.
En un mismo día, la comunidad se enteró de seis asesinatos y en otro estaba aceptando que le daba el adiós al mismo tiempo.
Estefanía, Pamela, Eleuterio y la señora María Juanita fueron despedidos en una misma ceremonia, el mismo cortejo fúnebre.
El sacerdote, pide por lo que se perdió en la comunidad de Barrón: “No perdamos la paz, que no nos gane la impotencia, queremos que sobre todo Dios nos regrese la felicidad a esta comunidad de Barrón”…
Los vecinos aseguran que los jóvenes eran pacíficos, que se juntaban ahí para descansar después de bajar del telebachillerato, que no los molestaban… y si ellos no ocasionaban problemas, la razón de su muerte no encuentra explicación, cómo tampoco la forma en que volverán a salir a sus calles en paz.
Así despidió la comunidad a los estudiantes:
