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viernes, abril 26, 2024

A un mes de Ayotzinapa: entre la ética de la justicia y la ética del cuidado

Estamos a un mes de la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. La indignación y la confusión de no saber qué sigue se instalan en lo profundo. Esta vez hay algo distinto, esta vez sabemos que no hay tiempo que disuelva el dolor, que con esta herida vamos a tener que aprender a vivir. Durante las últimas semanas los mexicanos han demandado a gritos justicia y me pregunto si no es demasiado tarde, me pregunto si es suficiente la ética de la justicia para sanar al país, para aliviar usted y yo el dolor de la desesperanza. Es innegable que la impunidad alimenta la continuación de la violencia, pero encontrar los cuerpos y castigar a los culpables será sólo un alivio a corto plazo. El que Aguirre renuncie, el que seamos testigos (si es que esto es posible) del encarcelamiento de los responsables difícilmente aliviará esta sensación generalizada de abandono. Con esto se haría justicia, sí, pero no sería de ninguna forma la solución a la tremenda deshumanización en la que estamos enfrascados. Necesitamos más, necesitamos entender cómo funciona la violencia, esa que reproduce fosas que entierran cuerpos, dolor, esperanza.

Hace poco escuché a Virgina Held en una conferencia en la que proponía la reconciliación de la ética de la justicia y la ética del cuidado. Anteriormente se pensaba que estas dos posturas eran irreconciliables, que la justicia apelaba a la razón y el cuidado a la emoción, la justicia a las relaciones públicas y el cuidado a las privadas. Lo que propone Held es que, aunque los principios de la justicia deben de ser prioritarios en ciertos casos, es decir, nadie podría negar lo fundamental que es castigar a los culpables, esto no debe significar el excluir la ética de cuidado como base para la construcción de un sistema legal y social. Para la ética del cuidado las relaciones que tienen un valor especial son aquellas que involucran el cuidado, se enfatizan valores como la empatía, la sensibilidad y la confianza. La ética del cuidado entiende a las personas como interdependientes en contraste con la teoría liberal que define al individuo como autosuficiente e independiente. La ética del cuidado se basa en una experiencia innegablemente universal; todos hemos cuidado o hemos sido cuidados, con todo lo desigual que pueda ser el cuidado que recibe una persona u otra, sin la experiencia del cuidado no estaríamos vivos. El cuidado no se define por alguna postura religiosa o cultural, es decir, en cualquier contexto espacial o temporal, el cuidado representa un elemento indispensable para la supervivencia; como humanos dependemos del cuidar y ser cuidado.

Entiendo que pueda parecer un romanticismo proponer que sólo a través de la ética del cuidado se podría solucionar la violencia en México o en cualquier otro lugar. Pero es tan absurdo como pensar lo mismo de la ética de la justica. Después de todo, cuántas guerras, muerte y violencia no se han y se siguen definiendo como justas. La palabra cuidado viene del latín cogitatus que significa pensar, reflexionar y el verbo cogitare significa una acción conjunta, agitar, darle vueltas a las cosas. Por más complejo que sea, habría que pensar en cuáles pueden ser los motivos que llevan a las personas a cometer actos tan deshumanizantes. No nos podemos dar el lujo de normalizar la crueldad. La violencia que vivieron los 43 normalistas desaparecidos en Ayotzinapa es el resultado de condiciones de marginación, humillación, dolor y privación de cuidado en el sentido más extenso de la palabra. Por más rabia que nos cause voltear a ver a los victimarios no tenemos otra opción. La única posibilidad de cuidar/nos, de reflexionar para darle vuelta a esta ola de dolor que parece no parar surge de la voluntad de encontrar formas de des/normalizar la violencia, de hacerla menos accesible y atractiva como un medio y como un falso sentido de empoderamiento. Pero la ética del cuidado podría ofrecer respuestas no sólo sobre los victimarios sino también sobre la falta de empatía y de solidaridad de los millones de personas que se quedan en casa en cada marcha, en cada manifestación, en cada expresión de dolor e indignación ¿son estas personas inmunes al sufrimiento ajeno? No creo, no hay nadie que pueda decir que no se entera, no con la tecnología disponible. Así como es un misterio el saber qué es exactamente lo que motiva a una persona a cometer actos deshumanizantes, así mismo es el misterio de los que guardan silencio por comodidad o por un sentimiento de impotencia. Otra vez, armar un juicio sobre la ausencia de responsabilidad/obligación cívica de los ciudadanos voluntariamente silenciados no es suficiente, porque no puedes obligar a las personas a sentir empatía, a que les importe. Tenemos que pensar en una acción sin coerción, en una justicia con corazón para reconstruir el país que alguna vez tuvimos; que alguna vez soñamos.

 

Correo electrónico: abrilsaldana@gmail.com
Twitter: @Abril_SaldanaT

Abril Saldaña
Abril Saldaña
Doctora en sociología por la Universidad de Manchester en Inglaterra. Es actualmente profesora-investigadora de la Universidad de Guanajuato, Campus León. Sus intereses de investigación son género y sociología del cuerpo y ha publicado artículos sobre trabajo doméstico, mestizaje, racismo y desarrollo sustentable/ecofeminismo. Su página personal es: http://ugto.academia.edu/AbrilSaldañaTejeda Correo electrónico: abrilsaldana@gmail.com Twitter: @Abril_SaldanaT

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