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viernes, abril 26, 2024

De muros y tejidos

Amurallar y fortificar las ciudades y los territorios fue práctica extendida de la Humanidad durante la historia previa a la Revolución Industrial. La lógica de esta práctica era que las murallas y fuertes servían como defensa contra los ataques de invasores, de soldados, piratas y bandoleros venidos de afuera, de otros territorios.

A medida que se desarrolló la ingeniería militar con el bronce y el acero y comenzaron a proliferar las armas alimentadas con pólvora, en especial los cañones de largo alcance, las murallas y los fuertes dejaron de tener sentido como defensas contra los malosos. En el Renacimiento italiano, Leonardo da Vinci ejecutó artísticos diseños de armas a base de pólvora que permitieron a Ludovico Sforza derrumbar las defensas de las ciudades que buscaba conquistar. Y en los grabados y fotografías de la época de la Intervención Francesa en México, se observa cómo los fuertes de Loreto y Guadalupe, en Puebla, fueron literalmente arrasados por la cañonería de Napoleón III.

En otras palabras, los muros de defensa sucumbieron ante el avance tecnológico. Se volvieron obsoletos e inútiles. Pero su derrumbe no fue de todo negativo: la caída de las murallas permitió el crecimiento de las ciudades y la apertura de los territorios para fomentar el comercio, la llegada de nuevos habitantes, el turismo. Los antiguos fuertes y muros se volvieron testimonios del pasado, atractivos turísticos, con aires de romanticismo y nostalgia, para los visitantes.

Vista desde esta perspectiva, la idea de fortificar un territorio, así sea con la más actualizada tecnología de cámaras de video, pantallas digitales, sistemas de comunicación, radares y demás parafernalia de seguridad pública contemporánea, parecería un retroceso en la historia.

Levantar muros, así sean virtuales, digitales o informáticos –ignoro cuál de todas estas es su denominación más precisa- resulta ser además una solución contraria al sentido de la evolución social, que particularmente en este siglo XXI nos habla de la comunicación y del intercambio, del libre flujo de personas, mercancías e ideas, de la proliferación de los contactos humanos en las incontrolables redes sociales, extendidas en ese universo mágico de la web.

Ignorante como soy de estas cuestiones, me surgen entonces varias preguntas:

¿Escudo?

¿Escudo contra quién o qué?

¿Por qué en lugar de hablar de controles, de barreras, de arcos, no se habla mejor de tejidos, de conexiones, de redes?

Y la última pregunta, pero también la primera: ¿Acaso los malos, de verdad, están afuera?

Correo electrónico: lenz.alberto@gmail.com

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