El saldo electoral en el Distrito Federal obligará al jefe de gobierno Miguel Ángel Mancera a reinventarse o de plano despedirse de la política. Durante tres años se la pasó eludiendo al PRD y dejando el mensaje de que él y el partido eran dos cosas distintas. En cambio, Morena es López Obrador.
El DF ya demostró que es una ciudad de caudillos. El que no quiere serlo, entonces que busque otra plaza para hacer política. Cuauhtémoc Cárdenas ganó en 1997 por la aureola del deber democrático que más tarde no le refrendaron en la elección presidencial. López Obrador pasó por lo mismo. Y antes el PRI no pudo ver el salto cualitativo de gobernar el DF y saltar a la presidencia, sobre todo Fernando Casas Alemán, Ernesto Uruchurtu, Alfonso Corona del Rosal y Manuel Camacho Solís.
Pero en lugar de una maldición en el fondo hay una incomprensión de las dinámicas políticas: Casas Alemán era pariente de Miguel Alemán, Uruchurtu y Corona disputaron con Díaz Ordaz y Camacho quiso imponerse a Salinas de Gortari. Cárdenas se agotó como figura política después del fracaso de 1994; y López Obrador arañó la presidencia pero la perdió por poquito.
Luego de la salida del PRD de Cárdenas, López Obrador y Marcelo Ebrard, el partido del sol azteca en el DF se quedó sin figuras. Mancera ganó con la impresionante cifra de 63.5% de los votos en 2012, contra 46.3% de Marcelo Ebrard en 2006, apenas 37.4% de López Obrador en 2000 y 48.1% de Cárdenas en 1997. En los primeros tres años de su mandato, Mancera se ha negado a afiliarse al PRD; hoy paga en los hechos las consecuencias de tratar de operar el PRD a trasmano.
Ante la maldición Navarrete de que en el 2018 el PRD podría ser oposición, el PRD vio adelantadas sus vísperas: la masa electoral perredista se dividió con el partido de López Obrador. Si Mancera no asume directamente el manejo del PRD capitalino y de paso impone su espacio determinante en el PRD nacional, el problema no será que el PRD sea oposición sino que Mancera no podrá gobernar estos tres años por el activismo de Morena en cinco delegaciones y seis en manos del PAN y del PRI y todo indicaría que una asamblea legislativa de oposición.
El saldo electoral en el DF obligará a Mancera a una definición partidista o solamente podría administrar su salida del gobierno en el 2018 sin tener oportunidad de operar la candidatura perredista al DF y por tanto la posibilidad de poner sucesor. En política los dubitativos están condenados a la derrota. Y Mancera no tendrá más camino de consolidación de su programa de gobierno y de su legado que la articulación abierta a un partido.
En este sentido, Mancera tiene cuando menos tres objetivos concretos: sacar la reforma política del DF para que no aparezca como derrota personal, administrar la investigación penal contra su antecesor Marcelo Ebrard ya aliado a López Obrador y definir su legado político de gobierno. Y nada podrá hacer en estos tres temas importantes si el PRD en el DF y el PRD nacional no lo asume como líder interno, ante la mediocridad de Los Chuchos herederos de Aguilar Talamantes y la figura anti política de Carlos Navarrete Ruiz como presidente de tribu y no de partido.
La reinvención de Mancera pasa de manera inevitable por el PRD capitalino y nacional. Si no lo hace, entonces en el 2018 el PRD no sólo será oposición sino que podría hasta perder el registro. Y en esas circunstancias, habría que dejar de pensar en la candidatura presidencial.