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jueves, marzo 28, 2024

Descomposición de lugar

A partir de este momento,
se puede decir que la peste
fue nuestro único asunto.
—Albert Camus, La peste

Hacia el segundo capítulo de La peste, la novela de Albert Camus, el personaje colectivo de la ciudad reconoce que la peste ya es “asunto de todos nosotros”. Hasta ese momento todo mundo había seguido en los suyo, pero una vez que se cerraron las puertas se dieron cuenta de que estaban en la misma red y que había que hacer algo.

El título de la obra alude a lo que el lector se imagine: la peste fue la guerra en los años 40, después puede ser el terrorismo, ahora puede ser la incontrolada violencia que nos degrada y deprime.

El otro lado de la moneda, o del billete, es la actitud del gobierno estadounidense —que no detiene a ningún pez gordo— respecto a la actual tragedia. ¿Cómo no se ha de sentir frustrado el Presidente si Estados Unidos deja pasar la droga por tierra, mar y aire, gracias a sus agentes sobornados, y si la mayor parte del dinero negro pasa por sus cadenas de bancos, si las autoridades dicen que no alcanzan a investigarlos y se hacen de la vista gorda con el flujo de armas de allá para acá?

Lo más estremecedor de lo que dijo el poeta Javier Sicilia después del asesinato de su hijo es que los criminales están dentro de las instituciones y que está podrido el corazón de México. No se puede terminar la guerra del Estado mexicano contra el narco mientras todo mundo esté metido en el ajo. Tampoco se podría ganar esa guerra maldita, esa ambigua guerra civil en la que unos mexicanos matan a otros, mientras no se ataque en serio el aspecto financiero del negocio. Ha sido muy tímido o muy cómplice el Estado mexicano al no emprender de veras una intervención quirúrgica en el circuito financiero del narco, hasta ahora intocado.

Hay dos piñatas: un llena de mariguana, coca, heroína y pastillas de laboratorio. La otra piñata está llena de billetes de diez y de veinte dólares, que es lo que suele costar una dosis en una operación de contacto rápido. Así, entonces, el gobierno mexicano sólo le da de palos a la primera piñata y respecto a la segunda se la pasa abanicando la brisa.

Los economistas oficiales —bobos doctorados— tienen muchas dificultades para leer los indicadores del estado actual de la economía. El dinero circulante que mueven las organizaciones criminales allí está: en la industria de la construcción, sobre todo, y en la hotelería. Los llamados bancos decentes, por otro lado, de bandera española, canadiense, inglesa, estadounidense, también reciben —acaso sin saberlo— la mayor parte del dinero que se legaliza. Los sistemas financieros en México parecen diseñados especialmente para blanquear capitales, como el programa federal de Cetes directo. Cualquier hijo de vecino puede comprar bonos gubernamentales a muy bajo precio para robustecer al gasto público.

No es improbable, por otra parte, que la economía criminal ya sea estructural: que el capital del narco ya esté cimentado en el edificio de la economía nacional y que no se puede tocar —como la radioactividad— porque la economía misma del país se desmoronaría como un montón de piedras. Ya se fundió en ella la economía criminal y su extirpación sería como sanear un avión quitándole los motores.

 

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